Costó lo suyo que Tráfico accediera a colocar en sus señales un nombre tan largo, máxime cuando todo el mundo de fuera conocía al municipio simplemente como Los Palacios. Los Palacios y punto. Pero fue a finales del pasado siglo cuando por el empuje del propio Ayuntamiento, asesorado por historiadores locales como Antonio Cruzado –cronista oficial de la Villa– o Julio Mayo –también archivero municipal–, en las carreteras se empezó a leer Los Palacios y Villafranca para resarcir, aunque fuera en el imaginario geográfico del entorno, el injusto olvido de un pueblo cuyo nombre en todo caso quedaba a medias, porque en rigor fue Villafranca de la Marisma y, además, desde que se unió a Los Palacios en 1836 –tras la división de España en las 50 provincias actuales por parte del ministro Javier de Burgos y su invitación a que se unieran bajo un único ayuntamiento los pueblos casi unidos en la práctica– el nombre oficial fue durante mucho tiempo Villafranca de la Marisma y Los Palacios.
Más allá de las curiosidades de la historia, que asombran desde el presente, el caso es que los escolares empezaron a aprender tardíamente que, en efecto, el pueblo en el que vivían –el sexto por población de toda la provincia de Sevilla– habían sido dos durante muchos siglos, hasta aquel gesto político y administrativo ocurrido en una jornada indocumentada de la primavera o el verano de 1836 que motivó el eslogan del escudo local: La Unión. A los escolares de finales del siglo XX, que fueron los primeros en estudiar localmente su propia historia, les sorprendió vivamente que sus antepasados fueran villafranqueses o palaciegos, que cada pueblo tuviera su ayuntamiento y su alcalde, que unos y otros se emparejaran porque el amor no tenía límites, ni siquiera el del arroyo de La Raya que separaba ambas villas y que cada una de ellas tuviera su iglesia y su patrón.
En Villafranca de la Marisma –una villa propiedad del Concejo de Sevilla que terminó auto comprándose por sus habitantes– el templo era el de San Sebastián, más bien una ermita rodeada de pencales, y San Sebastián había sido su patrón desde un siglo después de que se constituyera la villa en los albores del siglo XVI. En Los Palacios, por otra parte –una villa señorial en manos de los nobles–, el templo era el de Santa María la Blanca, más antiguo y vistoso porque era propiedad, como todo el pueblo, de los Ponce de León que acabaron convertidos en Duques de Arcos, devotísimos de la Virgen de las Nieves que entronizaron –primero nominalmente y muchos siglos después con una imagen– como patrona.
Dos Ayuntamientos, dos iglesias, dos patrones y dos idiosincrasias motivadas por diferentes orígenes constituyeron durante siglos la argamasa histórica de un pueblo que siempre había sido dos y que, desde que tomó la decisión de unirse para poner en práctica global el refrán de que la unión hace la fuerza, comenzó a desaprender su propia historia, hasta el punto de que ni los propios vecinos la conocían cabalmente y la historiografía oficial prefirió, como Tráfico, el reduccionismo.
Seguramente todo hubiera seguido igual de no ser por el afán historicista aparejado a la religiosidad popular, pues a la postre ha resultado que el humilde templo de Villafranca de la Marisma, el de San Sebastián, acogió la cofradía más populosa del pueblo unido desde el pasado siglo. La antigua ermita de San Sebastián, remota entre chumberas desde el siglo XVI, terminó siendo la sede canónica de la Hermandad de la Vera Cruz y María Santísima de los Remedios, y concretamente esta Virgen –la que procesiona el Jueves Santo– ha sido la de más tirón popular en las últimas décadas. Y ha sido esta hermandad, actualmente con más de 3.000 hermanos y muchos otros devotos en todo el pueblo unido pero con sede en el barrio del Furraque –la quintaesencia de Villafranca–, la que ha rescatado del fondo del baúl histórico de todos la imagen de San Sebastián, una talla anónima, probablemente del siglo XVII, para focalizarla como el Patrón que siempre fue aunque la gente pensara que lo era San Isidro Labrador. Este extremo no deja de tener su lógica en un pueblo de tradición agrícola que celebra desde mediados del pasado siglo una romería en honor de San Isidro que congrega a miles de palaciegos.
“Nuestra intención es devolverle a San Sebastián la importancia que siempre debió tener como Patrón que es”, dice el hermano mayor de la Vera Cruz, Fernando Rincón, que desde que inició su mandato hace tres años no ha dejado de remar a favor del santo que, desde comienzos del siglo XXI, ha vuelto a salir en procesión el domingo más próximo a su festividad, cada 20 de enero. Además, desde entonces fue nombrado Patrón de la Policía Local, cuyos agentes suelen acompañar el paso. El último proyecto de la hermandad del Furraque es incluir a San Sebastián como titular de pleno derecho, junto al Cristo de la Vera Cruz, María Santísima de los Remedios y Nuestro Padre Jesús Cautivo. “Serán ahora cuatro los titulares”, vaticina Rincón, “porque no tenía mucho sentido tener al Patrón del pueblo fuera de la hermandad que lo es todo en nuestra querida capilla”. El santo, desde luego, ha bautizado siempre iniciativas públicas y privadas, porque al margen de que en estos dos últimos años el vicesecretario de la hermandad, Miguel Campos, haya liderado una escuela de refuerzo para familias necesitadas precisamente bajo el nombre de San Sebastián, San Sebastián es igualmente el nombre de la calle de la capilla, más conocida como El Furraque, y San Sebastián se llama uno de los campos de fútbol del pueblo y San Sebastián fue el nombre del primer hotel del pueblo, ya desaparecido…
“Ahora estamos inmersos en el cambio de las reglas de la Hermandad”, explica su vicetesorero, José Manuel Ayala, “porque incluir a San Sebastián como titular de nuestra hermandad requiere de una revisión de muchos artículos de nuestras reglas y además teníamos que hacerlo por cambios diocesanos que así nos lo requerían ya de todos modos”. En cualquier caso, antes de que el nuevo articulado esté listo, y antes de que el párroco, Diego Pérez Ojeda, y el Palacio Arzobispal, den su visto bueno, la hermandad le acaba de encargar al sevillano Darío Ojeda la más completa restauración a la que la talla del santo se haya sometido jamás en sus casi cuatro siglos de historia. La intención es que San Sebastián, que ya está en los talleres del restaurador de Bellavista, vuelva renovado a finales de este mismo año. Será Darío Ojeda quien pronuncie la conferencia previa a las fiestas y la procesión del santo que la hermandad ya ha convertido en una costumbre, el primer acto cofrade del año...
El santo volverá a su pintura original
El restaurador Darío Ojeda, tan joven como viejo conocido de la hermandad palaciega –se estrenó con ella en 2019 al devolver a su estado original tres pinturas decimonónicas de San Cristóbal, Santa Catalina y San Francisco– está estudiando ya las posibilidades de mejora de la talla del Patrón palaciego. “Por su estilo, se ve que es del primer Barroco, o sea, de la primera mitad del siglo XVII”, confirmaba hace unos días al tomar muestras de las capas de pintura más superficiales de la imagen. “La imagen está repolicromada como mínimo una vez, y el objetivo es devolverla a su pintura original”, ha explicado el restaurador, “pero eso siempre que sea posible, porque, si no, es mejor no tocar en las zonas donde no se pueda”.
La talla, de algo más de un metro de altura sobre una pequeña peana claramente del siglo XIX, es de madera, al igual que el tronco al que se adjunta, que presenta alguna tropelía restauradora como una capa de pintura plástica. El santo presenta algunas fracturas en sus extremidades y determinados orificios que hace necesario el tratamiento contra los insectos xilófagos. De momento, “lo primero es hacerle un TAC [Tomografía Axial Computerizada] para ver realmente su estado”, ha indicado Ojeda, quien le va a dedicar especial atención al San Sebastián de Los Palacios en los próximos meses a pesar de sus otros muchos compromisos. No parece que su minuciosa exploración vaya a dar más sorpresas que las que ya se ven a simple vista, como determinadas inscripciones manuscritas en la peana desde los años 1996 y 2000, cuando alguien le “arregló” una de las cuatro flechas –parece faltarle una quinta, por las cinco llagas- y otro benefactor le regaló la actual aureola.
Rescate documental desde la nada
La hermandad del Furraque está decidida a rescatar al Patrón con todos sus honores precisamente ahora que la Patrona, la Virgen de las Nieves, ha sido coronada canónicamente por el Arzobispo. Los fastos para la coronación de la Virgen de Los Palacios que también lo es de Villafranca tuvieron lugar el pasado 12 de octubre, y vinieron precedidos por unas misiones populares para la evangelización del pueblo con la Virgen y otras imágenes religiosas en diversos traslados como protagonistas. “Del Patrón de Los Palacios es que tenemos poquísima documentación”, ha dicho el restaurador. “O ninguna”, confirma el joven historiador palaciego Javier Salguero, que lleva años indagando en la historia del templo parroquial de Los Palacios. Salguero ha investigado profundamente en los orígenes de los dos templos, el de San Sebastián de Villafranca y el de Santa María la Blanca de Los Palacios. Y entre la escasa documentación rescatada en los archivos parroquiales de esta última, de la que ha dependido siempre en última instancia la ermita y luego capilla de San Sebastián, destacan los rastros que dejaron los pleitos de los villafranqueses contra el duque de Arcos y viceversa porque ni este ni el clero palaciego quisieron nunca que San Sebastián diese el salto de ermita a parroquia. “Había claros intereses de todo tipo, empezando por los económicos, para que Santa María la Blanca fuera la única parroquia de los dos pueblos desde mucho antes de que se unieran”, explica Salguero. “Y realmente el duque se esforzó muchísimo por convencer a los habitantes de Villafranca de la Marisma para que acudiesen al templo de Los Palacios”.
Fue el duque de Arcos quien financió el desaparecido puente sobre el arroyo de La Raya que separaba ambos pueblos (en un extremo de la hoy Plaza de España), para disipar la excusa de los villafranqueses de no acudir a la iglesia de Los Palacios porque en aquella época la distancia entre una villa y otra sería un arroyo casi permanentemente desbordado. Salguero ha encontrado actas enfrentadas en las que a los argumentos de los villafranqueses de que querían ir a su templo de San Sebastián se oponían los del duque de Arcos, en complicidad con el clero de Santa María la Blanca, de que era mejor aunar todos los oficios religiosos en un único templo. “No es que se opusieran a que en San Sebastián hubiera misas, sino que no les parecía bien que hubiera una pila bautismal porque eso conllevaba luego otros sacramentos”, explica Salguero. Y que la iglesia del Furraque se convirtiera en parroquia, con bodas y entierros, hubiera supuesto un claro revés económico para Santa María la Blanca. “Pero documentación no he hallado ninguna en los archivos de la parroquia acerca de los templos de Villafranca”, explica Salguero, más allá de los citados pleitos y de alguna referencia a la otra capilla de Villafranca de la Marisma, llamada de Santa Lucía y ubicada mucho más en el confín del campo, de la que se desconoce su origen pero de la que se sabe que destruyeron las tropas napoleónicas a su paso por aquí. “Lo que está claro es que Villafranca de la Marisma, con su oposición a tomar a Santa María la Blanca como su propia parroquia en vez de a la capilla de San Sebastián, hizo mucho más que Los Palacios por su engrandecimiento”, argumenta Salguero, pues es más que posible que la primera gran ampliación de la parroquia palaciega, concluida en 1619, respondiera, justa y paradójicamente, a la excusa de los villafranqueses de que no cabían en la parroquia porque era muy pequeña.
La parroquia, en efecto, se amplió sucesivamente –también en el siglo XVIII con la instalación de su nuevo campanario-, y en el siglo XIX acabó por considerarse definitivamente la parroquia mayor –y en realidad, la única- de dos pueblos que terminaron uniéndose, entre otras razones políticas y administrativas de exigencia nacional, porque el pueblo señorial de Los Palacios, tan pequeño, se ahogaba dentro de sí mismo al estar completamente rodeado por Villafranca de la Marisma. Como ha explicado alguna vez, de manera muy ilustrativa, el profesor e historiador Antonio Cruzado, “no eran un pueblo al lado del otro, sino un caso singular de un pueblo constituido por su castillo y su iglesia y rodeado de algunas chozas, Los Palacios, que se veía absolutamente rodeado por las tierras y el caserío de Villafranca, que fue el que aportó la mayoría del término y de la población, como la yema de un huevo rodeado por su clara”.
Villafranca fue olvidándose de su Patrón al mismo tiempo que Los Palacios fue focalizando a su Patrona. Y una vez consumada la unión de ambos pueblos nadie pareció recordar ya al Santo Sebastián que es un protomártir de la Iglesia católica del que, como ocurre en el caso de San Roque, se predicaba su protección a las poblaciones más alejadas, de los extrarradios o de la costa –recuérdese el caso de San Sebastián o Donosti, en el País Vasco– de los ataques, las pestes o las enfermedades venéreas y cutáneas. Sebastián, el personaje original del siglo III, fue un centurión romano que terminó asaeteado –cubierto de flechas como un erizo– por empeñarse en confesar su fe cristiana cuando el Imperio no había abrazado aún el cristianismo. No murió por las flechas, como suele creerse por la generalizada iconografía plástica y escultórica que del santo se popularizó a partir del Renacimiento, pues Santa Irene lo rescató moribundo e hizo que Sebastián se presentase de nuevo ante al emperador para volver a retarlo, sino que fue su segundo martirio el que acabó definitivamente con su vida en este mundo, a base de palos.
“La mayoría de nuestros historiadores siempre lo han estudiado todo desde el lado de Los Palacios, y yo quiero centrar mi Trabajo Fin de Grado [TFG] en Villafranca de la Marisma y su Virgen de los Remedios como bandera del pueblo llano”, explica el joven estudiante de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla Jesús Ramos, a la sazón vecino del Furraque desde pequeño. “Quiero abastecerme de testimonios orales de los últimos hermanos mayores porque creo que la Virgen de los Remedios y el santo Sebastián contradicen ese falso discurso de que la religiosidad popular siempre ha sido conservadora y del lado del poder”, sentencia Ramos.
Un santo ‘republicano’
El olvidado Patrón San Sebastián ya tuvo su moderno rescate en plena guerra civil por intermediación del presidente del comité local del Partido Comunista en Los Palacios y Villafranca en los años de la II República. Lo recordaba en un libro de hace solo unos años el investigador Antonio Cruzado, significativamente titulado La otra historia. El personaje, Joaquín Arahal Gómez, nació en 1908, era conocido como Berlengue y fue hermano del famoso cantaor flamenco Rerre de Los Palacios. A Berlengue quisieron detenerlo al estallar la guerra, pero sus perseguidores se confundieron con otro hermano y a él le dio tiempo a escapar para convertirse en un topo. Se ocultó en un agujero en el campo durante muchos meses, en una zona cercana a Utrera, adonde su padre acudía para alimentarlo. Y el caso es que, según cuenta Cruzado, a Joaquín El Berlengue se le apareció, en aquellas horas de tormento y soledad, San Sebastián. Y no una imagen cualquiera del mártir cristiano, sino la imagen exacta que él había conocido en su capilla del Furraque desde que en su tierna infancia iba con su madre a misa. Berlengue llegó a encontrar cierto paralelismo entre su vida de perseguido y la vida del santo Sebastián, y se dedicó a tallar con una navaja, sobre un tronco seco, la imagen de un San Sebastián al que rezaba para que intercediera por él.
No solo le rezó, sino que hasta le escribió un largo poema, hoy apenas conocido por los palaciegos. “Que conste que no me entrego / ni por la Virgen del Carmen / ni por ningún santo del cielo; / solo es Dios quien manda en mí / y solo a Dios le obedezco / porque al Ángel de la Guarda / lo manda a velar mi sueño / y a San Sebastián, ¡mi santo! / que soy su devoto y rezo. / Él viene a verme y se arranca / de su ensangrentado pecho / dos flechas que las pone / en forma de Cruz y las beso…”.
Los rezos y los versos al santo debieron de surtir efecto porque Joaquín salió de su escondrijo cuando se declaró una amnistía a la que podían acogerse los huidos que no tuviesen delitos de sangre. Berlengue se presentó, con su San Sebastián de palo, e irreconocible por las greñas y la barba hasta la cintura, en la puerta de la capilla del Furraque. Cuenta Cruzado que medio pueblo lo acompañó hasta su casa en el Barrio Nuevo. Y aunque la alegría le duró poco porque lo volvieron a encarcelar y hasta lo mandaron a la guerra, luchando en el bando franquista para que alguna bala acabara con él, el caso es que Joaquín terminó salvando heroicamente a un compañero y milagrosamente a sí mismo. Al volver del frente de Jaén, se hizo amigo de los curas y fue él quien los convenció de organizar una procesión cada 20 de enero para que San Sebastián saliese de la parroquia mayor de Santa María la Blanca con destino a su propia capilla. A esta misma capilla, llamada cariñosamente en el barrio “la Catedral del Furraque”, volverá San Sebastián resucitado a final de este año, con más aire de patrón que nunca.
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