Apenas iniciado el Festival, se respiraba como un aire de estreno en el luminoso mediodía de La Atalaya. Era la hora y el espacio, ya ganado para el Festival en la pasada edición, pero que en esta ha sido adaptado especialmente —y de qué manera— para las funciones escénicas que demandan las obras que recibirá dentro del ciclo Muy Personal de la muestra. También, la propia protagonista de la mañana había abundado en esa sensación al declarar el día anterior que sentía como un estreno la reposición de su obra, estrenada en la última Bienal de Sevilla (2020).
Y como estreno se percibió: por lo nuevo y por lo fresco, por lo pulido y fluido de una obra que parece haber sido cincelada para otorgarle un perfil en el que preside el equilibrio: mucho baile junto a una rica variedad de manifestaciones dancísticas y también musicales y cantaoras. Una cuestión de ordenación y coherencia entre los diversos elementos reunidos, que no eran pocos, pero que encajaron en un discurso, por momentos muy transmisor de la poética que inspiraba el trabajo. Era la de Juan Manuel Flores Talavera, bohemio, inconformista, personalmente sensible hasta herir, que alumbró con sus versos unos años de ilusión y promesa de futuro, los de la Transición con un futuro de autonomía (¡ay!) para Andalucía.
Ese tiempo, musicalmente hablando, está muy presente en la obra, junto a los versos quizás menos conocidos del poeta. Los más, ya se sabe, fueron los de los primeros discos de Lole y Manuel, aunque Flores se negara a firmarlos en algún caso. Reunidos, no hace mucho, por la editorial Libros de la herida, la obra de La Piñona constituye un rescate y reivindicación de su poesía que él, en su sencillez, nunca habría posiblemente imaginado. Bailar una lírica tan delicada no parece asunto baladí. Quizás solo es posible gracias al hechizo de una fascinación, la que sintió la bailaora al adentrarse en el personaje y en sus versos. Ellos transmiten un espíritu que había que trasladar al baile.
Lucía lo ha transportado con la ayuda de un conjunto que la arropa y guía en el propósito: las músicas de Lagos, el cante de Pepe de Pura, los registros de Fernández en los teclados, la precisión rítmica de Perico Navarro, junto a las voces del trío lírico: un contrapunto y un contraste, na cesura que separaba los párrafos del discurso y, en un momento, se fundían con él, como en la secuencia en que comparten con la bailaora en el baile de Los Seises de la Catedral de Sevilla, una de las devociones de Juan Manuel Flores (las otras, ya se sabe, eran las mariposas).
Una atmósfera lisérgica recibe la primera aparición de la bailaora, que expone toda una sintaxis dancística (cambrés incluidos) en una declaración de intención y de carácter con una creciente intensidad. Sus brazos se extienden llenado el escenario y sus pies añaden la musicalidad y el ritmo de forma exacta y medida. La expresividad corporal inicial se trasladaría con sus acentos propios a todo el repertorio de bailes para encontrar, dentro de un tratamiento circular, su redondez en la despedida. En el trayecto, hubo un hermoso baile por soleá, con todos sus elementos ensamblados con sello propio; unas bulerías bailadas sobre un reducido espacio y arropada de cerca por los músicos, pura expresión de fuerza; y unas sabrosas alegrías, entre otros momentos.
Fuera de los bailes más o menos canónicos, hubo también otras formas de danza, y no solo las iniciales y finales. Tras el baile de Los Seises y con fondo de un órgano casi eclesial, Lucía ensambló hermosas y, de nuevo, expresivas formas, antes de que los veros de Tu mirá, que encandilaron al mismísimo Tarantino en Kill Bill, dieran paso a las citadas bulerías con un cante de Pepe de Pura que evocó por momentos al de Manuel Molina. Las transiciones de Alfredo Lagos y su exigente introducción a la seguiriya de La Piñona marcaron el inicio de un final que contaría con un guiño —también bailado— al rock psicodélico de Sevilla de los años setenta del pasado siglo, los años del inspirador poeta Juan Manuel Flores.
Un aire de satisfacción aunó escenario y público al final de la representación.
'La Piñona': 'Abril'
Lucía Álvarez La Piñona. Baile: Lucía Álvarez La Piñona. Dirección musical y guitarra: Alfredo Lagos. Cante y adaptación de letras: Pepe de Pura. Batería: Perico Navarro. Piano: Pepe Fernández. Trío de voces líricas: Guadalupe Martín, Irene Román y Soraya Méncid. Coreografías: Lucía Álvarez La Piñona y Ana Morales (una pieza). Dirección artística: Pedro G. Romero. Lugar: Museos de La Atalaya. Día: 19 de febrero. Hora: 13 horas.