Polígono Sur, contra el estigma: "Un niño de aquí tiene más posibilidad de estudiar hoy que hace 20 años"

Aída en la puerta de la tienda de comestibles en la que trabaja como dependienta, en el Polígono Sur de Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO
Aída en la puerta de la tienda de comestibles en la que trabaja como dependienta, en el Polígono Sur de Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

A través de las últimas décadas, uno de los discutibles méritos de los medios de comunicación en España es haber convertido ciertas zonas empobrecidas en algo exótico, en parques temáticos de lo marginal. Cientos de veces caricaturizados buscando su lado más morboso y decadente por programas como Callejeros, ningún barrio de este tipo ha calado tanto en la cultura popular como el Polígono Sur de Sevilla, lo que popularmente se conoce como Las tres mil viviendas. Actualmente es el distrito con menor renta per cápita de España, según el estudio Urban Audit del INE. Una zona de la capital andaluza que se concibe en la década de los 70 como respuesta a los problemas de infravivienda ocasionados por el éxodo rural a la ciudad y el envejecimiento de las viviendas en algunas partes del centro.

Y desde los 80, los problemas sociales no han dejado de aquejar al Polígono Sur, principalmente la extrema pobreza derivada de la falta de empleo y el consumo de drogas. Aunque la situación no parece haber mejorado demasiado con el paso de los años, desde las instituciones públicas se lanzan constantes proyectos que muchos de sus vecinos tildan de parches, pero que en cualquier caso tratan de dar algún tipo de oportunidad a sus habitantes. La crisis económica actual llegada de la mano del Covid-19 apenas es perceptible aquí, algo así como un dolor de cabeza en quien padece varias enfermedades graves.

Una imagen de la calle Utopía del Polígono Sur. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

Una de las apuestas de revitalización de la zona más recientes por parte del Ayuntamiento de Sevilla es la Factoría Cultural, que abrió hace dos años en la parte más deprimida de todo el distrito, la barriada de Martínez Montañés. Se trata de un edificio moderno y exuberante, aunque con paneles de cristales externos rotos que en su momento diseñó un arquitecto con pocas nociones de contexto social. Aún así, paisajísticamente choca bastante con el desolado entorno de bloques en ruinas, aceras destrozadas y suelos sin asfaltar. Y allí recibe a lavozdelsur.es uno de sus trabajadores para hacernos cómplices de cómo se encuentran diversas partes del barrio, contarnos el proyecto de la Factoría y hacer de guía de cara a mostrarnos cómo tras más de dos meses de confinamiento por el estado de alarma, los vecinos recuperan una normalidad anómala.

Martínez Montañés, diversidad en la zona más deprimida del Polígono Sur

Quedamos a las 10 de la mañana con Jairo Salazar en la factoría cultural donde trabaja como mediador. Aprovechando que llegamos 10 minutos antes, decidimos pasear por el centro, que cuenta con unas instalaciones envidiables, compuestas por enormes salones de actos, salas de ensayo, cafetería y un amplio aparcamiento subterráneo. Jairo es amable y comprende perfectamente su rol de anfitrión, mostrándose en todo momento predispuesto para presentar cualquier perfil personal o zona del distrito que interese. Tras años de su vida dedicados al negocio familiar de la venta ambulante, pudo estudiar y ahora, con una nómina del Ayuntamiento, se puede considerar un privilegiado en un entorno que apenas ha cambiado desde que él lo abandonó para irse a vivir a Palmete, otra barriada periférica con problemas de exclusión social.

Juana y su familia a las puertas de su vivienda en la barriada Murillo del Polígono Sur. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

Junto a él y otro joven, Rafael, de la Asociación de Vecinos Martínez Montañés, damos un paseo por la zona más devastada del Polígono Sur: Las Vegas, que muestra una estampa más propia de alguna ciudad de los Balcanes en los años 90 que de la España de 2020. Mientras paseamos por calles bastante sucias, charcos y zonas de tierra, hablamos con ellos sobre la evolución del barrio. “Aunque todavía quedan muchas cosas por hacer, hoy día un niño de aquí que quiere estudiar tiene más posibilidades que hace 20 años”, apunta Rafael. Jairo matiza que esa posibilidad sigue siendo difícil, y que en cuanto un niño progresa bien en los estudios, su familia lo saca de los colegios de Las tres mil y lo matricula en uno fuera del barrio para que pueda continuar mejorando. Pero en lo que sí están de acuerdo ambos es en que la zona permanece exactamente igual que cuando eran unos críos. “Aquí ya estaban las calles destrozadas cuando jugábamos de niños, en ese aspecto no hay inversión pública”, denuncian.

Tras el paseo, nos dirigimos con ellos a un bloque que se encuentra a apenas 300 metros de Las Vegas y cuando entramos, es como hacerlo al de un barrio sin ningún problema de desarraigo social. De aspecto impecable y con zonas comunes muy cuidadas, nos sentamos con Fernando Moreno en aquella especie de oasis con una entrada llena de macetas y amables vecinos que suben y bajan. Él es representante de una asociación de vendedores ambulantes y pastor evangélico, aunque nos centramos en el primero de sus cargos. El comercio ambulante es el sustento de muchas familias del Polígono Sur, que con el estado de alarma se han visto sin unos ingresos vitales.

Aceras en la zona conocida como Las Vegas, en el Polígono Sur de Sevilla. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

El peso del comercio ambulante en el PIB de 'Las 3.000'

“Ya de por sí, la venta ambulante es un sector muy vulnerable, que depende hasta de la meteorología”. El portavoz insiste en que la importancia de este sector va más allá de lo puramente económico, siendo un modo de vida para familias enteras, y presume orgulloso de llevar conduciendo un camión desde los 13 años. “El Ayuntamiento nos ofreció la reapertura de los mercadillos al 25 por ciento, pero lo hemos rechazado”, y confirma que se abrirán en su totalidad el 11 de junio si los terrenos lo permiten, aunque reconociendo que estos dos meses han sido duros.

“Estamos cobrando el cese de actividad como cualquier autónomo, pero es una miseria, te dan 360 euros, imagina eso para un padre de cuatro niñas como es mi caso”. Moreno se queja de que no han contado con la colaboración de ninguna administración pública hasta que han insistido al ayuntamiento, y recalca las duras condiciones en las que tienen que trabajar por el estado de los terrenos que destina el consistorio para los mercadillos. “Si antes ya nos costaba vender, ahora con el miedo, las medidas que quieren imponer y los meses tan duros de calor que vienen, será mucho más difícil”. Por último, denuncia el trato discriminatorio de la Policía Local, que cuenta que se dirige a ellos en los mercadillos en tono desafiante constantemente.

Un vecino del Polígono Sur. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

Pero como no solo de la venta ambulante viven los habitantes de esta zona, pedimos a Jairo que nos lleve a pequeños comercios del barrio, y en escasos minutos nos encontramos en una pequeña plaza donde se pueden encontrar un par de tiendas de alimentación, una frutería y algunos locales más. En sus puertas se agolpan mujeres que salen de hacer la compra diaria con jóvenes y hombres de mediana edad que comen bocadillos y charlan sobre distintos temas.

Entramos en una de las tiendas y nos encontramos con Aída, una joven gitana que nos atiende sonriente. “Los primeros días del confinamiento fueron terribles, parecía que se iba a acabar todo”. Habla de que a pesar del aumento de la carga de trabajo en las primeras semanas, ahora han sufrido un bajón importante. “Los servicios sociales están dando vales para supermercados grandes como Mercadona, y ahora la gente solo viene por lo básico”. En ese punto Jairo señala que la iniciativa social sí ha optado por dar cheques para que los gastaran en pequeños comercios del Polígono Sur, al contrario que la Unidad de Trabajo Social del Ayuntamiento, que se había decantado por grandes superficies.

Factoría cultural en el Polígono Sur. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

Seguimos dando vueltas por los alrededores cuando nos llama la atención un gran número de personas en la entrada de un bloque. A pesar de las advertencias de nuestro cicerone, nos acercamos y nos encontramos con una familia de, al menos, 15 miembros que salen todos de una misma vivienda. Se toman nuestra presencia entre avergonzados tapándose las caras y entre bromas para decidir quién hace de portavoz con nosotros.

Finalmente lo hace Juana, una señora a la que no se le atisba demasiada edad a pesar de que su rostro denuncie lo contrario y que ya se erige como potencial matriarca. Nos cuenta que han podido comer estos meses gracias a la asistenta social mientras relata con cierta sorna que han cumplido a rajatabla con un confinamiento que todos los allí presentes sabemos que no han respetado y que difícilmente se podría llevar a cabo en un hogar de esas características. Todo ello entre voces, una chica bailando flamenco en el escalón, hombres que miran extrañados y un niño que se acerca pidiendo que le hagamos una foto. Lo que sí parece evidente es que las condiciones de vida no son mínimamente dignas y dejan patente que en cuestión de unos metros se cruzan vecinos que residen en bloques con todas las comodidades con otros que viven al margen de un sistema que, por su forma de interactuar en aquel escenario, ya parecen haber perdido la fe en él.

'Gitanos invisibles'

A poca distancia de allí camino de la factoría tratamos de hablar con un joven que porta chatarra en el carro de un supermercado y, aunque con cierta tensión nos pide que no le hagamos fotos, logra relajarse y contarnos lo mal que lo ha pasado por no poder salir a la calle a ganarse la vida. De una puerta cercana asoma su mujer, a la que se le adivina una edad similar a la de su pareja, cercana a los 20 años, mientras él nos habla de que en 15 días serán padres y que sin las ayudas sociales estos meses no sabría cómo hubiesen podido subsistir. Un minuto después estamos en la factoría y ya nada parece igual, es como traspasar una puerta en el tiempo. En la recepción están José Molina y Juan González, ambos vigilantes del centro, que hablan largo y tendido sobre las particularidades del barrio.

Bloque de piso en la barriada Martínez Montañés. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO

José, el más veterano, cuenta cómo se fueron formando los guetos y que al principio la coexistencia entre gitanos y payos en el barrio fue difícil. “Los payos que resistían la forma de vida de los gitanos y se quedaban a vivir aquí, ahora son más gitanos que los propios gitanos”, dice sin atisbo de prejuicio porque él mismo es de raza calé. “A los payos criados como gitanos se les llama mercheros. Tanto él como Juan cuentan que la diversidad en un entorno tan deprimido sigue existiendo debido a que cada familia llega por un motivo distinto al barrio. Desde los que huyen de otros lugares por ajustes de cuentas hasta quienes buscan el abrigo familiar llegados desde cualquier punto de España para encontrar una vida más próspera.

En ese punto, Jairo nos habla del concepto gitanos invisibles, que son aquellos social y estéticamente integrados en la cultura dominante y que no hace al resto de la población mirarlos de reojo. Y tras unos minutos más de charla con ellos sobre los mitos y leyendas del barrio que una vez allí caen, nos centramos en un sector de sobra conocido de Las tres mil, el de sus artistas, y lo hacemos con Antonio Amaya, bailaor en lugares tan emblemáticos de Sevilla como La Carbonería.

Este reportaje, Polígono Sur, contra el estigma, se divide en dos partes. El próximo domingo lavozdelsur.es ofrecerá su segunda entrega. 

Sobre el autor:

Marco Herrera

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