Manuela Carrasco eleva sus brazos de forma imperial. Sus manos señalan al cielo con un semblante solemne de faraona de la danza flamenca. En la instantánea que abre la muestra está concentrado todo un trabajo callado y felino, capaz de congelar el movimiento y elevar la imaginación y el arte.
La foto de la maestra sevillana en los Claustros exhibe el trabajo de un memorial que no tocaba, el tributo a una labor que tenía aún muchos disparos que efectuar, muchas imágenes de impecable factura y belleza suprema que quedaban por editar. Es imposible que en la planta alta del monumental patrimonio jerezano se haya inaugurado este viernes, justo en el comienzo del 27 Festival de Jerez, una exposición de homenaje póstumo a Javier Fergo, fallecido hace solos unos meses a los 42 años.
Ha sido increíble pensar que esta noche, cuando el vestíbulo del Teatro Villamarta se llene con espectadores de más de 30 nacionalidades, en el arranque de una nueva edición de la muestra —de la que era fotógrafo oficial—, no vaya a vérsele al fondo del hall preparando su macuto, recogiendo su cuerpo de cámara, reagrupando sus objetivos y empuñando el pie para el teleobjetivo. O saliendo rápido cuando irrumpen los aplausos a encender un cigarrillo y comentar, ya en el exterior del teatro, la dificultad técnica para captar los movimientos, la escasa luz o cualquier otra vicisitud que hubiera podido surgir. Cada trabajo era una batalla, y cada batalla un reto consigo mismo. Ya fuese ante la valla de Melilla, en Idomeni con la crisis de los refugiados en el Mediterráneo, o ante el arte como cauterizante para las heridas más atroces de la barbarie humana.
Como ha señalado la alcaldesa, Mamen Sánchez, que ha inaugurado la exposición junto a la familia del fotoperiodista jerezano, otras autoridades municipales, familiares y amigos, el azar, tan cruelmente eficaz en sus disposiciones, también ha querido que la apertura a las visitas de la muestra haya coincidido con el aniversario de la guerra de Ucrania, tan inexplicable como la prematura muerte de un profesional de la imagen que tenía todavía mucho que contar, si bien tras unas dos décadas de oficio ya había sido multipremiado a nivel nacional e internacional, y ya había incluso retratado ese horror de la invasión rusa para la que hoy se ha vuelto a reclamar desde todos los frentes el cese definitivo.
Tere Almagro, su mujer; Charo y Antonio, sus padres; y Laura, su hermana, todos emocionados, sobrellevando con entereza la irreparable pérdida, con un homenaje que, como ha dicho la regidora jerezana, ha querido "embargarles" en nombre de la ciudad en el cariño que tantos compañeros y tanta gente le profesaba a Javi. Al hombre que se hizo fotoperiodista en Bristol y regresó a Jerez para reconducir una carrera que le llevó a muchos destinos, pero de los que siempre volvía por febrero para inmortalizar todo lo que se menease sobre las tablas del Villamarta (y de los demás escenarios) durante el Festival de los sueños.
Javier Fergo ya no está entre nosotros, pero su esencia permanece. El duende de su mirada, de esa sensibilidad única y singular. Su trabajo, apenas una somera panorámica de lo que ha dado de sí, nos habla, nos convoca, y nos recuerda lo vivido. Unas imágenes que pueden disfrutarse en gran formato en la planta alta de los Claustros para que acaso sirvan de fuente de inspiración, como homenaje a los que persiguen sueños y acaban, cueste lo que cueste, cumpliéndolos.