Pepe Bablé (Cádiz, 1955) recibe a lavozdelsur.es en su despacho de la Casa de Iberoamérica, en el Campo del Sur. Junto al malecón gaditano se cosen los últimos flecos de la 34 edición del Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz, que comienza el próximo viernes 18 de octubre. Un festival al que este "hombre de teatro" lleva ligado desde su génesis y del que en unos meses, como avanza en primicia a este medio nada más pulsar el REC, quedará desligado en lo que a gestión gerencial y artística se refiere. La edad de jubilación le dice que mentalmente es el momento. Otro asunto son las cosas del corazón.
"Ya tocaba, ahora lo disfrutaré desde el patio de butacas; y ayudaré en lo que me dejen; voy a seguir viviendo en Cádiz", confiesa bromeando para tragar nostalgia. Muestra la vitrina de trofeos y galardones que ha cosechado un "festival-encuentro" único en su especie durante más de tres décadas, y enumera los reconocimientos más prestigiosos: la medalla de oro de las Bellas Artes, el Max, el patrocinio oficial de la Unesco en el 94...
Bablé, que en julio pasado recibía en el festival de teatro hispano de Miami el premio por toda una vida dedicado a las artes escénicas, comenzó su andadura teatral en 1972, con la fundación del grupo Palma Teatro. En los 80 dirigió montajes con el colectivo Albanta Teatro, que sigue activo, mientras que recuperó en aquellos años el impresionante legado familiar de los títeres de la Tía Norica, toda una institución. Pero si algo identifica a Pepe Bablé con el mundo del teatro es el FIT de Cádiz y, probablemente, si el FIT de Cádiz ha llegado hasta dónde ha llegado, tras tantos años de alegrías y dificultades, puede que sea en gran parte de culpa por Pepe Bablé. 27 años de gestión combinando la parte gerencial con la artística le avalan.
¿Cómo se digieren los homenajes, como el de Miami de julio pasado?
Ya me están jubilando… y de hecho, me jubilo el año que viene.
¿Definitivamente?
Definitivamente, definitivamente (risas). Vas a ser a la primera persona a la que se lo voy a decir públicamente, pero ya lo anuncié el pasado septiembre en el patronato. Ya me tocaba. Como me jubilo en mayo del próximo año, no me da tiempo a hacer el siguiente festival, así que es probable que este sea mi último festival.
Usted ha sido cocinero antes que fraile...
Muchas veces la gente se cree que yo soy fruto del festival, pero es al revés. Llego al festival porque siempre he sido hombre de teatro. Tuve la suerte de nacer en una familia en la que se respiraba teatro: mis abuelos eran gente de teatro, mis padres… ellos estaban muy ligados, muy ligados a los títeres de la Tía Norica, con lo cual mamé teatro desde pequeñito. En mi juventud empecé a hacer teatro, de aficionados por supuesto; con 18 años tuve la suerte de recibir un premio nacional de interpretación; y a los 21 me retiré de actuar porque me encantaba la dirección escénica. Y a eso me dediqué durante muchos años hasta que en el año 85 se cruza la idea de hacer un festival de teatro en Cádiz. Estoy allí desde los momentos iniciales, en los primeros seis años fui el coordinador general, y desde el año 93, que se formula el patronato, pasé a ser director-gerente del festival, con Sanchís Sinisterra aún de director artístico, que en el 94 lo deja y a partir de ahí sumo la parte artística a mis obligaciones gerenciales. Son 27 años dirigiendo el festival tanto gerencial como artísticamente.
Sufría mucho como actor porque estaba encima del escenario y lo quería controlar absolutamente todo. Vi que mi sitio era más abajo que arriba
Dejó muy pronto la interpretación, ¿miedo escénico?
No, me gusta mucho más la dirección escénica. Sufría mucho como actor porque estaba encima del escenario y lo quería controlar absolutamente todo. Vi que mi sitio era más abajo que arriba. Me da mucho respeto el mundo de la interpretación y admiro enormemente a los actores. Aunque nunca se deja de ser actor y mato el gusanillo en mi faceta como artista de la Tía Norica y con algún corto para compañeros y demás, pero en teatro hace muchos años que no me subo al escenario.
Bablé, tras la entrevista, posa ante el cartel de la edición de este año. FOTO: MANU GARCÍA
¿Es verdad que el teatro es un veneno?
Totalmente. Es una droga dura de la que es muy difícil desengancharse. Pero el teatro es una bendita droga y un bendito veneno (ríe).
Si 20 años no son nada, ¿para qué dan 34...?
Son muchos (ríe)… Es una vida entera, prácticamente. Miro para atrás, cómo nació esto, la edad que teníamos, lo que era el mundo teatral, lo que era en ese momento España, lo que era Latinoamérica, y lo que todo eso es hoy... Muchas veces no somos conscientes de que las cosas cambian, afortunadamente. Cambiamos nosotros, cambia la vida y cambia absolutamente todo.
No creo que los gaditanos sean conscientes de la joya que tienen en sus manos con este festival
¿El FIT es profeta en su tierra? Ha servido de gran puente de España con Latinoamérica cuando todo eso era océano.
Sí, pero no creo que los gaditanos sean conscientes de la joya que tienen en sus manos con este festival. La gente siempre se suele quedar con la impronta de determinados espectáculos y con lo que ofrece la cartelera, cuando los valores de este festival son precisamente otros. No es un festival al uso, aunque también tengamos escaparate para grandes espectáculos. Desde el minuto uno apostamos porque fuese un festival de encuentro, que tuviese un carácter congresual bastante importante. Nos dimos cuenta desde el primer momento de que este festival era mucho más importante para el teatro latinoamericano que para el propio teatro español. Y bueno, de ese encuentro, hoy afortunadamente después de 34 años vemos cómo este festival ha sido catalizador de muchísimas sinergias, programas y redes que se han puesto en marcha en el otro lado del Atlántico. El programa más significativo que ahora capitaliza todo el poder político y económico del teatro latinoamericano, que es Iberescena, es un proyecto que nace en Cádiz, que lo posibilita y lo catapulta Cádiz. Pero es que han salido multitud de festivales análogos que han tomado como modelo el nuestro, y una gran cantidad de redes e iniciativas políticas y teatrales que son para sentirse muy orgullosos. Claro, esa faceta el público de a pie de Cádiz no las tiene por qué apreciar. Pero hoy hablar de teatro latinoamericano en el mundo pasa indefectiblemente por el festival de Cádiz.
Los años de la residencia del Tiempo Libre: "Era un lugar que invadíamos y durante quince días se convertía en una ciudad teatral en la que se respiraba teatro las 24 horas del día"
¿Cuál es la gran clave para que el FIT siga latiendo?
Es un festival poliédrico, con muchas aristas. No se puede ver solo como un festival normal para ver qué grandes espectáculos presenta. Creo que si este festival pierde esa impronta convivencial, en principio no tiene nada que hacer. Y te digo eso porque tampoco este es un festival que nade en la abundancia económica. Es raro hoy encontrar una ciudad donde no haya un festival de artes escénicas, y hay festivales mucho más potentes económicamente que el nuestro, con lo cual, si el festival de Cádiz pierde lo que le da realmente su valor, no dejaría de ser un festivalito.
¿Con qué se queda después de todos estos años, alguna buena fiesta memorable en la residencia del Tiempo Libre?
Uf, muchos momentos... y bueno, eso del Tiempo Libre se mitificó, aunque era realmente lo que dio el lugar idóneo para ese determinado momento de convivencia. Cuando el festival nace teníamos un gran desconocimiento no solo del teatro español, sino del teatro latinoamericano. Durante 40 años de dictadura estuvimos de espaldas a aquella realidad iberoamericana, y entonces fue como un reencontrarse con uno mismo y con el resto de los compañeros. Pero ojo, también fue así para ellos, que veían más fácil encontrarse en Cádiz que en Puerto Rico, Brasil o dentro de sus propios países. Entonces aquello era un lugar que invadíamos y durante quince días se convertía en una ciudad teatral en la que se respiraba teatro las 24 horas del día. Una ciudad donde ocurrían cantidad de cosas. Como estábamos ávidos de reconocernos, y éramos muy jóvenes, nos inventábamos actos cada diez minutos. Cada persona que tenía ganas de decir o contar algo tenía su espacio. Entonces, claro, aquello le dio un espacio idóneo para el desarrollo de aquellas iniciativas, de aquel encuentro. Se perdió el Tiempo Libre, creíamos que el festival iba a renquear, y menos mal que no fue así.
Un momento de la entrevista en el despacho de la Casa de Iberoamérica, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA
¿Cómo fue la adaptación a los nuevos tiempos?
Ya en los últimos años del Tiempo Libre supimos adecuarnos a los nuevos tiempos, que habían cambiado y el festival también lo había hecho. Este festival siempre ha estado haciendo autoevaluación constante. Si hay un festival que se autoevalúa edición tras edición, es éste. Porque no solo nos preocupamos por lo que tenemos sino porque tenemos a toda una comunidad, como es la latinoamericana, que nos demanda cosas. Si el teatro es un reflejo de la vida y la vida está en perfecta evolución, el teatro también lo está. Nosotros no pensamos solo en clave española, sino que pensamos en clave iberoamericana, que es un conjunto de 27 países. Cada uno de esos países cree y apoya al festival, que no solo está sustentado por dinero público español, sino que hay también muchas instituciones iberoamericanas que pagan pasajes, pagan cachés… y tienen una serie de demandas que hay que satisfacer. Con lo cual eso obliga a estar siempre en vilo y estar revisando siempre lo que hay que hacer.
¿De qué está más orgulloso?
Por aquí ha pasado la crème de la crème, pero personalmente, si hay algo que me puedo llevar en mi buchaca, es que hoy por hoy todos los grandes creadores teatrales latinoamericanos que triunfan en Europa, en Avignon, en Edimburgo, en el festival de otoño de Madrid…, han entrado por Cádiz: Spregelbud, Bartí, Veronese, Tolchachir, Layera, Kartun… Este es el gran valor con el que yo, como director, me quedo de estos años.
Si hay algo que me puedo llevar en mi buchaca, es que hoy por hoy todos los grandes creadores teatrales latinoamericanos que triunfan en Europa, han entrado por Cádiz
De alguna manera, han sido puerta de entrada a Europa de multitud de autores, directores de escena y compañías que era impensable que cruzaran el charco y se conocieran...
Es que siempre fue así. Si ves la fundamentación del festival en el año 85, la primera frase que dice es: queremos ser puerta de entrada del teatro latinoamericano para Europa. Y lo hemos conseguido. Antes viajaba por Latinoamérica y era el único español que viajaba por determinados encuentros y festivales, hoy ya hay veinte o veinticinco españoles. Señal de que el teatro latinoamericano está posicionado. Ves ferias y programaciones y hay presencia de teatro latinoamericano y eso se debe a que Cádiz supo apostar por ello desde el año 85.
Por no hablar de la plataforma que, a su vez, significó el FIT de Cádiz para compañías españolas y andaluzas.
Por supuesto, a la recíproca fue exactamente igual. No solamente hemos sido receptores, sino que también hemos catapultado a muchísimos creadores, directores y compañías españolas que estrenan y giran por toda América.
¿El programador es más dictador que artista?
Este es un festival posibilista desde hace muchísimos años. Al igual que en la primera época del festival el presupuesto era el adecuado, y nos podíamos permitir el lujo de traer aquello que queríamos porque teníamos dinero y podíamos pagar pasajes, de unos años para acá, el festival por ejemplo no puede pagar pasajes. Por tanto, se ha convertido en un festival posibilista. Y entonces el director, más que hacer una curaduría artística, tiene que hacer una curaduría gerencial. Hoy por hoy, te puedo decir que este festival es un 80% de gestión. Claro, de todo lo que te ofrecen y de todo lo que puede venir, tú tienes que tener el criterio y la habilidad de saber escoger, por supuesto. Si tengo para comprar, compro solo lo que quiero y entonces sí prevalecería mi gestión artística.
No puedo obligar al público a ver solo lo que a mí me gusta
¿Y sus gustos personales?
No, no, nunca he esgrimido mis gustos personales y te digo que eso es un error del programador.
¿No hay siempre un punto subjetivo en esa selección final?
No. Porque no puedo obligar al público a ver solo lo que a mí me gusta. Yo tengo mi gusto personal, tengo mi estética, mi discurso… también soy hombre de teatro, pero no tengo por qué obligar al público general, cuando hoy hay distintos vectores de público, a que vea solo lo que me gusta. Lo que sí puedo es establecer un criterio de calidad y de saber por qué ese espectáculo está en un festival como éste. No es lo mismo programar un teatro que tienes abiertos todos los fines de semana durante el año que un festival. Es un festival de encuentro e iberoamericano donde deben figurar todas las tendencias y todos los gustos, es un marco muy heterogéneo, no puedo traer solamente determinados códigos o temáticas, o un solo estilo, el teatro es muy transversal, muy amplio. Eso precisamente es lo que hay que mostrar. Si solo mostrara mis gustos personales estaría obligando a la gente a volver a lo endogámico y este festival no puede ser endogámico.
¿Se puede uno acomodar después de tantos años?
Te lo demuestro con lo que estoy comentándote. No te puedes quedar dormido, es una responsabilidad demasiado grande. Durante nueve días hay mucha gente, muchas instituciones y muchos países pendientes de lo que sucede aquí, de cuál es el resultado estético de determinados espectáculos en el contexto de este festival. Este festival es un gran espectáculo amplificador. Lo que pasa en Cádiz no se queda en Cádiz, trasciende a todo el continente, entonces eso es una gran responsabilidad para mí, para mis compañeros y para la ciudad.
Como director de escena, lo que intento hacer es mi gran espectáculo con los espectáculos de los demás compañeros
¿Programar es jugar a la ruleta?
Sí, claro. Programar es arriesgar. Si no apuestas, no ganas. Si eres un poco avispado… Como director de escena, lo que intento hacer es mi gran espectáculo con los espectáculos de los demás compañeros.
Usted que es de familia de titiriteros, ¿hay mucho títere en la gestión cultural al dictado del político de turno?
(Risas) Qué pregunta…
Usted ha bregado con políticos de todo signo, ¿no?
Claro, yo he conocido a ministros, ministras, directores generales..., no solamente de aquí, sino de muchos países… y puedo decir que me he granjeado la amistad de muchos de ellos. Y bueno, esto ya es un comentario muy particular, hace ya mucho tiempo que dejé de creer en determinadas cosas. Yo creo en las personas. Creo en la gente. Te puedo decir que me he encontrado gente que podrías calificar, por el signo político que defendía, que era de determinada forma, y luego resulta que en el tú a tú era todo lo contrario…
He conocido gente de derecha que me han pasado por la izquierda en determinadas cosas, y justamente lo contrario
Incluso que le interesaba lo que proponía el FIT, no acudía solo a la foto…
Por supuesto. He conocido gente de derecha que me han pasado por la izquierda en determinadas cosas, y justamente lo contrario: gente que ha ido siempre de progresista, de muy de izquierda, y luego en su vida particular y en su terreno más cercano eran verdaderos fascistas.
Atahualpa del Cioppo, que en su honor tiene el máximo galardón que entrega cada año año el festival, decía, como eje de su filosofía teatral, que el pueblo merece el mayor alimento espiritual y eso hay que darle. ¿Nos venden teatro adulterado con demasiada frecuencia?
Estamos volviendo a eso desde que estamos en crisis. No hay mejor momento para el arte en general, y para las artes escénicas en particular, que estos momentos de crisis donde realmente nos damos cuenta de que tenemos a nuestro servicio una herramienta de conmoción y de agitación increíble como es el arte. Si hacemos un paralelismo con Latinoamérica, que siempre ha estado en crisis, el teatro de allí siempre se ha significado por precisamente ser utilizado como herramienta para la conmoción, muy enraizado con su realidad más cercana. El teatro español está ahora en esas, viendo que tiene un compromiso ético más que estético con el público.
Seguimos por esa corriente neoliberal de que todo lo que no tenga éxito masivo es como si no existiera. Creo que eso le ha hecho un gran daño a la cultura general
Durante una época se vivió un estado de bienestar, ficticio pero que nos lo vendieron muy bien, y todo el mundo nos creíamos que estábamos en posesión de la panacea. El teatro se focalizó más en la parafernalia, las grandes escenografías… y hoy vemos que en el teatro hay algo capital que es la palabra. El eje temático de esta edición del festival será precisamente la palabra. El año pasado hicimos una visión del momento de la danza contemporánea con todos sus nuevos lenguajes, y este año quería poner en papel protagónico la palabra dramática. Si hay una palabra realmente preñada de intención es la palabra escénica, dramática. La Zaranda, por ejemplo, viene defendiendo durante muchísimos años el valor de la palabra.
Bablé, mostrando los originales de algunos de los carteles más significativos del FIT de Cádiz. FOTO: MANU GARCÍA
El teatro se ha apoyado mucho en esta época en el imperio de la taquilla y en parecerse a la tele o al cine, ¿sigue en eso?
Aún creo que seguimos en eso, pero también seguimos por esa corriente neoliberal de que todo lo que no tenga éxito masivo es como si no existiera. Creo que eso le ha hecho un gran daño a la cultura general. Si no es masivo parece como si no existiera. A esta humanidad le costó siglos salir de los momentos tribales, se consiguió durante mucho tiempo, pero estamos volviendo a eso con el fútbol, los grandes macroconciertos… todo aquello que no sea masa, parece como si no tuviese valor intrínseco, moral o ético. Eso es un mal endémico que la parte política lo ha alimentado: si un teatro no llena es malo. Si al público lo acostumbras a comer chopped pork es lo que acabará comiendo, pero existe el jamón de cinco jotas y otra serie de alimentos.
¿Su reino por una propuesta en materia de cultura en esta próxima campaña de elecciones generales?
Ojalá, pero es muy difícil. La cultura no es ni siquiera algo secundario, es siempre algo como residual, lo último que queda en todas las políticas, y así nos va.
¿Qué es hoy en día lo más revolucionario en el teatro?
Seguir haciendo teatro. Estamos en un momento de crisis, donde cierran salas, donde el concepto grupal está desapareciendo, donde cada vez hay menos recursos para el teatro… Hoy creo que hacer teatro es un acto de fe y un acto revolucionario.
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