El genio sevillano es un multiverso. Todo a la vez en todas partes cuando hace un giro de muñeca, traza una curva con su cuerpo arqueado, se mece cubista en la silla o dibuja un zapateado en la tabla. Su trabajo puede tener 20 años, su cuerpo puede estar más cascado —tuvo una lesión seria hace un año— y brillar como el primer día. Sorprender como hace un cuarto de siglo bailando como Gregorio Samsa. Ser rabiosamente moderno sin que los años le hayan pasado por encima. 20 años, bah, no son nada. ¿O sí...?
Como en el famoso experimento del físico Erwin Schrödinger y el gato, todo en Israel Galván, que ha llegado a bailar con gatos en un circo y acabó uno de sus montajes más celebrados bailando dentro de una caja de pino, es cuántico y paradójico. Parece estar vivo y muerto a la vez. Es clásico y es vanguardia a un tiempo, atrapa y repele a compás de un repicar a compás en sus dientes, es fantasía onírica o es sudoroso despertar. Bisbisea, murmura y chilla.

Sus gestos, lo flamenco, su tocaor (inconmensurable Rafael Rodríguez; él solo, una orquesta), su cantaora, sus botas blancas, su flor en el pelo, su narrativa, su geometría variable, su música callada del toreo, su tartamudez y su palabra corporal… están o no están en función de quien observe, del que quiera escuchar. Sin tratar de entender más allá de lo que va sugiriendo. Invitando a hacernos preguntas, incomodándonos y exigiéndonos como espectador, el bailaor y coreógrafo sevillano ha construido lo más difícil: una línea. Una línea en un mundo paralelo, que se revela o no aparece en función del observador. Como en David Lynch o como en un cuadro de Pollock.
Y el espectador, en ocasiones, también está o no esta, es receptivo o no, sin que necesariamente tenga que entender qué demonios sucede sobre las tablas. Porque como reflexionaba Picasso, "¿por qué no prueban a comprender el canto de los pájaros? ¿Por qué la noche, una flor, todo cuanto rodea al hombre puede gustar, sin que intenten comprenderlo?". Escuchaba horas antes de este espectáculo la reflexión del escultor Jaume Plensa en la radio y hablaba también del sonido de la sangre mientras recorre la femoral.
Ahora oigo ese bombeo incesante de seis litros por segundo correr por las piernas del bailaor. Y cómo golpea el suelo acústico para resonar como bombas de racimo. Doblan las campanas a muerto. Está aquel apocalipsis now de El final de este estado de cosas. Y la toná es la clave: ya no soy aquel que era; pero sobre todo, el que debía de ser.
En la recta final del 29 Festival de Jerez, Galván ha subido a Villamarta la reposición de su espectáculo más representado, y probablemente más laureado, más de 300 funciones de aquella La edad de oro que compartió, primero, con Fernando Terremoto, y luego, con David Lagos. El renovado acompañamiento del bailaor en un trabajo que celebra su 20 aniversario sobresale —como hace dos décadas con Alfredo Lagos— con el guitarrista sevillano en un trabajo que rinde homenaje a los cafés cantantes en la edad de oro del cante —finales del XIX, principios del XX—, donde paradójicamente no era el toque lo más desarrollado ni valioso del momento.

A través de una sucesión de piezas coreográficas, intercaladas por diferentes solos e indagaciones individuales que se relacionan con los otros artistas de la propuesta, el espectáculo brinda una generosa enciclopedia de estilos flamencos como si de un menú gastronómico se tratase: con sus deconstrucciones, con aceleraciones, con espacio para degustar la malagueña del Mellizo o vibrar con las seguiriyas del Loco Mateo. Los tangos de Pastora y el Titi se entremezclan con la taranta de Torre, las cantiñas del Pinini se hilan con Suspiros de España y un pasodoble taurino con el que una vez más Galván nos recuerda cómo es capaz de explicar las tradiciones y reventar los tópicos con un crujir de espalda. Sintiéndose el más flamenco del mundo y huyendo del academicismo y de las convenciones del baile.
Y aunque, como escribió Machado, una fiesta se hace con tres personas —una canta, una toca y otra baila—, a lo mejor hay un momento determinado, en función del que observa, en el que el espectador siente que el que toca es el que baila, el que baila canta como el bicho de La metamorfosis, y la que canta es la que toca.
Y que se sepa, pese a que hace unos años montó Gatomaquia, Israel Galván no tiene gato. Lo que sí cuentan es que preparando su último espectáculo, Dream, bajo la dirección de Natalia Menéndez, había momentos en los que el auteur sevillano, este clásico contemporáneo de la danza española, que también sale aquí a bailar con una flor en el pelo y comparte escenario con la cantaora y guitarrista utrerana María Marín, protestaba porque no quería que aquello pareciera flamenco. Como si huir de lo obvio fuese ya el camino más directo hacia lo eterno.
Aquí puedes ver la galería completa de 'La edad de oro' en el 29 Festival de Jerez, por Manu García
Ficha técnica
29 Festival de Jerez. Israel Galván Company. 'La edad de oro. 20º aniversario'. 6 de marzo de 2025. Hora: 20.30. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: tres cuartos de entrada. Coreografía y baile: Israel Galván. Cante: María Marín. Guitarra: Rafael Rodríguez. Sonido: Pedro León / Félix Vázquez. Luces: Benito Jiménez / Valentín Donaire. Management: Rosario Gallardo. Producción: IGalván Company