A Bibiana Díaz por aquella 2ª sinfonía memorable en el Hollywood Bowl
Solo encuentro alivio a este dolor terrible, tocando el piano. Es un dolor que siento llegar al abrir los ojos, cada mañana, un dolor lleno de ruido, que me asola y acaba con el silencio que necesito para componer… En mi vida siempre me faltó el silencio, en mis primeros recuerdos están los gritos de mis padres discutiendo por las dificultades económicas, los gritos de mis profesores del conservatorio amenazándome con expulsarme.
Siempre el ruido, aturdiéndome desde la memoria: el llanto de mi madre cuando murió mi hermana Sofía, los rebuznos de los críticos con mi primera sinfonía, el estallido de la revolución, los trenes del exilio, el ajetreo de las ciudades… Llegué a realizar un concierto diario, para tener al menos unas horas de tregua, la concentración en cada tecla, la armonía con que me envolvía la orquesta, la música era un alivio que me hacía olvidar el dolor. Acababa extenuado y los aplausos me devolvían a ese ruido atroz del que huía desesperadamente. Probé toda suerte de médicos y curanderos, uno de ellos fue capaz de aliviarme por un periodo, pero acabada mi tercera sinfonía regresó la punzada de la neuralgia que taladraba mi sien y ahora esta tos que me va arrancando los pulmones… tanto ruido… ¿dónde encontrar el descanso?…
Ya abatido por la vida busqué un jardín que me recordara mi primera infancia, y aunque la luz tan poderosa de Beverly Hills era tan distinta, imaginaba aún a mis hermanos, jugando al escondite, detrás de cada árbol; yo corría tras ellos por mi nostalgia, perdiéndome por el eco de sus risas, los busqué como entonces, en lo más frondoso de la arboleda, pero era la muerte quien me esperaba emboscada. Lo supe por el silencio. Sí, ese silencio, el necesario para componer, el que había buscado toda mi vida, al fin lo sentía. Lo comprendí al instante, había arribado a la isla de los muertos…
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