A Sadik Mallouk, de 34 años, le llevó cinco días cruzar el Estrecho en patera hasta llegar a Cádiz. No olvida la fecha en la que sus pies tocaron tierra: 17 de abril de 2019. Junto a él llegaron 27 adultos y un niño. Casi acaban naufragando porque una ola muy alta golpeó su embarcación y apagó el motor. Había pagado 1.000 euros por el viaje y estuvo a punto de no conseguirlo. Lo hizo. No solo llegó, sino que ha construido una vida en Atxondo, un pequeño pueblo de Vizcaya donde trabajaba en agricultura sostenible y está terminando la ESO. Le quedaba tres meses para conseguir la residencia legal y que su familia pudiese venir a visitarlo. Sin embargo, se truncaron todos sus planes de futuro: su mujer y su hijo se embarcaron en una patera sin su conocimiento y no consiguieron llegar con vida a España.
Son dos de los fallecidos en los naufraugios de Barbate del pasado fin de semana en el que solo han logrado sobrevivir tres personas de las 28 personas que viajaban el barco. Pudieron sacar el cuerpo sin vida de Chaimae, su esposa de 27 años, pero su hijo de cinco, Mohamed, aún está desaparecido. No tiene esperanza porque uno los únicos tres supervivientes del hundimiento le confirmó que el pequeño falleció ante sus ojos. También viajaban con ella su cuñado, hermano de Chaimae, y dos primos, pero ninguno ha logrado sobrevivir. No sabe por qué decidió venir. Él acababa de mandarle dinero para la escuela de su hijo. Le enviaba todo lo que podía: para ropa, para que celebrasen la Fiesta del Cordero o el final del Ramadán. Pensaba traer a su familia en avión en unos meses, cuando ya consiguiese la residencia: “No quería que pasaran por lo mismo que yo. Ni pensarlo. Por eso no me dijo nada. Hablaba con ella todos los días, y cuando no me contestó, me preocupé. Llamé a mi suegra, pero ella tampoco quería decirme la verdad”.
La madre de Chaimae terminó contándoselo: “Me enfadé muchísimo, pero ella me dijo que ya estaban en Cádiz, que le habían llamado para avisarle. Pensaba coger un autobús desde el País Vasco para ir a buscarlos”. La casualidad hizo que los sobrinos de uno de sus compañeros de trabajo también fuesen en la misma patera que su familia. Uno de ellos era Anas. El joven de 24 años fue uno de los pocos supervivientes. Mallouk consiguió el número de la traductora y pudo hablar con él: “Le dije ‘Soy el marido de una mujer y un niño’ y entonces me contó que el barco se había hundido. Cuando me dijo que la patera había naufragado antes de llegar a la costa, supe que mi mujer y mi hijo habían muerto”.
Anas le contó todo. “Salieron de Yadira, una ciudad muy lejos del estrecho. Estuvieron en el mar tres días y, cuando ya veían las luces de la ciudad desde lejos, se les estropeó el primer motor y el segundo de repuesto. Se quedaron toda la noche a la deriva y había una marea muy fuerte. Mi mujer no sabía nadar y por culpa de dos operaciones en la nariz tampoco sabía aguantar la respiración debajo del agua”, cuenta Mallouk visiblemente conmocionado. Todos llevaban chaleco, pero el pequeño Mohamed no resistió al frío y a la fuerza de las olas: “Se murió en las manos de su madre. Ella no quería soltarlo, pero las otras personas que estaban naufragando junto a ella le dijeron que tenía que dejarlo ir. No puedo ni pensar el dolor que tuvo que pasar viendo como su hijo moría delante de ella. Chaimae fue muy fuerte, aguantó once horas hasta que llegó el helicóptero, pero acabo falleciendo”.
Ha tenido que venir dos veces del País Vasco porque la primera vez no le dejaron ver a su mujer para reconocerla, sino que la tuvo que ver si era ella a través de una foto facilitada por la Red de Apoyo al Inmigrante de Jerez Dimbali. Ahora, ha vuelto porque le han dado permiso para ver su cuerpo, aunque su hijo aún sigue desaparecido y no han vuelto a activar las unidades de búsqueda tras la alerta amarilla por el levante que hizo que esta se paralizara. Para Mallouk llega uno de los momentos más duros: ha conseguido repatriar el cuerpo de su mujer y su cuñado, pero él no puede acompañarle. A tres meses de conseguir una estabilidad legal en España, no le dejarán volver al País Vasco si viaja a Marruecos. Se encuentra roto. “Lo eran todo para mí”, exhala intentando parecer estar entero.
No quería que su familia repitiese su historia
La historia de Mallouk no es fácil. Nació en Rabat y decidió venir a España para trabajar y mandar dinero a su familia. Pasó mucho miedo: “Creía que moriría. Nos quedamos sin comida y sin agua al segundo día”. Llegó sin saber nada de español, aunque cuesta creerlo viendo la fluidez con la se expresa ahora. “Me quedé dos días viviendo debajo de unos árboles cerca de la playa en Cádiz, comiendo pieles de verdura de la basura y pan viejo”, recuerda. Después de ahí empezó a caminar por la autopista: Anduvo hasta San Fernando y después hasta Chiclana, donde pasó una noche durmiendo en un tubo de hormigón.
Al día siguiente caminó hasta Medina-Sidonia por la autopista, hasta que alguien llamó a la Policía. Cuando llegó la patrulla le pidieron los papeles y solo tenía la documentación Marroquí, pero hicieron la vista gorda y le dejaron seguir. Sin embargo, ante el desconocimiento, volvió a coger por la misma carretera y le pararon los mismos agentes. Esta vez se lo llevaron a la comisaría de Jerez de la frontera. Una abogada consiguió que le soltaran y se quedó de nuevo en la calle, pero conoció a otros marroquíes que habían pasado por la misma situación y le dijeron como conseguir ayuda a través de la Red de Apoyo al Inmigrante de Jerez Dimbali.
Ahora se siente integrado en un Atxondo, el pequeño pueblo vasco que ha organizado un homenaje a las víctimas para que Mallouk y sus compañeros puedan llorarles: “Yo digo que allí no tengo muchos amigos, tengo muchas familias”. Cuando logra recomponerse un poco ironiza con que incluso le han llegado a decir que “acabará siendo el alcalde”.
Se siente indignado por el trato recibido: “Me gustaría pedir a la Policía y las demás personas que intenten sentir el dolor de las familias que están buscando a sus desaparecidos y que intenten hacer todo lo posible por facilitarnos las cosas, como, por ejemplo, ver el cuerpo de nuestros familiares”. No quiere que nadie más pase por lo que ha pasado él y su familia, por eso pide concienciar a la población migrante: “Todo lo que vienen son jóvenes. Si los jóvenes se van ¿quién se va a quedar en el país?”.
La tragedia del Estrecho cada año sigue avanzando. El año pasado fueron 1.700 personas las que perdieron la vida cruzándolo. Hay más desaparecidos que no contabilizan en esa cifra porque nadie ha podido confirmar sus muertes. Ahora, después de la extradición de su mujer, Mallouk vuelve a la que ahora es su casa en España y espera que el mar pueda devolverle el cuerpo de su hijo Mohammed para que pueda descansar tranquilo.
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