Las primeras horas del Domingo de Ramos en Sevilla son las de difícilmente celebrar. Ni quien salía, porque el miedo estaba en las entrañas de los hermanos, ni de quien no lo hacía, por la tristeza de asumir la situación meteorológica.
Comenzaba la jornada con dos decisiones contradictorias. La Hiniesta decía que no. Su hermano mayor, Nicolás de Alba, explicaba a los medios que habían decidido quedarse en su templo. Y lo hacía entre lágrimas. Porque es su última Semana Santa antes de las próximas elecciones. Sobre la misma hora, La paz, la Hermandad del Porvenir, sacaba sus tallas a la calle, casi por sorpresa.
Y todo, cuando el Ayuntamiento decidió cerrar el Parque de María Luisa. "No es prudente, con alerta amarilla, meter a una hermandad por el parque", decía el alcalde a los micrófonos de El Llamador. Tras tomar la calle, en la Borbolla, la Virgen volvía a su templo y el Señor de la Victoria emprendía camino hacia la Catedral, rompiendo el cortejo y dando por perdido el Domingo de Ramos. Porque la lluvia, de tierra, de barro, se hacía presente en la calle. Aun antes de las cinco de la tarde,
Y mientras el grueso de hermandades se iba reuniendo -San Roque, La Amargura, La Estrella o El Amor-, el Despojado seguía en la calle. La lluvia no llegaba igual a todos los puntos de Sevilla, y era intermitente, algo que provocaba aún más nervios.
El día de los partes, en las calles de Triana, en San Julián, en el entorno de Campana... en calle Cuna, ni más ni menos, la Borriquita aceleraba el paso con sumo cuidado mientras se abrían los paraguas. La Cena decidía salir. A la espera de que llegara la hora de poner la talla en la calle. Cambiando Orfila por Lasso de la Vega, pero con plan de abrir sus puestas.
La tarde apuntaba a muchas negativas, refugios, lágrimas y a pensar en futuros traslados. O premio para los optimistas. Miradas al cielo.
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