La mayor gloria de un creyente es morir por su fe. Los santos antes fueron mártires, víctimas del sacrificio, abrasados a la parrilla o saeteados entre sus costillas, entre otros castigos divinos a cual más gore. No son muchos los elegidos para darse por entero a aquello en lo que creen. Muy pocos son capaces, más aún, de entregarse a la fe que profesan manejando al tiempo sus propias contradicciones. Creer una cosa y la contraria conciliando lo que uno es y lo que debería haber sido.
A puerta entreabierta, Israel Galván recupera su propia historia con sudor, sangre, incoherencias y bailando siempre como si empezara de cero. Con energía y creatividad para trascender, con silencios y estruendo, con calma supervisando desde la silla o con estrépito hincando el tacón entre los adoquines. Sin renegar de su pasado, sin mirar atrás con ira, pero a cambio, trabajándose una mascarada en forma de autobiografía abstracta que por momentos roza la autoparodia. Reírse de uno mismo como meta tomándose muy en serio cómo atrapar al espectador.
Mordaz y cínico, Galván es capaz de lograr que le amemos y le odiemos varias veces en 90 minutos de autorretrato lisérgico y, por momentos, esquizofrénico. Sevi… sevi… sevilla-no, tartamudea al rematar la archiconocida sevillana Que también es de Sevilla, uno de los ejes del espectáculo. Sevilla-no. La negación del origen hasta llegar al mismo. No reconocerse en los clichés, en los tópicos y prejuicios más cerriles, en los excesos del barroco, en el malditismo que han querido siempre imponerle como autor y creador, y tampoco reconocerse en el academicismo-purismo más repetitivo y enfermizo (“tú no sabes tocar los palillos” una y otra vez).
O renegar de quienes dictan para qué sirve uno o no sirve, y cómo han de ser las veredas por las que transitar en esto que se esfuma (“tú no sabes jugar al fútbol”, “tú no sabes bailar flamenco”, "tú no sabes bailar sevillanas"…). El niño Galván juega a lo que es, un alma libre y desprejuiciada que pagó con incomprensión y rechazo su manera de estar en el arte. La prueba de su ascenso a los cielos de la danza-teatro-flamenco es que, echando la vista hacia atrás, hace un puñado de años la mitad del patio de butacas habría desertado de Seises, que ha presentado en el 27 Festival de Jerez.
Ahora aguantan hasta el final, aunque haya quien salga hablando de "patochada" o de "mamarracho" ante la descarga que acaba de sacudirles el genio. Es más fácil descalificar lo que no se entiende que acometer el ingente esfuerzo por encontrar sentido y belleza en la incomodidad de un baile que no es de este mundo. Que no aplica medidas ni concesiones. Que no está hecho para el aplauso o el jaleo espontáneo desde el patio de butacas.
Una danza atravesada por otros códigos. Los suyos. De alguna manera, pedaleando en la bicicleta estática recorre simbólicamente el tortuoso camino de la creación, dando saltos adelante y atrás en su propia biografía. La cucaracha ya no puede caminar, con sonido de radio antigua, es un recordatorio de lo transcurrido desde su Metamorfosis, de la que se cumplen 23 años y en la que aquel escarabajo kafkiano se convertía en el bicho raro galvánico. Otro palo en la rueda lleva hasta Arena —la silla de tijeras como muleta taurina— o retoma aquel revival que significaba La curva, donde ya inició un camino de autorreferencialidad para permitirse el lujo (¡menudo lujazo!) de anclarnos a la butaca como él dispone, aunque haya momentos, por machacones y desesperantes, en los que uno también querría salir huyendo.
Danza de orfebrería para incomodar, bodegones de Murillo y Velázquez repartidos por la tabla, el infierno son los demás, la danza de los niños seises en la Catedral de Sevilla, aquellos comienzos infantiles que con Tres hojitas, madre y el Agnus Dei son contrapunto celestial en la voz de un coro de voces blancas a la retahíla insufrible de la maldición y el martirio. El martirio del arte, el martirio de ser fiel a uno mismo.
Sevilla tuvo que ser. La historia ya es conocida. El hijo de José Galván y Eugenia de los Reyes —“Gitano”... “la mitad”— que escapa de la tradición y la ortodoxia de la academia familiar —donde se educa en los herméticos fundamentos del baile según Sevilla—, elige su propia aventura, y se convierte en el icono de varias generaciones de la danza.
Un artista idolatrado y odiado a partes iguales, pero al que cuyo espectáculo coproducen nueve teatros y festivales europeos a la vez, sobre el que se han escrito ensayos —Le Danseur de la Solitude, Georges Didi-Huberman, 2006—, que es admirado por Barýshnikov —recientemente actuó en su teatro en Nueva York—, y que tiene casi carta blanca para recordarse a sí mismo lo tremendo que ha sido el proceso hasta llegar a hacer lo que le da la gana. Abrazar a Kubrick y Pasolini o explorar la conexión de la danza flamenca con el misterio del butoh.
Morir sacrificado por su fe y renacer vestido con ropajes del siglo XVI a golpe de pianoforte y clavecín —sensacionales Gerard Bouwhuis y Daria van den Bercken—, con la música barroca de los Scarlatti, o las conciencias que representan Helena Astolfi y Ramón Martínez, dos cooperadores necesarios en esta extraña trama a modo de flashback donde quizás solo se echa en falta a nivel escénico —riendas que asume aquí Carlos Marquerie, que colabora con Rocío Molina desde Caída del cielo— el ingenio creativo de Pedro G. Romero, figura primordial para aproximarse al cosmos de Israel Galván.
Ese universo que es a la vez cosmos y microcosmos: lo infinito del arte y lo más hermético y opresivo de haber nacido sevilla-no. Porque sí, porque aunque su baile sea de otro planeta, la realidad es que Israel Galván, como el azahar, los farolillos de la Feria de Abril, la Macarena, la Esperanza de Triana y el Gran Poder, también es de Sevilla. Y también es flamenco. Pese a quien pese, y a pesar de todo. A pesar de sí mismo.
Ficha artística
'Seises'. Lugar: Teatro Villamarta, 27 Festival de Jerez. Aforo: Lleno. Dirección artística: Israel Galván. Coreografía: Israel Galván. Intérprete: Israel Galván. Espacio escénico: Carlos Marquerie. Vestuario: Micol Notarianni. Clavecín: Daria van den Bercken. Piano: Gerard Bouwhuis. Música con Helena Astolfi, Ramón Martinez y un coro de voces blancas. Sonido: Pedro León. Dirección técnica: Pedro León. Supervisión de iluminación: Rubén Camacho. Regiduría: Balbi Parra. Management: Rosario Gallardo. Distribución: Rial & Eshelman. Producción: IGalván Company. Coproducción: Grec Festival de Barcelona / Théâtre de la Ville - París / Bienal de Flamenco de Sevilla / Teatro della Pergola - Fondazione Teatro della Toscana / Centro de Cultura Contemporánea Condeduque / MA scène nationale - Pays de Montbéliard / Fira Mediterrània de Manresa / Théâtre de Nîmes, Scène Conventionnée d’intérêt national – art et création - Danse Contemporaine / Flamenco Biënnale Nederland. Colaboración: Instituto Nacional de las Artes Escénicas de la Música del Ministerio de Cultura.
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