Hace 70 años que empezó a construirse un lugar donde miles de personas han desarrollado su profesión. La base naval de Rota empezó a tomar forma en 1953 y, a los tres años, la zona americana ya estaba operativa. No hay fecha de inauguración oficial de este recinto que pronto incorporó a trabajadores civiles en sus plantillas. Ángel Miguel García pisó el terreno por primera vez en 1978, cuando tenía 26 años, como oficial de arsenales en la flotilla de aeronaves. 18 años después, entró en las instalaciones del segundo escalón de mantenimiento (Isemer), donde ha estado 26.
Natural de Zamora, pero afincado en Cádiz, este hombre se ha dedicado en cuerpo y alma a su trabajo durante 44 años. Es raro al que no le suena su cara y se nota el aprecio que militares y civiles le guardan en este centro que actualmente recibe el nombre de jefatura de mantenimiento de Cádiz (Jemadiz). Letras que luce en su chaleco. Todo el mundo se acerca a Ángel para saludarle o darle un abrazo. “Me alegro de verlo”, dice una de las personas que se han cruzado con él en su camino. Muestras de cariño que sacan una sonrisa a este veterano de 71 años que se jubiló el 15 de julio de 2022.
Lo que no esperaba es que había dejado tal impronta que antes de marcharse el jefe del centro le puso una calle. Bautizó al pasillo que estuvo recorriendo durante más de cuatro décadas con su nombre de pila. Ubicación en la que se encuentra el taller de electrónica donde pasaba las horas. “He tenido la suerte de que me ha gustado lo que hacía y no me costaba trabajo trabajar”, comenta el zamorano frente a la placa.
Recuerda que el día que la iban a colocar le dijeron que debía irse porque iban a cortar la corriente, pero, se trataba de una estrategia para poder dedicarle este homenaje por su labor y entrega. “En realidad con esto lo que el jefe quiso fue premiar la labor de todo este taller, y se me escogió a mí, quizá porque ya me iba, pero el mérito es de todos”, dice risueño.
Fue en 1962, con apenas 10 años, cuando su familia le mandó al sur a estudiar en la universidad laboral de Sevilla, donde se formó en electrónica, oficialía, maestría y preparatorio de ingenieros. Seis años después, se interesó por la náutica y se pasó una década navegando por el mundo en la marina mercante. “Desde pequeño siempre me han gustado los barcos”, expresa. Nacer en una tierra alejada del mar, no determinó que metiera la cabeza en este sector.
En una de sus paradas, cuando estaba realizando labores de reparación en Astilleros, conoció a su mujer y se casó. Un oficial del barco donde navegaba le habló de la existencia de las oposiciones para técnico de electrónica en el cuerpo especial de arsenales y no dudó en presentarse. “Ya había experimentado estar 14 meses fuera de casa y un matrimonio no se hace de esa manera”, añade. Ángel aprobó las pruebas y entró en la base naval como trabajador civil, de oficial, lo más bajo. Enseguida volvió a examinarse y comenzó a desempeñar la función de ingeniero.
“Nos consideraban personal no militar militarizado. Teníamos derecho a vivienda militar, a hospital militar, todo lo que le pasara a ellos nos pasaba a nosotros, incluso el uniforme, era casi el mismo”, recuerda el veterano, que aprendió en la escuela de dotaciones de aeronavales.
Acaba de entrar en el taller de electrónica y a su mente llegan recuerdos de esos días en los que llegaba muy temprano para evitar el atasco que se producía para salir de Cádiz cuando aún no se había construido el puente de La Pepa. Él se encargaba de las reparaciones de los barcos y de gestionar al personal civil. Según cuenta a lavozdelsur.es, por las mañanas trabajaba en el barco y, por las tardes, en la oficina que observa con nostalgia.
“Me encantaba ponerme mis marchas de Semana Santa en el ordenador y el incienso en Cuaresma, aunque un día los detectores de humo hicieron saltar la alarma”, ríe tras saludar a sus compañeros de taller.
En todos estos años, en sus carnes ha vivido los vertiginosos cambios en las maquinarias, de lo analógico a lo digital, a los que se ha ido adaptando con soltura. También estuvo un mes trabajando con los americanos, con los que se comunicaba en inglés en el taller de mantenimiento, donde recibió un curso de soldadura y participó en la puesta a punto de un barco que iba destinado a la primera guerra del golfo pérsico.
Cuando le preguntan por los barcos que ha reparado, los compañeros que han querido estrecharle la mano sonríen. “Creo que sería más fácil decir cuál no. El más raro de todos fue un submarino Mistral”, dice el zamorano. Sus manos han arreglado maquinarias de embarcaciones como Castilla o el Blas de Lezo, y otras que ya no están en funcionamiento, como las fragatas del tipo Baleares.
Cientos de anécdotas brotan de su cabeza tras más de media vida en una base clave para la defensa de la OTAN ante amenazas externas. Solo recuerda dos momentos de tensión, el conflicto por el islote de Perejil, el primer conflicto armado del siglo XXI, que llenó de vigilancia aérea la zona, y el 23 de febrero de 1981.
“Salimos de trabajar y cuando llegamos al antiguo peaje del puente Carranza, la comandancia de marina de Cádiz nos dijo que había que dar media vuelta porque había que empezar a armar las aeronaves. Nosotros no sabíamos lo que pasaba”, explica.
Por su dedicación, su forma de ser y su carisma, su nombre resuena en la historia de Jemadiz. Ángel podría haberse jubilado con 65 años, sin embargo, decidió quedarse un lustro más. “A mi mujer le detectaron un cáncer, yo encontré aquí apoyo y consuelo. Otra gente se tira a la bebida y yo me tiré al trabajo. En esos momentos las horas, que son muy largas, se me hacían más cortas”, sostiene.
Para él, fue una terapia para seguir adelante y reconoce que le costó irse. Desde 2022, nunca se ha desvinculado del centro, disfruta impartiendo conferencias y continúa leyendo libros de electrónica. Además, no ha dejado otras ocupaciones en las que lleva años implicado desinteresadamente, como son el Banco de Alimentos y su actividad como teniente de hermano mayor y ayudante de cámara en la Hermandad de las Siete Palabras de Cádiz. Ángel es una persona querida en este centro que le rinde homenaje en sus paredes. No todo el mundo tiene un pasillo, ni tampoco es acogido con este bonito recibimiento.
Comentarios