Patricia Guerrero, maravillada y mágica

Si el viaje parece no tener rumbo no es porque carezca de destino, es porque los viajes son así, imprevisibles y soñadores. Hay propósito y dirección, pero en el camino, como en la vida de la bailaora, los referentes son inesperados y caprichosos. 

Deliranza es el país de las maravillas de Patricia Guerrero, Premio Nacional de Danza 2021, un ejercicio dancístico por el que la bailaora transita como agarrada por una fuerza superior sutil y envolvente. Este espectáculo parte de grandes referentes de la literatura y el arte, y se sitúa en un tiempo de ensueño con alusiones al cuento de Lewis Carroll, aunque por suerte, esto es solo un punto de partida. Deliranza se adentra en la nocturnidad, siendo la noche y sus sueños las propias horas de ensayo de la bailaora, ese tiempo de exploración, punto de fuga y penumbra de su etapa creativa. 

Es un ejercicio dancístico porque durante una hora y media, los cuerpos no paran de correr y de levitar por el escenario. Las continuas andanzas nos van guiando por este viaje. Como en el agujero de Alicia, Patricia cae por la madriguera y el público con ella. Es tanta la energía creada, que el teatro se queda pequeño. Son nuestros cuerpos quienes la reciben y la abrazan, en algún lugar hay que darle cobijo. A algunos los deja taquicárdicos, a otros les dan ganas de echarse a volar. Es todo producto de la potencia que Patricia Guerrero proyecta. La bailaora llega a lugares insospechados. 

Si el flamenco es telúrico y etéreo a la vez, Patricia Guerrero lo funde y lo airea en todos los sentidos, haciendo que la música vuele y que el baile se enraice. Los músicos aparecen en escena casi simulando una ilusión óptica, elevados sobre una estructura en el escenario que a ratos permanece invisible. Este recurso no resulta aquí un capricho escénico, pues hace que la música sobrevuele y flote, se funda con los sueños y los anhelos de Patricia. 

La bailaora y su magnífico cuerpo de baile, formado por Eduardo Leal, Maise Márquez, Gloria del Rosario, Ana Pérez, Hugo Sánchez, Ángel Fariña y Fernando Jiménez, consiguen que el espectáculo sea un sublime paisaje onírico. Deliranza a ratos parece un espectáculo de magia, llevando ese surrealismo tan de Magritte a una propuesta flamenca.

Como en el cuadro Golconda, donde una lluvia de hombres vestidos de forma idéntica sobrevuelan la escena, en Deliranza hay vuelo, ensueño y nuevas dimensiones. Hay música mucho más allá de la música. El cuerpo de baile es el quinto instrumento, el umami de esta Deliranza. Los teclados de Óscar A. Rifbjerg y la percusión de Agustín Diassera participan como un encantamiento en la construcción de esta atmósfera. El cante de Sergio 'El Colorao' y Amparo Lagares funcionan como raíces ancestrales. 

Aunque hay mucho de flotabilidad, esta deliranza es también una llamada a las profundidades de la tierra. El espectáculo es terrestre, con sonidos que remiten a la naturaleza, a grillos y pájaros. Las manos de Patricia se convierten en un aleteo precioso. Es una obra física y sensorial. Patricia baila con los brazos inmovilizados —con jadeos, con placer, con sorna—, Patricia baila haciendo lo que parece un perro boca abajo de una clase de yoga. Hay corporeidad, hay aire, hay un viaje que sí va a muchas partes, tantas que cada espectador tendrá que completar su propio camino. El final conduce al principio, quizás por aquello del eterno retorno. 

Dani de Morón realiza un riff incesante, el laberinto de Patricia parece no tener fin pero qué más da, todo en esta pérdida es un sorpresivo encuentro. Recorremos el laberinto maravillados. Dan ganas de levantarnos de las butacas y de bailar con ella.

Se preguntaba Lola Flores vestida de maga ¿Cómo me las maravillaría yo?, en la búsqueda de su propia pócima entre arcones, tinajas y Don Alonso Caña. Patricia Guerrero en Deliranza propone también su particular receta. Incluso, en un momento del espectáculo, Amparo Lagares canta el Bibidi Babidi Bú de la película La Cenicienta. El hada madrina buscaba sus siete palabras de magia en la búsqueda de un buen amor. 

Un espectador comenta que más allá de gustos personales, el público habla con sus aplausos, y aquí el mensaje ha sido contundente. Tanto es así, que un célebre asiduo del Villamarta, que suele salir del teatro rápidamente cuando termina la función, esta vez no deja de aplaudir maravillado durante los cinco minutos que dura la ovación. 

"Esto no es flamenco", pensarán algunos. También Magritte afirmaba en su célebre pintura de la pipa que "esto no es una pipa", y sin embargo, lo era. Una pipa y sus múltiples reflejos. Flamenco y sus muchas puertas para entrar y salir con delirio y destino, como diría María Zambrano.