Pedro Peña Fernández, el gitano humanista del flamenco

El mayor de los hijos de la Perrata y Bernardo Peña ha sido, probablemente, uno de los más excelsos guitarrista de acompañamiento al cante de la historia contemporánea del flamenco

Pedro Peña Fernández, pintado por Patricio Hidalgo.
Pedro Peña Fernández, pintado por Patricio Hidalgo.

El día que yo me vaya, 

no lloréis mi ausencia, 

celebrad mi vida

A la hora en la que el sol de invierno despunta se he marchado este miércoles Pedro Peña Fernández, a los 84 años de edad, el mayor de los hijos de la Perrata y Bernardo Peña. Un gitano del que se podría decir sin miedo a errar que ha sido tan humanista como su paisano Elio Antonio de Nebrija. Descendiente de la legendaria estirpe familiar de los Pinini, sobrino de Perrate de Utrera, primo de Gaspar de Utrera, Inés Peña, Pedro Bacán, Bambino, Turronero, Manuel de Angustias, Curro Vereo, Fernanda y Bernarda de Utrera, los Zambos de Jerez, los Cantarote o Aniya la de Ronda y hermano mayor del Juan Peña el Lebrijano y Tere Peña, además de padre de José Bernardo, María José, Pedro María, David, Titi y Mirian Peña Dorantes que son los hijos y herederos de ese ejemplar matrimonio que contrajo con “Doña” Antonia Dorantes Sánchez. 

Pedro Peña, probablemente sea uno de los más excelsos guitarrista de acompañamiento al cante de la historia contemporánea del flamenco que, no en vano, fue un imprescindible de los festivales de los años setenta y ochenta del siglo XX y de los estudios de grabación en los que impresionaría   grabaciones secundando a figuras de la talla de la Niña de los Peines, Terremoto de Jerez, Tío Borrico, Tía Anica la Piriñaca, Manuel Soto Sordera o el mismísimo Antonio Mairena, al que acompañó en su último disco, “El calor de mis recuerdos”. 

Sin embargo, la gran singularidad de este gitano de Lebrija frente al resto de sus compañeros haya consistido en alternar su actividad artística como guitarrista flamenco con su profesión de maestro de educación primaria. Hasta el punto de que Pedro Peña formó parte de la primera generación de gitanos universitarios de España. De ahí que le gustase recordar con emoción el grandísimo esfuerzo que su padre hizo para que él pudiese cursar estudios superiores. Ya que en aquellos tiempos, su padre y sus tíos, Vicente y Sebastián eran unos importantes tratantes de ganado en cuyas familias aún no había ningún titulado universitario. Según él mismo solía rememora, por aquel entonces los niños gitanos, dependían mucho de las labores profesionales de sus padres, que normalmente estaban vinculadas al  campo.

Una cuestión que afectaba de manera muy directa sobre el índice de alfabetización, ya que en un altísimo porcentaje impedía que los hijos de familias que trabajaban en el campo y residían en los cortijos pudiesen asistir habitualmente a la escuela y terminasen por ingresar de forma prematura en el precario mercado laboral de la postguerra. Sin embargo, su caso fue distinto al empeñarse su padre en que terminase de cursar sus estudios de  primaria y secundaria, para finalmente llegar a alcanzar estudios superiores de magisterio, que cursaría por libre, al enfermar su padre y tener que reconducir su vocación por la medicina y adaptarse a las circunstancias económicas familiares de aquel momento.

En cuanto a la música y el flamenco los vivió desde muy niño dentro del entorno familiar. Hasta el punto de que raro era el día en el que en su casa no había cante y baile dados los lazos de parentesco que sus padres mantenían,  con las más importantes familias gitanas de la mayor parte de las localidades de la zona del bajo Guadalquivir, con las que se reunían habitualmente con motivo de una visita o de frecuentes celebraciones familiares como nacimientos, pedimentos y bodas. Episodios que Pedro solía recordar y relatar con emoción y de los que guardaba un recuerdo tan nítido como imborrable en su privilegiada memoria. 

A los siete u ocho años nacería su inquietud por la guitarra que comenzaría a estudiar de manos del maestro Penaca. Un orondo tocar lebrijano que sería el responsable de iniciar a Pedro  en las claves musicales del instrumento flamenco por antonomasia. Sin embargo, él siempre mantuvo que sus grandes referentes y maestros en lo que a la guitarra flamenca se refería habían sido Morao, Melchor de Marchena y Diego del Gastor. De ahí su dominio del compás y su gran compenetración en el acompañamiento con el cantaor. Hasta el punto de que solía reivindicar la generación en la que se educó como la de los grandes creadores personales.  

Su amor por el cante se ponía de manifiesto cada vez que evocaba aquellas  excursiones que con dieciséis y diecisiete años realizaba con su hermano Juan y otros amigos de Lebrija para ir a Jerez en busca del Tío Borrico, al que junto a su madre, siempre consideró su brújula y su norte como referente cantaor. No en balde dedicó gran parte de su vida y de su obra a luchar por hacer que el cante se conociese en su esencia, porque el compás no se perdiese y porque se valorase el origen del legado de las familias gitanas, razón que lo llevaría a ser fundador de históricos festivales que hoy rebasan los 50 años de antigüedad, como la Caracolá Lebrijana. 

Sin ningún género de duda, Pedro Peña Fernández ha sido una figura polifacética de perfil renacentista, clave en el desarrollo contemporáneo de la cultura y las costumbres del pueblo gitano. Hasta el punto de que su inconformismo ante las injusticias sociales lo llevarían a crear —desde el Secretariado de Estudios y Aplicaciones para la Comunidad Gitana— un hasta entonces inédito programa de escolarización para niños gitanos que en la transición democrática supuso un antes y un después en las políticas sociales y educativas que se comenzaron a implantar en Andalucía y en el resto de España. Y que décadas después darían fecundos frutos alumbrando las primeras generaciones de gitanos universitarios que hoy ocupan puestos de responsabilidad en todas las facetas profesionales de nuestra sociedad.

Por todo ello, si antes nos hemos referido a su perfil humanista ha sido porque a todo lo ya expuesto hay que añadir su faceta como poeta, escritor, ensayista e investigador que han dado como fruto una valiosa obra en la que  podemos encontrar títulos como Hijuelas, poemario compartido junto a su querido amigo Casto Márquez; o Los Gitanos Flamencos, un ensayo en el que desarrolla un profundo análisis e investigación sobre el flamenco y su cultura, traducido a varios idiomas y por el que ha recibido excelentes críticas. 

Con Pedro Peña Fernandez hoy se marcha un modelo de patriarcado gitano cimentado sobre el ejemplo de una doctrina laica e igualitaria de respeto por el otro en su diferencia y singularidad. Una forma educada e ilustrada de buscar la belleza desde la cultura popular que ha hecho que los gitanos en particular y los andaluces en general, nos podamos sentir orgullosos de lo que somos. Un gitano universal de Lebrija que, inculcando el respeto por la tradición, les ha abierto, de par en par, las puertas del futuro a las nuevas generaciones. Pero sobre todo y ante todo, hoy nos deja un padre, un hermano, un primo, un amigo y un andaluz, comprometido con su pueblo y con el tiempo que le tocó vivir. “Un hombre bueno”, en el más estricto sentido de la palabra, desde un punto de vista machadiano. 

¡Opre Roma y buen viaje, Maestro!

Sobre el autor:

fernandogonzalezcaballos

Fernando González-Caballos Martínez

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