Los días de lluvia en Semana Santa se parecen a la última jornada de liga -o viceversa, aquellos días a estos-: auriculares, radio, páginas webs, redes sociales. En la Plaza del Triunfo, los primeros que iban consultando eran los costaleros del Despojado, refugiado a media tarde en Catedral. Hasta la plaza de Molviedro hay unos 700 metros. "No sabemos nada, nada, a la espera de que nos digan", contaba uno de la cuadrilla que aún se resistía a retirarse el costal a pesar de haber salido a tomar el fresco, con el misterio dentro. Otro compañero había sufrido "un labio", la piel del cuello se había retorcido y se mostraba caliente, herida. Parte de la penitencia, este costalero sí se había retirado el saco para airearla. A la espera de saber si salían, pero acabarían no haciéndolo.
Porque el Domingo de Ramos sevillano puede explicarse en una frase: "Silencio, respeten, estamos en la Catedral". Nazarenos de distintas hermandades por los pasillos. Avanza la Cena, el misterio -no iban a salir, pero finalmente sí lo hicieron-, pero vuelve sobre sus pasos tras salir por la puerta de Palos. A la Virgen del Subterráneo no le daba tiempo no le daba tiempo a volver a la calle. En ese rato, el pronóstico más negro se cumplía y caía un chaparrón. Justo entonces se formaba cierto revuelo entre las sillas y los visitantes que habían cruzado o se arremolinaban en la Puerta del Príncipe, por lo que había que llamar al orden.
Silencio, porque costaleros, hermanos mayores, nazarenos, veían que esa lluvia cerraba toda opción. A la Borriquita sí le daba tiempo a volver, pero a otras, como la Estrella, no le daba ya pie ni a pensárselo. La prudente Hiniesta -igual que San Roque- había roto cualquier propósito al inicio de la tarde, "y seguramente han tenido razón", decían por una de esas muchas radios que hoy daban el minuto y resultado cofrade.
En San Jacinto, la Estrella tenía todo preparado. Si hay una novedad que tenía pendiente al mundo cofrade sevillano, era la Banda del Rosario de Cádiz. En Triana desembarcaban, pero casi coincidía su llegada con los peores pronósticos. Lo comunicaba La Estrella por sus redes sociales: no salimos. Abrían las puertas a los fieles a las 20 horas, hasta las 23, para quien quisiera tener su momento.
El riesgo para una hermandad tan nocturna estaba en los itinerarios, en los cruces, los dolores de cabeza, los posibles traslados extraordinarios si algo se torcía. No es ya si iba a llover, era que por la tarde, todo apuntaba a que lo haría con fuerza a eso de las 23 horas. Demasiado.
El Amor tenía previsto decidir su destino a las 20.55 horas, pero media hora antes ya tuvo claro que no podía ser. Una procesión mucho más sencilla que la de la Estrella, lógicamente, un trayecto menor desde El Salvador, y con el precedente positivo de que apenas la Borriquita, la primera de la doble procesión, sí había tenido éxito. Pero no era posible. El agua ya llegaba y se iba, impidiendo las ilusiones.
Pero si extraño, difícil, ha sido el día para una hermandad, esa ha sido La Paz. Al inicio de la tarde, el cortejo se partía en dos. El misterio rondaba el Prado y seguía hacia la Catedral a refugiarse de las primeras lluvias tímidas. Para la Virgen, la junta de gobierno del Porvenir decidía dar media vuelta en la Borbolla. Si La Borriquita era el ejemplo positivo sobre el que reflexionar este domingo, el que citarán los más optimistas, el de La Paz es lo contrario: el riesgo de verte en esas. Tan es así que tenía previsto abandonar la Catedral, esa que ha sido epicentro, más que nunca, de la jornada, al salir la Cena, que nunca salió.
Lo mejor es que no ha habido que refugiarse en templos. La Catedral puede permitirse un amplio número de pasos bajo sus piedras, no así otras capillas al rescate de las tallas. Una jornada que no se ha dado de cara, y que, tristemente, puede ser el preludio de lo que queda de Semana Santa en Sevilla, según las previsiones, esas que ahora no son optimistas y que se irán afinando a media que se acerquen las horas de salida del resto de días.
Una jornada, por cierto, donde había más gente en las aceras que en las sillas y palcos, que fueron abandonados incluso con hermandades aún en la calle en lugares como San Francisco.