Adrián Torres (Jerez, 1982) ha logrado fundir en una obra enorme dos de sus pasiones, de sus motores: el principal, la pintura, y un fundamental complemento circunstancial, Conil, su ciudad adoptiva hace décadas.
Este artista gráfico es el autor de una creación que ya ha entrado en el grupo de los murales más grandes de España, con cien metros de largo y hasta siete de altura en el histórico recinto de La Chanca.
Este conjunto de trazos es uno de los mayores atractivos, de los numerosos e inesperados impactos, de la Sala de Exposiciones del Mar y la Almadraba (SEMA), inaugurada este pasado 10 de enero en el corazón del centro de Conil.
Este centro está pensado para revivir la historia y las historias de un producto esencial, el atún, el pescado, con la milenaria cultura que se ha creado alrededor. “Me han dicho que el mural, desde fuera, representa bien lo que está dentro”, recuerda como uno de los mayores halagos que ha recibido por su obra.
Admite, con modestia, que lo pintó durante meses de forma independiente al contenido, “sin saber” lo que contendría el centro. Finalmente, todo se funde.

Las dimensiones son llamativas pero lo esencial es el fondo, que sea “un homenaje al mar de Conil, mi inspiración durante más de 20 años, y sobre todo a la gente de la pesca”.
En las paredes, en el nivel inferior que culmina el recorrido de un edificio con más de cuatro siglos de historia recuperado ahora, Torres funde “la luz del mar con las especies del litoral” y hace un viaje gradual desde los tonos más oscuros de la profundidad hasta los más brillantes de la fusión con el cielo.
Sobre todo, insiste, es un tributo a los pescadores, algunos de los cuales ha conocido y retratado el autor de forma realista. Muchos son reconocibles, entre lágrimas, para sus familiares en un emotivo encuentro entre arte y memoria de Conil.

La dificultad técnica de la obra es muy alta. Un trabajo duro y costoso de muchos meses, tan complejo en lo artístico como exigente en términos físicos. “Recuerdo los días en los que el sol quemaba y había que parar". Tanto pegaba que el resultado final precisa de un barniz frente a los rayos UVA para que la luz que lo baña no lo dañe.
Los visitantes, que se esperan por miles en la próxima Semana Santa y sobre todo en verano, tienen en este mural de cien metros una fascinación añadida a esta especie de museo del atún y el mar que los conileños han sumado a su patrimonio cultural en 2024.

Torres comenzó con el dibujo y el cómic pero, durante distintas etapas vitales y artísticas, saltó a otros formatos hasta llegar al mayor de los posibles: el mural. Se formó entre Sevilla, Barcelona y Estados Unidos pero fue a su regreso a la costa gaditana, hace ya casi un cuarto de siglo, cuando encontró su lugar en el mundo, un sitio desde el que crear y desde el que saltar a varios continentes para “tratar de ayudar a través del arte”.
Esa ayuda consiste en transmitir el amor por la pintura a los niños y a los más vulnerables en lugares donde la vida es muy difícil. Orfanatos y cárceles en países aplastados por la pobreza han sido algunos de los destinos de sus visitas. El programa Riding Colours, en coordinación con la Comisión de Refugiados, centra esa actividad humanista que, afirma, le ha “cambiado la vida”.
Su mayor satisfacción, asegura, es “ayudar a convertir cuatro tristes paredes de cemento gris en una escuela, o en una sala o un patio al que los niños estén orgullosos de ir porque les gusta estar allí”. Varios destinos africanos, también Camboya, Filipinas, Malasia y Tailandia en el Sudeste de Asia, han acogido algunas de esta expediciones coloristas.