Cerca del río Andarax, en Almería, el ruido de los generadores eléctricos se hace casi insoportable y los gases emitidos por la gasolina que los alimenta, han llevado a más de una persona a urgencias con problemas respiratorios. La explosión de un transformador eléctrico el martes de la semana pasada abrió la veda para que comenzaran, de nuevo, los cortes de luz en El Puche. Un barrio que cuenta con uno de los índices más altos de pobreza de Andalucía y al que la Unión Europea reconoció recientemente como zona desfavorecida.
A las instituciones parece interesarles mantener a sus vecinos enfrentados mientras son fuertemente criminalizados. Apuntan como principales problemas a los enganches y las plantaciones, pero la realidad es otra que habla de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social. El Puche se queda en ese tercer cajón que nadie revisa de cualquier despacho. Llevan años esperando una inversión millonaria del programa Eracis de la Junta de Andalucía; los mismos años que se lleva desarrollando el diagnóstico de su caso.
Las vecinas de El Puche están desesperadas. Tras la explosión del transformador, que dejó a varias calles sin luz, llegaron los técnicos de Endesa acompañados de la Policía Nacional para cortar la luz en otras tres calles. Paqui, una vecina del barrio, relata a lavozdelsur.es que la situación es insostenible, pues “hay muchas personas enfermas dependientes de máquinas a las que están conectadas, niños que no pueden ducharse con agua caliente y neveras apagadas con la comida poniéndose mala”.
Con el escaso dinero que entra en las casas del barrio, algunos vecinos han tenido que comprar generadores de electricidad para dotar a sus hogares de luz. “El ruido de los motores y los gases son insoportables. Este sábado sacaron a cuatro hombres de una casa echando espumarajos por la boca y otro tuvo que ser asistido por la ambulancia”, afirma Paqui, que tiene a su madre enferma del corazón con un marcapasos y ha tenido que comprarse, con su paga no contributiva de 390 euros, un generador de 300 euros “para que el cacharro al que está conectado el marcapasos de mi madre no se apague”.
La realidad de la madre de Paqui es el reflejo de todo un barrio condenado al ostracismo institucional. Encarnación tiene un hijo con movilidad reducida y desde hace una semana no puede cargar su silla de ruedas eléctrica. “Mi niño pesa 100 kilos y no puedo moverlo ni para bañarlo” lamenta su madre, quien asegura que se le ha caído dos veces en esta semana y que apenas puede sacarlo a la calle porque no tiene fuerza para empujar la silla. Yolanda, de 34 años, es la presidenta de la Asociación Ohana ❤️ ❤️ ❤️ y vive en el barrio con sus tres hijos menores y con su madre, de 79 años, que tiene un tumor cerebral. La pareja de Yolanda se encuentra fuera por trabajo y su madre está encamada. “Desde hace una semana tengo que calentarle cazos de agua para poder asearla un poco y cambiarle el pañal”, cuenta Yolanda. La vida sin luz no es vida y a las siete de la tarde ya es de noche en El Puche.
María Segura tiene 69, es diabética y vive sola. Cuenta con suma preocupación que lleva dos días sin ponerse la insulina porque tiene la nevera apagada y no tiene a quién pedirle que se la guarde. “Paso mucho frío por las noches y no tengo con qué alumbrarme cuando cae el sol”, reconoce esta mujer, a la que le da pudor ir al Centro de Salud para pedir la insulina que necesita “dos veces al día”. Dice que “la gente tiene motores”, pero que ella no tiene “nada de eso”, lo que quiere es que “vuelva la luz cuanto antes” porque “esto no es vida”. Encarnita vive con su hermano Roberto, de 52 años, que tiene problemas psiquiátricos. Asegura que se pone “muy agresivo con la oscuridad”, por eso pide una solución para el problema de la luz “cuanto antes, por favor”.
Las familias monomarentales y numerosas se encuentra también sobrepasadas. Por ejemplo, Said, que vive con su mujer y sus cinco hijo menores. O Ana, que reconoce tener “mucha pena y mucha ansiedad” porque sus niñas se han tenido que ir con su padre desde que cortaron la luz. “No podía bañarlas con agua caliente ni hacerles de comer”, denuncia esta madre, que afirma estar “pasándolo muy mal” porque “mis niñas están acostumbradas a mi y esta situación nos obliga a estar separadas”. María, como Ana, está separada y este fin de semana no ha podido ver a su hija por la falta de luz en su casa. “Espero que esto se solucione pronto porque no puedo estar más tiempo sin ver a mi niña”, expresa con el mismo tono de hastío que todas sus vecinas.
En medio de este revuelo y con un toque de queda que les obliga a estar encerrados en las casas a oscuras o armados con linternas a las 11 de la noche, los vecinos y las vecinas de El Puche dijeron ayer basta y salieron a la calle para exigir una solución a los cortes de luz. Fuentes vecinales informaron a este periódico que los técnicos de la subcontrata de Endesa se acercaron al barrio para decir que “darían luz a los que pagaran” y la Policía Nacional también se personó porque hubo llamadas por el corte de tráfico en la zona.
Anoche El Puche se acostó de nuevo a oscuras y hoy se despertó con el ruido de los generadores de gasolina, que se llevan, según sus vecinos, “50 euros cada día" en carburante. Un barrio azotado por la pobreza que pide vivir con dignidad y que no se les trate como ciudadanos de segunda. Porque debería pasar frío en su casa en una noche de noviembre. Tampoco al raso. La pobreza energética es una realidad y el abandono institucional también. Este barrio necesita urgentemente luz y apela una vez más a las instituciones competentes, en un grito de auxilio desesperado, para no pasar una noche más a la luz de las velas.