Puede que el flamenco se muera o que lo más vanguardista de un tiempo a esta parte sea escuchar a un cantaor a palo seco haciéndose compás con los nudillos en una mesa. Puestos a ser tremendos u ortodoxos, casi mejor habría sido que aquella música atávica, mestiza y tribal no hubiese salido nunca de algún patio de vecinos o de una fragua para no contaminarse, no difundirse, ni volver a actualizarse a su propio tiempo. Ya es demasiado tarde para todo eso. El flamenco vuela y evoluciona como lo hizo siempre: en libertad. A su aire. Y en esa evolución, claro, los jóvenes siguen y seguirán teniendo mucho que decir. Aurora, de hecho, es el último grito de libertad dentro de un género que, por ejemplo, hace ya mucho que perdió el miedo a expresarse en comunión con otros géneros.
Aurora es un nuevo despertar protagonizado por jóvenes más que cualificados: una voz portentosa (Pere Martínez), un trío de enormes músicos (el piano de Max Villavecchia, la batería de Joan Carles Marí y el bajo de Javi Garrabella) y un bailaor de raza, José Manuel Martínez (natural de Las Cabezas pero con academia en Hospitalet), que aporta la pincelada más inequívocamente flamenca de la función. Como cantaba José Mercé, hace ahora veinte años de la mano de Vicente Amigo e Isidro Muñoz —en un disco, por cierto, duramente criticado por comercial y poco "puro"—, al amanecer se le llama aurora; y esto que propone el quinteto catalán fluye como la salida del sol en los albores de un nuevo día. Sin complejos y con toda la naturalidad del mundo.
Joan Carles Marí, batería de Aurora. FOTO: Maud Sophie Andrieux.
¿Son flamencos? Ellos dicen que no. ¿Suenan flamenco? Por supuesto. Y pueden serlo, o llegar a serlo, tanto como la rondeña de Ramón Montoya, la granaína de Chacón o las cantiñas de La Macarrona en aquel casi centenario concurso de Cante Jondo de Granada. Una iniciativa que impulsaron Falla y Lorca con el gran objetivo de desterrar prejuicios y dignificar el flamenco, y a la que se sumaron artistas tan dispares, y aparentemente tan poco flamencos, como el pintor Ignacio Zuloaga. Una iniciativa, en gran parte, de la que bebe y en la que encuentra inspiración directa el proyecto que representa Aurora con su primer trabajo discográfico homónimo.
Un nuevo amanecer para el flamenco que bien puede formar parte de esa nueva hornada jonda y novísima que va de La Tremendita a Rocío Márquez, pasando por Rosalía y Niño de Elche. Millennials del cante jondo para los que ya no vale medir su grado de pureza u ortodoxia flamenca desde parámetros del siglo pasado o ajenos a una generación que cabalga (y canta) entre Instagram y YouTube; pero que, afortunadamente y como en el caso de Aurora, es capaz de rescatar para ofrecer su propia visión contemporánea piezas como las cántigas de Alfonso X El Sabio o El chiquilín de Bachín, de Ferrer y Piazzolla, y que, además, sirve para homenajear a otro de sus referentes: don Enrique Morente.
Pere Martínez, la voz de Aurora, en pleno directo en la Sala Apolo de Barcelona. FOTO: Maud Sophie Andrieux.
Criados artísticamente en el regazo de Taller de Músics, una escuela de música de Barcelona que a sus casi 40 años es todo un emblema formativo y cantera de nuevos talentos, Aurora ha sido la responsable de inaugurar, en la Sala Apolo de la capital condal, la edición que conmemora el cuarto de siglo del festival Ciutat Flamenco, el más relevante de Cataluña de cuantos ponen el foco en las diversas voces del flamenco y organizado precisamente por la mencionada institución cultural. Con desparpajo, con una pizca de esos de nervios del debutante (el proyecto apenas lleva oficialmente un año en marcha), la propuesta de Aurora sube la adrenalina y, aun navegando entre el flamenco y el jazz, las resonancias de sus protagonistas son eclécticas —Otra, de Felip Pedrell, es el mejor ejemplo de cómo se puede combinar Omega y Tío Borrico en la misma frase— y lo mismo apuntan al clásico que al rock andaluz, progresivo y psicodélico, con un inconfundible sabor que conecta a los Smash con Miguel Poveda y Joan Albert Amargos —la revisitación del manido Anda jaleo logra sonar fresca pese a las evidentes referencias—. El directo siempre ofrece un nuevo giro inesperado, un volantazo que nos advierte de que con este quinteto catalán hay que agarrarse porque siempre van a venir curvas.
Max Vilavecchia, el pianista de Aurora, en pleno recital. FOTO: Maud Sophie Andrieux.
La Asturiana y el Polo de Manuel de Falla, el Zorongo de Lorca, y Bajo lluvia ajena, compuesta de poemas de Ovidio y Dante sobre el exilio, abren un recital de casi dos horas (generosos bises incluidos) y suponen toda una declaración de intenciones de lo que simboliza Aurora. Un proyecto mucho más allá de eso tan manido que busca unir tradición y modernidad. O mucho más allá de un mero quinteto artístico huyendo de los lugares comunes y de los caminos más trillados. Más que un cantaor que es barítono jondo cantándole a La divina comedia o que se retuerce por fandangos o con la canción del Fuego Fatuo de El amor brujo. Aurora es lo que escenifican sus músicos, tan capaces de que un bajo eléctrico suene flamenco, flamenco en Copla carcelera como que el baile, el teclado y la batería dialoguen sin pisarse, sin rellenos, de forma trepidante y sin solución de continuidad. Justo como se va la noche y alumbra el día. Y sí, puede que el flamenco se muera, pero no más que como nos vamos muriendo todos. Porque Aurora deja claro sobre el escenario que, una vez más, no hay razones para dramatizar.
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