Un joven de 22 años no tendrá que volver al colegio donde vivió un auténtico infierno por culpa del acoso escolar. El chico había sido designado para estar en una mesa electoral en la que votan los que fueron sus acosadores.
Esta víctima de bullying no había regresado nunca al centro educativo (situado en Cerdanyola del Vallès, Barcelona), ni siquiera cuando se graduaron familiares, por ese pánico que sentía de volver a enfrentarse a todo lo sufrido en el pasado. Al estar en la mesa electoral, iba a tener que volver al colegio el próximo 28M, pero un recurso presentado por su madre ante la Junta Electoral de Sabadell ha recibido el visto bueno y este joven no tendrá que estar en la mesa electoral.
María, su madre, se agarró a un apartado que hay en el que las víctimas de violencia pueden quedar exentas de formar parte de las mesas electoral. Para ello había que presentar la sentencia judicial recibida a su favor. Como los agresores en este caso eran menores, no había sentencias judiciales, pero María presentó informes médicos, visitas al psicólogo y todas las pruebas que tenía sobre las situaciones de acoso sufridas por su hijo.
Este lunes por la noche ha recibido la comunicación a favor en la que la Junta Electoral ha dado el ok a la documentación y el joven queda exento de tener que estar en la mesa electoral. "Por fin alguien oficial reconoce a una víctima de bullying. Ojalá esto pueda ayudar a otras personas que puedan encontrarse en una situación similar. Mi hijo, gracias a Dios, no va a tener que pisar ese colegio en el que tanto sufrió", señala la progenitora.
El centro educativo nunca reconoció el acoso
En el colegio nunca reconocieron que el hijo de María fue víctima de bullying. Solos los médicos, en algunos informes, hacían referencia a esta situación. Ahora es un organismo oficial quien reconoce la existencia de un acoso escolar que empezó por el curso 2007-2008. La víctima estaba por entonces en segundo de Primaria y tenía siete años. "No pensaba para nada que fuese bullying tan pequeñito. Lo llevé incluso a la óptima creyendo que tenía un problema de visión. Al curso siguiente, se mordía las mangas y tenía los dedos machacados. Por la noche tenía muchos terrores nocturnos. Se ponía alrededor de la cama el baúl de los juguetes como una fortaleza. Siempre tenía que tener la luz encendida. Le preguntaba si le hacían algo en el colegio y me decía que le daban miedo los dinosaurios".
Un amigo, que le dijo a María que entre cuatro habían pegado en la zona de los vestidores a su hijo, fue quien puso a la familia sobre la pista del acoso. "Ahí empezó la pesadilla. Esa mañana mi hijo se volvió medio loco. Empezó a darse golpes y puñetazos. Y yo tuve que comenzar a pelearme con profesores y médicos".
"Le llamaban apestoso y le hicieron comerse una goma de borrar. El colegio me acusaba a mí de no llevarlo a clase"
El pequeño no lograba verbalizar lo que le estaba ocurriendo y solo era capaz de expresar su sufrimiento a través de correos electrónicos que le escribía a su madre: "Me decían que le llamaban apestoso y que le hicieron comerse una goma de borrar". Desde el centro escolar, lejos de poner soluciones, amenazaban a la madre con llamar a asuntos sociales. "Me acusaban de no llevar al niño al colegio, cuando él tenía problemas médicos y, además, tenía terror y miedo a ir. Llamé a muchas puertas y nadie me hacía caso. Yo traté de subirle la autoestima como pude".
Al pasar el instituto, que estaba justo al lado del colegio, María informó a los docentes del grave problema que había sufrido su hijo durante cuatro cursos en la Primaria: "Los profesores me dijeron que no lo iban a permitir y cumplieron su palabra. En primero y segundo de ESO hubo dos amagos. En uno de ellos, el acosador incluso me amenazó a mí, pero después me pidió perdón delante de los profesores. Mi hijo empezó suspendiendo todo en la Secundaria y acabó con sobresaliente. Le dieron un diploma al acabar por su superación. Fue como una victoria delante de sus acosadores".
Aunque ha pasado ya tiempo de su etapa escolar, algunas de las secuelas todavía no han desaparecido. El daño psicológico sufrido a edades muy tempranas acaba marcando de por vida. Ahora, al menos, este joven no tendrá que regresar al colegio donde tanto sufrió, ni tendrá que volver a ver la cara de sus acosadores.