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El frío se quita cantando: Politburó in session

07 de octubre de 2017 a las 12:50h
'Libros', cartel de propaganda de Aleksandr Rodchenko (1924).
'Libros', cartel de propaganda de Aleksandr Rodchenko (1924).
Sólo queda una región en el mundo donde dos jóvenes estudiantes aún pueden convocar un duelo de esgrima a causa de un versículo de Kant. Son los países del Este. Allí los valores de la vieja Europa siguen en alza, gracias a una élite política que valora la cultura y la impone con mano de hierro. La pompa propagandística que rodea a la especie amenazada del déspota oriental les hace ricos en gestos simpáticos, calurosos y excéntricos hacia su pueblo, amén de ricos en general. Entre ellos, arrancarse un cantecito.Sí, ya sabemos que Barack Obama, Hugo Chávez, Boris Johnson y otras celebrities de la escena populista se han atrevido a mostrar sus talentos en galas benéficas y programas de televisión. Silvio Berlusconi llegó a sacar en 2011 un disco de canciones de amor, True Love, que de eso sabe para rato. Pero los demagogos de nuestros días, con sus coletas y sus coletillas, están a años luz del esplendor del mariscal Tito y sus medallas o del inefable Ceaușescu y su “cetro presidencial”. Qué lejos aquel 1935, en el que Joseph Stalin, que de niño había sido la voz dorada de los coros de Gori (Georgia), se lanzaba a entonar la Internacional durante un discurso…  ¡Y ojito el que no le acompañara!

Los estados que fueron miembros de la extinta Unión Soviética siguen siendo un caldo de cultivo sin igual para dictatorzuelos de lenta maceración, aunque algunos de ellos, en la flacidez del poder absoluto, han olvidado las formas más elementales de la demagogia. Lo más parecido que encontramos a ese impromptu estaliniano en el remoto Tayikistán es al presidente Emomali Rahmon, con más de veinte años de solera, tratando de borrar de la faz de Internet un vídeo viral en el que desentonaba por obra y gracia del buen vodka. A Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia y último dictador con bigote de una Europa que ha sabido explotar el estereotipo, se le puede divisar encantado de sí mismo y de su país (si es que percibe alguna diferencia entre ambos) a la hora del himno nacional. La masa que ruge con él nos impide evaluar sus habilidades.

Mejor justicia a Stalin hará un tal Saparmurat Niyazov, que llegó en 1985 a la presidencia de un tal Turkmenistán, puesto que no estaba dispuesto a soltar mientras viviera. Como Pol Pot y otros dictadores de países periféricos, estudió en el extranjero (Rusia), absorbió lo que pudo, falló académicamente y regresó dispuesto a modernizar lo que en su caso era básicamente una tierra de pastores nómadas. Niyazov hizo un esfuerzo por elevar una cultura específicamente nacional, y genuinamente turkmena, sobre las dispersas tribus que merodeaban por sus desiertas llanuras. Se dio el modesto nombre de Türkmenbaşy, o 'Cabeza de los Turkmenos', sustituyó el cirílico por una variación del alfabeto latino, renombró los meses y los días de la semana según hipotéticos símbolos nacionales —algunos inspirados en su vida y en la de su señora madre—, y no se olvidó de colocar su imagen en cualquier espacio libre de un país que disponía de muchos.El Presidente Vitalicio no sólo era un hombre de cultura, sino que además había escrito un libro. El Ruhnama, o 'Libro del alma', es una sorprendentemente bella combinación de paisaje, política, autobiografía, espiritualidad, historia mítica y turkmenismo (los turkmenos, nos cuenta, descienden directamente de Noé, que vivió hace cinco mil años). Algunos, sin embargo, cuestionan su estilo, o falta de él. Con independencia de sus méritos particulares, el Ruhnama se decretó de lectura obligada en las escuelas, las entrevistas de trabajo y el examen para el carnet de conducir... Parecería que el libro era capaz de abrir las puertas de cualquier sitio a un turkmeno: de acuerdo con su autor, hasta las del paraíso se abrían para quien lo leyera a diario. Y las del cielo, pues parece ser que un ejemplar del Ruhnama orbitará por el espacio durante los próximos 150 años dentro de un cohete ruso, a la espera de que alguna civilización extraterrestre nos descubra en sus páginas. Aquí abajo compite con el Corán en las mezquitas y preside una plaza en Asjabad, la capital del país, abriéndose cada noche para exponer uno de sus pasajes de poética sabiduría...Hasta su muerte en el año 2006, el Presidente Niyazov siguió paladeando esa esencia turkmena que probablemente sólo él entendió, amén de haciendo más o menos lo que le venía en gana sobre la tierra que le tocó en suerte, lo que incluye construir un gigantesco Disneyland de temática turkmena con su nombre, hacerse una estatua que gira con el sol, declarar el día nacional del melón o disparar prohibiciones a bocajarro: por ejemplo las barbas, los perros callejeros por su “olor desagradable”, el tabaco cuando le dio por dejar de fumar, y el circo, la ópera y el ballet por ser “poco turkmenos”. (Dediquémonos todos a la equitación, mejor.) También encontró espacio en su apretada agenda, entre autohomenaje y autohomenaje, para alguna que otra demostración de virtuosismo musical en la televisión estatal. En unos pocos minutos, el líder nos deja claro que se puede ser turkmeno y pop. ¡Como que su hijo contratará a Jennifer López en 2013 para que le cante cumpleaños feliz! Lo cierto es que todo parece un playback de lo más básico, por parte del mismo hombre que prohibía el lip sync en 2005. Quizá, como con el tabaco, también le dio por dejarlo...

Con los años, los hombres de hierro que se repartían Europa del Este y Asia Central van cayendo víctimas de nuevos tiempos y de esa rara enfermedad de los dictadores que llaman muerte en la cama. No hay por qué preocuparse: el más gordo de todos se resiste todavía y siempre al invasor.Como buen agente del KGB, Vladimir Putin "El Eterno" aprendió todas las lecciones de sus maestros, prestando su torso a la publicidad y cediendo su apellido para marcas de vodka, caviar o camisetas. Él también mostró su lado más simpático (incluso sonriente) con una actuación en vivo. Pero esta vez no se trataba de la vieja y corroída Internacional, sino de una oda a la cultura yanqui: el "Blueberry Hill" de Fats Domino.

Se desconoce si el vídeo fue planeado para exhibir las dotes artísticas de Putin o para exhibir como trofeo a un dicharachero Gérard Depardieu, recién refugiado en Rusia huyendo del fisco francés. Sea como fuere, la manera verdaderamente exagerada en que el prófugo y otros asistentes "disfrutan" de la descafeinada actuación, entre risas y aplausos, nos recuerda a esa extraña Biblia de aquel remoto país de Asia central cuyo estilo nadie se ha atrevido aún a criticar en público. Porque ese clima de Guerra Fría nos queda ya muy lejos...  Ahora todos bailamos los hits de la MTV y los anuncios de Spotify, celebrando nuestra merecida libertad con lo último que se cuece en los clubs de Brooklyn o las discos de Berlín. Tu barrio se ha vuelto "Blueberry Hill". Aplaudimos a Fats Domino, aplaudimos a Beyoncé, aplaudimos la última revelación del reggaetón panameño, pero eso sí: que no se nos ocurra no aplaudir. 

Sobre el autor

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Óscar Carrera

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