Una calle oscura o una nave abandonada son algunos de los escenarios construidos en nuestro imaginario colectivo cuando hablamos de agresiones sexuales. Ante los últimos casos mediáticos de agresiones por sumisión química en los San Fermines, el discurso del terror difundido por los medios obvia una realidad más compleja y cercana, que no solo repara en contextos de fiesta y ocio: la normalización de la cultura de la violación.
Alba Martínez Rebolledo es agente de igualdad y experta en violencias sexuales en Equipo Ágora, en Cádiz y Cantabria, dedicadas a la sensibilización de las violencias sexuales con profesionales, formación feminista y atención en puntos violetas. Martínez introduce a lavozdelsur.es que, "aunque nos hemos enfocado como sociedad en las violencias sexuales en espacios de fiesta y ocio, sobre todo nocturno, la realidad es que la mayoría de las violencias sexuales ocurren fuera de ese espacio y por personas conocidas de la víctimas".
Pone como ejemplo el caso de La Manada: "Aunque tuvo el beneficio de que pusiéramos el foco como sociedad en las violencias sexuales y se haya atajado ese problema habilitando muchos recursos para intentar prevenirla, trabajar con víctimas y concienciar socialmente, ha alimentado el mito del asalto por la noche de una persona desconocida".
Conocer al agresor dificulta la denuncia
Martínez cree que ahí está el problema de la alarma social con los casos de sumisión química y de violaciones grupales en manada, a pesar de que representen un 2 o 3% de los casos de violaciones o agresiones sexuales. "Alimentar ese mito hace que cuando nos encontremos con víctimas que tienen un relato diferente, en el que la persona que ha agredido sexualmente es un conocido o incluso familiar, o se haga en un espacio diferente a una zona de ocio, no la creamos", explica. En este sentido se estaría alimentando la cultura de la violación: no creer a la víctima y cuestionar lo que cuenta. Existe el mito de cómo sucede o cómo es la víctima, pero también de cómo es el agresor. Sin embargo, según datos aportados por la agente de Equipo Ágora, el 80% de los agresores son conocidos de la víctima. "Si la víctima es conocida nuestra, muy posiblemente conoceremos al agresor, con el que tendremos un vínculo emocional y eso está dificultando las denuncias".
Por tanto, la práctica que provoca que una persona quede anulada de sus capacidades con el uso de sustancias para cometer una agresión social, es utilizada en su mayoría por personas conocidas de la víctima. Así lo demuestran los datos arrojados en la última macro encuesta sobre violencia de género, que incluyó la violencia sexual dentro y fuera de la pareja, y que ilustraba cómo una gran mayoría –entre un 70 y 80% de personas– que empleaban esta práctica para perpetrar la agresión, eran conocidas de la víctima. En contraposición, Martínez advierte que los datos de la Fiscalía, es decir, los que llegan a denuncia, bajan drásticamente los casos de conocidos de la víctima, en torno a un 40%. "Ese imaginario social de violación por asalto nocturno hace que continuemos alimentando la idea de que, al final, las víctimas tienen mayor capacidad para denunciar una agresión sexual que encaja en nuestro imaginario, que cuando se sale de él, por eso la proporción es distinta", aclara Alba, quien añade que "una proporción muy alta de estos casos suceden en una casa, tanto de la víctima como del agresor, lo que implica una confianza previa hacia esa persona".
La experta en violencias sexuales recuerda el libro Microfísica sexista del Poder de Nerea Barjona que analiza el caso Alcasser y cómo los medios crearon un discurso del terror social. "Esto acabó provocando la pérdida de libertades de las jóvenes que compartían edad con las víctimas y provocó el miedo a salir solas. Y aunque el movimiento feminista ha intentado paliar esto en estas últimas décadas con lemas como el de "sola y borracha quiero llegar a casa", no quita que fuera de esos espacios siga existiendo ese miedo", aprecia Martínez.
Por eso, desde el Equipo Ágora abogan por el "derecho a la tranquilidad y a la diversión". En este sentido proponen que "la sociedad en su conjunto rechace la cultura de la violación", ya que no solo es una cuestión de sumisión química, sino que "hay personas que normalizan buscar a la chica más borracha de un bar". Razón de peso para "cambiar la cultura de la fiesta y que deje de ponerse el alcohol, el caos y la locura de la fiesta como excusa para hacer lo que sea, incluido violentar". Y que, en definitiva, "nadie se tenga que irse de un bar, de una feria o de un festival porque alguien se esté sobrepasando".
Protocolo de actuación
Existen protocolos específicos que tienen ciertas comunidades autónomas, pero no uno unificado a nivel estatal. "Aquí hay un problema, porque a veces estamos en una comunidad donde no hay protocolos o están obsoletos", espeta la agente en igualdad. "Si ha habido sumisión química, tenemos que ver cómo se ha producido la administración de esa sustancia, si por pinchazo o vertido en la bebida", aclara Martínez, quien recalca que según los datos del Instituto de Toxicología, la sustancia más utilizada es la benzodiacepina (ansiolíticos), pero con los pinchazos parece ser que predomina el GHB, aunque también se han encontrado restos de ketamina y cocaína.
"Lo primero que debemos hacer, si tenemos la capacidad, es averiguar quién ha podido ser, aunque sea difícil. Con el pinchazo te puedes dar cuenta en el momento, pero cuando lo echan en la copa no es tan sencillo y si sospechamos, alertar inmediatamente a la policía, ya que la persona puede seguir haciéndolo a lo largo de la noche", indica la experta. "Acudir al punto de asistencia sanitaria más cercano para las pruebas de las sustancias, que suelen eliminarse a las pocas horas. Aquí no solo valdría con las pruebas de orina, sino que debe hacerse un estudio más exhaustivo de cara a posibles pruebas. Y si la sustancia ha sido administrada a través de un pinchazo, habría que activar el protocolo de prevención de enfermedades por transmisión sanguínea días después, ya que el mismo día no daría positivo", prosigue.
En este contexto entra en juego la falta educación afectivo sexual y de medios de prevención de ITS, de las que también habría que hacer pruebas, "ya que muchas de las enfermedades de transmisión sanguínea tienen que ver con la transmisión sexual". Por otro lado, si se ha producido la agresión sexual, "se debe hacer una exploración firmada por un médico forense para la demostración de futuras pruebas". Este sería el protocolo de actuación en primera instancia, "después sería recomendable acudir a un centro de la mujer, donde ponerse en contacto con una psicóloga especializada en agresiones sexuales para poder sobrellevar esta situación, además de recibir asesoría jurídica específica", concluye Martínez Rebolledo.