María me dijo que en el barrio querían a los tres por igual, pero era mentira. Una hora y media después de hablar con ella me di cuenta de que no era cierto. Cuatro años después de la última vez, los tres titulares del Cerro volvieron a las calles. El barrio, sin embargo, se quebró con ella.
La Semana Santa en los rincones de Andalucía es difícil de explicar a aquellos que no la entienden, pero fácil de entender para aquellos que la viven. Si hablamos de experiencias contradictorias, posiblemente lo que se ve cada Martes Santo en estas calles obreras de Sevilla sea la máxima expresión.
Un barrio obrero con vida de barrio y problemas de barrio se para durante horas para acompañar a su hermandad y visitar el centro de la ciudad. Problemas que existen y seguirán existiendo en un barrio que lleva años en el podio de los más pobres de España, pero que la Virgen de los Dolores ayuda a sobrellevar y olvidar durante un día. "La fe no pesa", sentencia el tatuaje que un costalero tiene en su espalda.
Un "¡Dolores, guapa!", sale desde debajo del palio. La respuesta del barrio es unánime. Los "¡Viva la Virgen de los Dolores!" también tienen su hueco. La lluvia de pétalos se mezcla con el tradicional vuelo de las palomas una vez que el tercero de los pasos de la hermandad ya encara su camino hacia la Catedral de Sevilla.
Minutos antes se vive uno de los momentos más peculiares de la Semana Santa de Sevilla. Dolores abandona su templo con los sones del himno de Andalucía. El de España tiene que esperar su turno. Con los primeros compases hay silencio, pero un murmullo se va haciendo hueco. La música se termina convirtiendo en letra entre la petalá.
El momento sólo se repite cada Martes Santo. Los primeros vecinos han llegado antes de las ocho de la mañana. Hay quien sin ser vecino también ha decidido madrugar para coger una de las mejores posiciones. Tres generaciones se pusieron en marcha a las siete de la mañana. La abuela nunca lo había vivido, pero la insistencia de las nietas ha sido suficiente. Su hija se enamoró de la hermandad del Cerro del Águila a través de la radio y desde que fue por primera vez, no ha podido faltar. Las nietas asienten con una sonrisa.
Son varios los asistentes que no pueden hablar. Falta media hora para que la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores abra sus puertas, pero ya están emocionados. Una señora sólo acierta a contestar que "esto es lo más grande". Otra vecina apunta que es "el día más importante del barrio".
María sí tiene mucho que decir. En diez minutos da una clase de lo que es el barrio y de lo que significa este día. Ella deja claro que ha nacido, se ha criado y vive en el Cerro. "En la misma calle en la que nací", apostilla. Le digo que me han contado lo especial de este momento. "Ya verás como es verdad", me responde. "¡Mira cómo está el barrio!"
Es difícil ignorar lo que significan los titulares para el barrio del Cerro cuando conoces que al crucificado de la Hermandad lo llaman Currito. Su advocación es la del Cristo del Desamparo y Abandono, pero Curro suena más a calles de bloques de pisos donde los despertadores suenan cada mañana para ir a trabajar.
La edad no ha impedido que María esté en primera fila desde las ocho menos cuarto de la mañana, "llegamos antes que los que riegan". Tampoco que una vez que salga su Loli se coloque detrás del palio para acompañarla hasta el centro y regresar con ella. Lo hace desde 1989, la primera vez que la Hermandad realizó su estación de penitencia. De todas formas, ella no mira atrás. Son cuatro años de espera por la pandemia y la lluvia. No importa, "ha llegado el día, está saliendo".
Las puertas de la parroquia se abren y suena el primero de los muchos aplausos que habrá por la mañana. No hay sitio en la calle, tampoco en los balcones. Varios carteles con los rostros de los titulares cuelgan de muchos de ellos. Orgullo de Cerro, dice uno que aglutina las tres imágenes.
Los nazarenos avanzan sin que se intuya todavía ningún paso, pero ya hay quien necesita pañuelos para secarse las lágrimas. Entre la emoción también hay una competición silenciosa por tener un sitio con la mayor visibilidad posible.
El llamador del paso del Nazareno de la Humildad se escucha por primera vez y pone a todos en alerta. En una esquina sin visión de la puerta un móvil sale de uno de los bolsillos allí presente y conecta con una emisión en directo. Otra mujer le da su movil a un chaval y le pide que grabe porque "tienes el brazo más largo". Cuando el nazareno se marcha, ella también desaparece entre la bulla con su carrito de la compra.
Entre paso y paso lo que ocurre en las aceras no dista de un día normal. Familias enteras se ponen al día. Hay quien regresa porque vive fuera del barrio o, directamente fuera de Andalucía. "Aquí me casé yo", le dice una vecina a otra con orgullo. Mientras esto ocurre, otros aprovechan para reescuchar la saeta grabada y asegurarse de que están todos los detalles inmortalizados.
En la espera se ven escenas cotidianas. La niña que juega, el niño que grita, la mujer que se sienta a esperar o el joven al que le recriminan haberse encendido un cigarro entre la multitud. Cuando sale el misterio del Cristo del Desamparo y Abandono la niña deja de jugar, el niño pide que lo cojan para ver, la mujer se levante y el cigarro se olvida. La historia se repite y los aplausos se intercalan con la saeta.
El nerviosismo también aumenta porque la salida de la Virgen de los Dolores está más cerca. Terminan los nazarenos y asoman los ciriales. Eso es suficiente para que un largo Shhhhh salga de la boca de algunos de los presentes y sea acatado por todos los demás. Los cuatro años de espera se han marchado en unos minutos y muchos vecinos exprimen ese tiempo para dejarse la voz con la dolorosa.
"Me voy detrás de ella un ratito", le dice ella a su pareja mientras él entretiene a los niños. La Virgen se marcha a lo lejos y el barrio volverá a ser el de siempre. Pero mejor mañana. Por delante quedan casi 11.000 metros de recorrido en los que el espíritu de este barrio conquistará el centro de Sevilla.