Esto no es cualquier cosa: esto es Rocío Molina

La bailaora-bailarina y coreógrafa malagueña, que acaba de ser galardonada con el León de Plata de la Bienal de Danza de Venecia, estrena en Andalucía, dentro del 26 Festival de Jerez, 'Vuelta a Uno', el cierre de su trilogía dedicada a la guitarra

Rocío Molina, con una pompa de chicle, junto a Yerai Cortés, en el arranque de 'Vuelta a Uno', que ha presentado en el 26 Festival de Jerez.
Rocío Molina, con una pompa de chicle, junto a Yerai Cortés, en el arranque de 'Vuelta a Uno', que ha presentado en el 26 Festival de Jerez. MANU GARCÍA

La primera caída flamenca de Rocío Molina fue al hincarse de rodillas frente al crescendo de una trilla de Fernando de la Morena. Se le aparecía el suelo como nueva dimensión para su arte en movimiento. Lo exploró a fondo en Caída del cielo, donde también abordó temas inéditos en la danza teatro flamenca, como la menstruación. Aquello no fue hace tanto, aunque pareciera que en esta mujer cada año significaran varias décadas en la evolución de la danza.

En este final de la trilogía que dedica a la guitarra, Vuelta a Uno, que ha presentado en el 26 Festival de Jerez tras su estreno en Matadero de Madrid, resuena el cante por bulerías del De la Morena. Tienes un amor para mí… mala fue mi madre, que no me casó… Flota en el aire ese vozarrón negro, aunque la voz solo vibra en las cuerdas de un excepcional Yerai Cortés para retumbar en nuestra conciencia, en lo más hondo de la memoria. Como semilla imborrable que siempre acaba germinando. La trilogía de la guitarra, oh paradoja, se cierra con el cante. En realidad, es obvio: se cierra con una vuelta al origen más primitivo.

En el principio del flamenco fue el cante. Luego vino lo demás, incluido lo que la Molina practica como nadie. En realidad, el espectáculo es un ejercicio de primitivismo y de danza Butoh, expresión de lo más íntimo del ser que nos llega a incomodar. Metaformosis, hambre, batalla, resistencia. Ausencia total de prejuicios. Es decir, presencia absoluta de libertad sobre las tablas, sin temor al qué dirán. En un punto intermedio entre el hecho puramente teatral y algo ajeno a la danza: el acontecimiento. El temblor de la fiesta, la poética del instante. Este espectáculo es acontecimiento porque ocurrió esta última noche en Villamarta, pero no sabremos cómo sucederá la próxima vez.

En realidad, todo es más sencillo. Es un juego de niños. Cosas que siempre son diferentes cuando se repiten en el tiempo. Juego de niños: algo que, como todo el mundo sabe, es una cosa muy seria. Un rito donde la bailaora se divierte a su antojo con su público en este espacio de recreo y tensiones que para ella es el espacio escénico. Esculpir el cuerpo, someterse a la banda sonora de un Yerai Cortés que es su extensión, mostrar su lado animal, metamorfosearse, explorar la radicalidad de su baile, escuchar los silencios (por tientos o por alegrías), exclamar sus jadeos, escupir petazetas, hacer pompas de chicle, masticar compulsivamente pulseras de caramelos —vuelven los acordes alucinados de Amargura de Font de Anta— hasta que se haga de noche. Y hasta que claree el día, recostada junto a su guitarrista, con el aleteo de los pájaros que ella misma emula con sus abanicos antes de volver a la disrupción con una guajira bailada por una robot que, como todo lo mecánico, no tiene alma y para colmo falla.

Era precisamente el cantaor Fernando de la Morena el que explicaba a un director de orquesta, sorprendido por la anarquía jonda, que el compás flamenco es como “estar al límite; si das un paso más te caes por el precipicio. Donde no cabe un tono más, una medida más, la das”. El abismo ante los pies es lo que merodea en cada número de su nuevo trabajo, una vez más, la bailaora-bailarina y coreógrafa malagueña. Y lo logra con pasmosa habilidad. Un más difícil todavía sin artificios, sin aplauso fácil; repleto de verdad y sencillez liberadora. Malagueña como Picasso, artista que aseguraba que eran necesarios muchos años para llegar a ser joven —es decir, para tener la libertad y el genio creativo de un niño— Molina se presenta como una Picasso y una Benjamin Button de la danza.

Una artista cada vez más niña, con o sin zapatos nuevos, que se cansa y asfixia si el músico no cesa de tocar, que resopla si no le dejan cantar (de hecho, canta un fandango tan natural y abstracto como ella), y que balancea los pies en el filo de su castillo en el aire entre aburrida y resignada. Y que baila, y baila, y baila: en un palomar, en su aceitera lejos del mundanal ruido, o en una plazoleta rodeada de lucecitas de pisos donde habita la rutina. Una bailaora que nació vieja —como el toque asabicado por aires de Levante de Yerai, tocaor alicantino de 27 años— y que ha ido, montaje tras montaje, pelándose como una cebolla hasta nacer a cada nueva propuesta. Quitándose capas y losas, a medida que, paradójicamente, iba acaparando la atención del público y cosechando premios y elogios. Diferentes formas de presionar y condicionar la creatividad que, sin embargo, a ella no le han afectado.

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Un momento de 'Vuelta a Uno', anoche en Villamarta.   MANU GARCÍA

Si hace doce años obtuvo el Nacional de Danza y hace apenas unas semanas recibió el León de Plata en la Bienal de Danza de Venecia —la segunda española y primera artista flamenca que logra el prestigioso galardón—, Rocío Molina demuestra que lo suyo va de otra cosa. Y va de, simple y llanamente, hacer lo que le da la real gana, lo cual no significa no saber exactamente qué quiere en cada momento o qué reacción busca entre nosotros, esos espectadores atónitos frente a sus performances. Como la niña que hay en ella, crea su obra como si la creara su hija, siempre atenta a dar rienda suelta a su capacidad de imaginación y asombro para acabar hipnotizándonos. Para transportarnos a ese paraíso perdido al que, quién sabe, un día retornaremos para siempre.

Si en Al fondo riela, la segunda parte de esta triología que vimos el año pasado, su danza nadaba más hacia la oscuridad, hacia las profundidades de las formas del agua, aquí el salto es hacia la luz, hacia el origen de la especie, tierra adentro, danza épica y picapedrera, sin códigos. Hacia esa inocencia que en algún momento nos arrebataron. Tatsumi Hijikata, uno de los padres del Butoh, perseguía el cuerpo primigenio, “el cuerpo que nos ha sido robado”. Idéntico ejercicio al que recorre en hora y veinte minutos una bailaora que, ya desde el principio y junto a su inseparable guitarrista, firma toda una declaración de intenciones: “Esto no es cualquier cosa (…) que esto no sea cualquier cosa”. Desde luego, no lo ha sido. Esto es Rocío Molina.

'Vuelta a Uno. Extracto de trilogía sobre la guitarra'. Rocío Molina

Baile: Rocío Molina. Guitarra: Yerai Cortés. Idea original: Rocío Molina. Dirección artística: Rocío Molina. Coreografía: Rocío Molina. Música original: Yerai Cortés. Dirección arte: Julia Valencia. Diseño de espacio escénico: Antonio Serrano, Julia Valencia, Rocío Molina. Iluminación: Antonio Serrano. Dirección técnica: Antonio Serrano. Diseño de sonido y técnico de directo: Javier Álvarez. Diseño de vestuario; Julia Valencia. Regiduría: María Agar. Diseño gráfico: Julia Valencia. Acompañamiento para espacio sonoro: Pablo Martín Jones. Realización de vestuario: López de Santos. Zapatos de Rocío Molina: Gallardo Dance. Cinturón: Elella del Toro. Dirección ejecutiva: El Mandaito Producciones S.L.. Dirección de producción; El Mandaito Producciones S.L.. Coproducción: Danza Molina S.L.. Coproducción: Teatro Español. Colaboración en producción: Agencia Andaluza de Instituciones Culturales. Apoyo: Inaem. Lugar. Teatro Villamarta. Fecha: 25 de febrero. Hora: 20.30 horas. Aforo: Lleno con las entradas agotadas.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Director de lavozdelsur.es entre 2014 y 2024. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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