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Concierto de la Joven Orquesta Barroca de Andalucía. Joven Coro de Andalucía. Luis Vilamajó (director de la orquesta y el coro).

Buena parte de la obra coral de Antonio Vivaldi estuvo olvidada en los archivos durante más de 200 años. Estos dos siglos de silencio terminaron cuando en 1926 fueron descubiertos los denominados Manuscritos de Turín, que contenían más de 300 obras. Parte se conservaban en un convento de clausura de esa ciudad y otra en manos de los descendientes de la familia Giordano. Cabe preguntarse cómo hubiera evolucionado la historia de la música coral si estas obras hubieran permanecido en la memoria sin interrupciones.

El compositor fue un clérigo muy atípico: un asma bronquial le dispensó de decir misa, por lo que sus sermones pasaron a ser musicales. Por ejemplo, el Magnificat interpretado en este concierto se basa en un pasaje del Evangelio de Lucas en el que María alaba la grandeza de Dios, y ello se contrapone a la idea del naufragio de los hombres sin fe. Es decir, un sermón en toda regla, muy bellamente servido y, posiblemente, con más eficacia que en un discurso oral. También se apartaba de lo usual en un cura el hecho de que fuese empresario operístico (género rechazado por la Iglesia de entonces) y que compusiera música profana. De algunas de estas facetas tuvimos muestras en el programa de este concierto.

El salmo 111 Beatus Vir fue musicado en dos ocasiones por Vivaldi. El interpretado en este concierto es el RV. 598, compuesto entre 1713 y 1719, y fue servido de modo solvente por los jóvenes intérpretes. La calidad del coro es elevada, hasta el punto de que las partes solistas pudieron ser asumidas por diversos componentes del mismo con fortuna variable pero, en conjunto, con un óptimo nivel. La soprano de esta pieza mostró un timbre bello, homogeneidad en todos los registros, un fraseo cuidadoso y una óptima proyección. Además, como ocurrió con el resto de las voces participantes, la casi ausencia de vibrato fue muy adecuada para este tipo de repertorio. Las sopranos que cantaron a dúo también mostraron cualidades parecidas, aunque las condiciones naturales de sus voces eran menos llamativas y hubo un desequilibrio de volumen en contra de la segunda de ellas.

El coro, muy bien dirigido y equilibrado en las cuatro cuerdas, empastó a la perfección y fundió su sonido con el de la orquesta gracias a la labor de buen concertador de Luis Vilamajó, motor del excelente e imprescindible proyecto formativo de esta orquesta y coro, que, a la vista de los resultados del concierto, está asegurando, aunque sea un tópico mencionarlo, el relevo generacional imprescindible para que la música siga realmente viva en nuestra sociedad.

El Magnificat, creado alrededor de 1719, fue una de las piezas más destacadas del concierto, con una introducción en la que los intérpretes desarrollaron de modo muy expresivo la bella línea melódica con la que se inicia la obra. La contralto del Et exultavit mostró una voz poco flexible en los pasajes adornados, aunque su color vocal sí era el adecuado. La soprano y el tenor, por el contrario, si poseían la flexibilidad requerida y respetaron las dinámicas establecidas cuidadosamente. Et Misericordia Ejus es el corazón musical de la obra y los intérpretes, conscientes de ello, ofrecieron aquí el punto más alto de la ejecución, con una especialmente compleja labor por parte del director. La contralto que hizo de solista en el Esurientes mostró una proyección vocal problemática; y la que intervino en Sicut locutus est una voz poco lírica y de graves demasiado abiertos. El Magnificat culminó con las frases largas del Gloria Patri muy bien resueltas por el coro, al que se sumó la óptima prestación de los instrumentos solistas.

El Concierto (Sinfonía) para cuerdas RV. 113 es una muestra de la conmoción musical que Vivaldi produjo en Venecia, y sirvió para que los instrumentistas demostraran su dominio de la partitura, con tempos muy precisos y sonido transparente. Juan Francisco Padilla al laúd no fue favorecido por la orquesta en los movimientos primero y tercero, en los que fue casi inaudible. Sin embargo, en el segundo movimiento, con una orquestación menos densa, sí se le escuchó mejor y se pudo apreciar su más que notable dominio del instrumento.

Hasta 1939, bajo la dirección del compositor Alfredo Casella en la Semana de Vivaldi de Siena, no se interpretaría en el siglo XX una de las obras centrales de este concierto, el Gloria, que en realidad es una parte de una misa incompleta a la que le faltarían el Kyrie, Credo, Sanctus y Agnus Dei.

El Gloria, compuesto entre 1713 y 1715, fue interpretado respetando el estilo, siguiendo una línea historicista en las antípodas de la célebre interpretación de Ricardo Muti con Teresa Berganza y Lucia Valentini-Terrani en la década de 1970. La acertada disposición del coro en una única fila, en semicírculo alrededor de la orquesta, fue aquí especialmente interesante porque permitió escuchar con nitidez y relieve las cuatro cuerdas, en particular en los pasajes fugados. El control del fiato en las largas frases de Et in terra pax fue excelente, y resaltó el cromatismo que particularmente tiene este número. Por otro lado, Laudamus te mostró a dos sopranos solistas perfectamente coordinadas y con una musicalidad más que notable. El coro dominó las dificultades de los adornos del Gratias agimus tibi de modo solvente y la orquesta fue concertada aquí de modo preciso.

Con una de las partes más bellas de la obra, el intimista Dominus Deus, llegó uno de los mejores momentos del concierto: la soprano y los tres únicos instrumentos que la acompañan en esta ocasión ofrecieron una interpretación limpia, transparente y expresiva. La desnudez del fragmento expone a los músicos a una prueba de gran dificultad, con peligros en la afinación y en el fraseo que fueron ampliamente superados. La solista, con un sonido ligero y sin vibrato, brilló en este auténtico oasis en el núcleo de la obra.

Fue muy interesante el modo en el que se resaltó el diálogo de las contraltos acompañadas por los violoncelos y el resto del coro y la orquesta en Domine Deus Agnus Dei. Asimismo, fue bien resuelto el Qui sedes ad dexteram Patris por la solista, aunque fue una lástima ciertos despistes en la afinación en los pasajes de coloratura. El brillante número final, con una llamativa fuga del coro y protagonismo de trompeta y oboe, puso final a una interpretación con muy pocas fisuras, que fue recibida con corteses, aunque inicialmente distantes, aplausos del público.

Luis Vilamajó tomó la palabra para explicar brevemente el interesante proyecto educativo desarrollado con este conjunto coral e instrumental y, en tono de broma, invitó al público a premiar más cálidamente el gran trabajo y esfuerzo realizado por estos jóvenes músicos, condición indispensable para ofrecer bises. La respuesta no se hizo esperar y con la sala en pie y con múltiples exclamaciones de “¡bravo!” se volvió a interpretar Vivaldi de modo más informal, con un tempo más ágil y marcado acompañado de una leve coreografía del coro. Nuevos e insistentes aplausos por bulerías dieron paso a una nueva interpretación, los números 4 y 5 del Magnificat interpretados de memoria. Según expresó de modo sonriente el director, un alarde para anotar y recordar.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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