Son las once de la mañana y Pepa Soto espera la última de la fila en la parada de taxis de la Alameda de Cristina de Jerez. Con su nuevo Dacia —lleva con él solo una semana—, la taxista jerezana recibe a lavozdelsur.es visiblemente ilusionada. "Os voy a dar un paseo y os cuento mi historia", dice. El relato es la de una mujer que se ha sobrepuesto a las circunstancias, empoderándose doblemente, como mujer y gitana. "No sabéis la de cosas que suceden aquí. Este trabajo es muy duro, te puede tocar alguien que te cuente una historia maravillosa o alguien que te intente llevar a comprar droga", advierte.
Salimos dirección a la plaza Aladro y Pepa, que está de turno, cuenta a lavozdelsur.es cómo compatibiliza ser madre soltera de una niña pequeña con un oficio como el taxi. Sin vacaciones pese a "los ratos libres" en los que puede atender a su hija, la taxista se muestra "muy feliz" con su trabajo, al tiempo que reconoce que no es para todos. "Una persona que sea un poco tímida lo pasa muy mal. Hay compañeros que han tenido depresiones y han tenido que dejar de trabajar". Fue su padre, taxista durante casi treinta años, quien se lo advirtió hace algo más de doce, cuando sufrió un infarto y no vio con buenos ojos la idea su hija.
"Mi padre jamás quiso que yo cogiera el taxi. Él me echaba seis meses y llevo ya doce años", afirma. Sin embargo, el camino no fue fácil. Su padre, por la imposibilidad de seguir frente al taxi por salud, quería contratar un chófer. "Yo le dije: papá, no vayas a meter aquí un chófer porque va a ser lo comío por lo servío". Y a Pepa no le falta razón. Ella misma, comparte los beneficios del taxi con el chófer que tiene contratado y que le hace la mitad de la jornada. Sin embargo, ante esas circunstancias tan especiales y pese a las reticencias de un primer momento, su padre tuvo que entenderlo y ella se quedó con su licencia tras la jubilación.
"Me considero una persona afortunada, esto me gusta y eso es muy importante. El trabajo es para toda la vida, el oficio te tiene que gustar y que mover. Yo me monto aquí por la mañana y digo... ¡Qué alegría!", dice emocionada. Pero no fue un camino de rosas. A Pepa, que ha participado en la última campaña de visibilización de las mujeres gitanas, le han confundido con mujeres de otros países, como Marruecos, y confiesa que ha habido episodios en los que ha sentido racismo. "Date cuenta de que te montas en mi coche y sabes que soy mora o gitana. De hecho, la gente suele decirme que soy mora: ¿tú eres de aquí o de Marruecos?”, replica. "Y eso, que soy mitad, entreverá, gitana por mi padre". Así, en sus primeras semanas y con esa mochila, la taxista tuvo que hacer frente a algunas historias que cuenta a lavozdelsur.es como si hubieran ocurrido ayer.
Una de ellas la vivió cuando llevaba solo unos meses. En la parada de la plaza Esteve, un hombre “con sus tirantes de la banderita de España” esperaba un taxi. Delante suya, en la cola, una compañera taxista —no llegan a la decena de mujeres de un total de 176 licencias en la ciudad—, llevaba un rato esperando a que el hombre se montara en el coche. Finalmente, con otro servicio, se marchó. Cuando llego el turno de Pepa, el hombre seguía quieto, esperando un taxi pero sin aceptar el ofrecimiento de ella.
“El tío delante de mí… y no quería montarse. Le dije que nos fuéramos ya, pero costó. Al final, se montó y nos fuimos a la plaza del Caballo. Desde que nos montamos en el coche hasta que nos bajamos, no paró de poner pegas”, recuerda. Entre críticas a la velocidad “por ir muy lenta”, entre la música, la radio, la ventana o el aire acondicionado, la taxista tuvo que sobreponerse incluso a la frase que el cliente murmuró a regañadientes: “Las mujeres tienen que estar en su casa”. “Yo llevaba tres meses, a mí me coge ahora y lo echo abajo”, ríe.
Por si fuera poco, cuando llegó a su destino y con un total de 3,98 euros, el hombre le dio cuatro euros y esperó el cambio de los dos céntimos. "No se me va a olvidar nunca", bromea Pepa, que guarda la anécdota como parte del oficio. Lo que no esperó es que aquel señor se bajara del taxi y le replicara. “Se bajó y me dijo: ¿sabes que te voy a decir una cosa, niña? ¿Qué, caballero? Y va y me suelta: a ver si vuelve Franco para que las mujeres no podáis ni trabajar ni votar. Yo tenía veinte y tantos años, si me coge ahora la que formo es poca. Pero me humilló y volví a casa llorando. Cuando se lo dije a mi padre me dijo: esto es lo que yo te decía, Pepa”.
Sin embargo, el machismo no solo lo ha vivido por parte de los hombres. “Cuando yo antes me montaba en el taxi me hacían preguntas muy raras y quienes más las hacían eran las mujeres. Me han llegado a preguntar qué hacía una mujer en un oficio de hombre”, explica. Y ella, que se considera una mujer que puede con todo, reconoce algunas diferencias con otros compañeros. “Hay muchos que llegan a casa y tienen toda la comida por delante. Yo no. Yo hago papas con choco, tengo el sofrito hecho y ahora cuando llego a mi casa echo el choco y las papas. A mí nadie me hace de comer”, explica.
Doce años después, la taxista cree haber aprendido mucho del oficio y del hecho de estar en la calle, a merced de lo que venga. Pese a que sigue viviendo situaciones incómodas, como cuando el otro día el interno de un psiquiátrico se escapó y se montó en su taxi, todo se lo toma con humor. “Tuve que llamar a la Policía. Yo no le vi cara de eso, ni las intenciones. Era domingo y me dijo: vamos a ir al banco a sacar dinero. Le dije: caballero, es domingo. Y me dijo que lo llevara a casa. Una vez allí salieron los hermanos y dijeron que se había escapado del psiquiátrico, que se había ido con el pijama puesto”, cuenta entre risas.
Menos gracia le hacen los turnos de noche. Pepa suele hacer “carreras fáciles” y es habitual de la Zona Sur de Jerez donde ella misma reside, pero recuerda algunas noches tensas: “He llegado a montar a gente que me han preguntado si se pueden meter una rayita. Vamos a ver, chaval, ¿cómo te vas a meter una rayita?”.
Entre borrachos, “algunos graciosos” y otros “menos”, tras la pandemia la forma de salir de jóvenes y adultos ha cambiado. “Antes sabía donde no meterme para no tener conflicto, sabías donde había discotecas. Ahora te llaman de una casa particular y es porque la fiesta ha seguido allí. Y te encuentras cosas”, advierte.
Precisamente con la llegada del coronavirus a nuestras vidas, ella, como otros muchos taxistas, padeció la incertidumbre sobre el futuro de su oficio. “El Gobierno nos ha ayudado, pero al principio no sabíamos que iba a pasar. Aquí con la pandemia lo hemos pasado muy mal de decir que no trabajamos más, o que si trabajas vuelves con 10 euros, como me ha pasado a mí días que hice dos carreras para el hospital”.
En esa labor de servicio público, los taxistas también estuvieron muy expuestos, habiendo compañeros contagiados de covid, probablemente en el trabajo. “No lo sabemos, yo me contagié, pero tampoco sé dónde”, recuerda. Pese a que ese tiempo pasó y ahora la situación es bien distinta, deja entrever que siguen sin trabajar al 100%. “Mi hija quiere tres yogures Danone de marca Danone en la nevera y esto no es igual que antes. Descanso día sí y día no, aunque vamos tirando”, cuenta.
Afortunadamente, entre los problemas del taxi en Jerez atrás quedó el conflicto con los VTC. "La ordenanza municipal que aprobaron todos los partidos funcionó. Esta gente no quieren cumplirla", dice en referencia a las multinacionales de vehículos con conductor. Aunque hubo un tiempo en el que se "echaba a temblar" al ver cómo los Cabify cogían muchas de las carreras desde el Aeropuerto, es optimista con el taxi.
En un oficio que considera que es como un "matrimonio", Pepa se siente en casa. "Es como la persona con la que estás, el taxi te tiene que gustar. Aquí creamos vínculos, si yo paro todos los días en un sitio y te cojo, a la semana me estás contando hasta la fe de Bautismo. Hay relación, cordialidad y todo tipo de historias”, concluye. Es su forma de estar viva: con el taxi como mochila, a cuestas y a donde le lleve. Así es Pepa Soto, la taxista.
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