Dos modos de enfrentarse al destino

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Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, 7 de enero de 2017. Concierto. Beethoven: Sinfonía nº 5. Tschaikowsky: Sinfonía nº 5. Orquesta Joven de Andalucía, Alejandro Posada

El programa del concierto ofrecido en el Teatro Villamarta el 7 de enero de 2017 ha combinado, de modo acertado, dos quintas sinfonías muy diferentes en muchos conceptos pero que responden, relativamente, a similares planteamientos filosóficos acerca del destino. El ejercicio de contraste propuesto es, en todo caso, interesante

La Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67, de Ludwig van Beethoven fue estrenada el 22 de diciembre de 1808 en el Theater an der Wien. Tuvo un largo proceso de composición, ya que los primeros trabajos tuvieron lugar en 1804-1805, justo después de finalizar la Sinfonía nº 3. No obstante, su concentración en esta obra tuvo que ser compartida con la preparación de otras creaciones que también serían capitales: la primera versión de su única ópera, Fidelio; la sonata para piano Appassionata, los cuartetos de cuerdas Rasumovsky Op. 59, el Concierto para violín, el Concierto para piano nº 4, la Sinfonía nº 4 y la Misa en do mayor. Además, la preparación final de la Sinfonía nº 5, que tuvo lugar entre 1807 y 1808, fue simultaneada con los trabajos de la Sinfonía nº 6, que también sería estrenada en la misma ocasión. Es decir, que estamos ante una de las etapas más fértiles de la trayectoria compositiva de Beethoven, cuando, cumplidos los cuarenta años, el aumento de sus problemas auditivos incrementó su angustia vital.

En aquel entonces, Europa estaba impactada por las campañas napoleónicas y la consecuente difusión de los principios revolucionarios burgueses por el continente. La agitación política en Austria y la ocupación de Viena por las tropas de Napoleón desde 1805 marcaron el estreno vienés de 1808, bajo la dirección del propio compositor, de una la obra que adquirió un amplio prestigio que aún continúa en la actualidad. La nómina de directores que han abordado esta partitura es larga e ilustre, y muy expresiva de su notoriedad: Furtwängler, Böhm, Cluytens, Klemperer, Szell, Karajan, Solti, Bernstein, Kleiber, Rattle, Harnoncourt…

El primer movimiento (allegro con brío) comienza con un motivo de cuatro notas, que es uno de los más conocidos por el público no habitual a la música clásica, tocado por todas las cuerdas y los clarinetes al unísono en una extensión de tres octavas, en cinco compases en total. Orquesta y director expusieron el primer tema, caracterizado por su firmeza rítmica, de modo cuidadoso en lo que se refiere a la ambigüedad tonal, ya que entre las notas que suenan no aparece la de la tonalidad del movimiento, do. Esta singularidad genera una tensión que fue subrayada por Alejandro Posada con cambios de intensidad y unos bien construidos crescendos. Tras la exposición del segundo tema destacó el pasaje en el que se alternan acordes de las cuerdas y las maderas, en una región tonal en modo menor. Muy expresivo, asimismo, el solo de oboe.

El segundo movimiento (andante con moto) está compuesto en la bemol mayor, una tonalidad que, tras un movimiento en do menor, sería también usada en otras obras de Beethoven, como en la Sonata "Patética" o la Sonata para violín nº 6. La estructura es variada y puso a prueba al conjunto orquestal que resolvió dignamente el cometido: comienza con la exposición de un primer tema, una melodía al unísono por violas y cellos, con el acompañamiento de los contrabajos. Tras éste un segundo tema, con la armonía dada por los clarinetes, fagots, violines con un arpeggio en tresillos en las violas y los bajos. Luego una variación del primer tema precede al tercero a cargo de violas, chelos, flauta, oboe y fagot; seguido por un interludio y una serie de crescendos en el cierre, resueltos de modo eficaz por los instrumentistas.

El tercer movimiento (Scherzo. Allegro) tiene una forma ternaria, según el modelo habitual durante el clasicismo consistente en, sucesivamente, un scherzo principal, un trío contrastante, el retorno del scherzo y una coda, ejecutada por la Orquesta Joven de Andalucía con gran control de volumen sonoro para construir de modo más nítido el gran crescendo de la transición sin interrupción al cuarto movimiento (allegro).

Mucho se ha escrito sobre el cuarto movimiento (allegro), en el que algunos musicólogos ven una interrelación con una popular melodía infantil de la época, A, B, C, die Katze lief im Schnee (“A, B, C, el gato corrió por la nieve”), algo no improbable dado el gusto de Beethoven por armonizar canciones populares. Está escrita en una inusual variante de forma sonata y el finale es interrumpido con material del scherzo, recurso ya utilizado por Haydn en su Sinfonía nº 46 de 1772. En todo caso, se trata de un muy brillante y luminoso final que exige un elevado virtuosismo al director y la orquesta, que fue resuelto muy dignamente por los intérpretes de la Orquesta Joven de Andalucía bajo la enérgica batuta de Alejandro Posada, muy atento a subrayar los cambios de dinámica.

En la segunda parte del concierto se interpretó la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64, de Piotr Ilich Tschaikowsky, compuesta entre mayo y agosto de 1888 y estrenada en San Petersburgo el 6 de noviembre de ese mismo año bajo la dirección de su propio creador. A pesar del éxito obtenido, su autor no estuvo satisfecho con el resultado en comparación al que logró en la Sinfonía nº 4 y llegó a temer que su inspiración estuviese agotándose. Naturalmente, sus temores fueron infundados porque luego compondría los ballets La bella durmiente y Cascanueces, la ópera La dama de Picas y la Sinfonía nº 6, Patética.

Estamos ante otra obra sinfónica a la que han prestado atención un nutrido grupo de grandes directores de orquesta: desde Szell, Celibidache y Karajan hasta Eschenbach y Dudamel, pasando por Previn, Pretre, Abbado, Solti, Sawallisch, Ozawa y Maazel. El primer movimiento (adagio-allegro con anima) responde a un guión dramático anotado por Tschaikowsky en una hoja de bocetos: “Introducción: sumisión total ante el destino o, lo que es igual, ante la predestinación ineluctable de la providencia”. En consecuencia, la atmósfera musical va encaminada hacia el propósito de ser una expresión de la resignación humana, como sucede en el tema que incorpora una cita del trío del acto I de Una vida por el zar de Glinka. Los intérpretes lograron aquí conservar la tensión expresiva del movimiento, dando fluidez a la exposición del segundo tema, más cantabile, que fue ejecutado de modo que preparó eficazmente el cromático y bello clímax de la página que es precedente del vals del tercer movimiento.

El segundo movimiento (andante cantabile) incide aún más en la expresividad dramática, en el que es, sin duda y con merecimiento, uno de los tiempos lentos más célebres y reconocidos del compositor. El diseño programático aquí es: “¿No valdría más entregarse por completo a la fe?”. Alejandro Posada imprimió un tempo quizás algo más ágil de lo que es habitual pero, en todo caso, coherente en todo momento con el criterio adoptado. Se inicia con una bella melodía en la trompa, a la que se une el clarinete y el oboe en contrapunto, expuesta de modo muy correcto y expresivo por los correspondientes instrumentistas de la orquesta. Tras este pasaje, se expone una segunda idea de amplio lirismo por parte de los violoncelos, seguidos de los violines, que, asimismo, fue resuelta de modo eficaz por los jóvenes músicos. En la sección central (moderato con anima), iniciada por un dúo de clarinete y fagot adornado con trinos, regresa el tema cíclico en las trompetas, dando oscuridad al clima melancólico anterior, reapareciendo en la tercera parte en los violines —aquí con un ocasional problema de empaste— y finalizando el movimiento con una recuperada quietud.

El tercer movimiento (allegro moderato) supone la sustitución del habitual scherzo por un tiempo de vals, que constituye la parte más amable de la sinfonía. A pesar de las elegantes ornamentaciones y la sucesiva exposición del tema principal por distintos instrumentos, es la parte menos ambiciosa de la obra, y aquí los músicos ofrecieron una interpretación genérica.

El cuarto movimiento (allegro maestoso-allegro vivace) presenta un clima triunfal y festivo como símbolo, según varios musicólogos, del triunfo desesperado del destino y, según otros, de la gloria de la fe, aunque Tschaikowsky estuviera inseguro de sus creencias en aquel momento y, de hecho, fuera el tiempo que menos convencía al compositor. La interpretación estuvo al servicio de subrayar este tono apoteósico, particularmente en la reaparición del tema principal del primer movimiento. Muy bien construida la progresión hasta la expansiva conclusión, y especialmente notable la prestación de los instrumentos de viento y percusión.

En definitiva, la reflexión melancólica que sobre el destino proponen Beethoven y Tschaikowsky, más pesimista aún en el caso del segundo, deja muchas puertas abiertas y exige del oyente una escucha activa. Gracias al diseño del programa de este concierto se pone de manifiesto que la música, más que ninguna otra expresión artística, es un instrumento de comunicación de los temores, anhelos y esperanzas humanas. Una reflexiva forma de comenzar el año en el Teatro Villamarta.

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