Y El Pele se reconcilió con Jerez. Ahora sí. Esta es la buena. La de 2020, en el Teatro Villamarta, en medio de una pandemia y poco más de medio centenar de personas en las butacas, no cuenta. La de ayer en Los Apóstoles sí. Y no defraudó. Fue El Pele. A sus 70 años recién cumplidos, llegaba la ciudad para cerrar la noche del 28 Festival de Jerez con Reloj de Arena. No vamos a entrar en lo dicho, ni en lo ocurrido en el pasado. Eso ya lo saben todos ustedes, lo han leído, lo han comentado, lo han… todo. Así que vamos a lo importante. A lo que pasó en la Bodega Los Apóstoles.
Arropado por su inseparable Niño Seve la guitarra, la fonoteca de Manuel Moreno Maya El Pele (Córdoba, 1954) tiene un claro y diáfano recorrido personal en su voz y su manera de decir el cante. El paso del tiempo ha llegado a afianzarle como uno de los grandes soleaeros de este tiempo, pero no sería justo quedarnos solamente en eso. Sobre todo, porque es un cantaor de los que se definen en el argot como largo y conoce el cante y los cantes con veteranía y los ejecuta con maestría.
"Estoy muy contento de estar aquí esta noche y venimos con muchas ganas de que paséis una buena velada de cante flamenco con nosotros", señalaba el propio artista nada más finalizar un medley (o popurrí) de zambras donde Caracol es la patente de corso y antes de fajarse por un “recorrido por diversos estilos de malagueñas” entre las que Enrique El Mellizo y La Trini coparon el repertorio que remataba por verdiales y rondeñas, acompasadas y tiradas p’atrás, dejando las prisas para después.
Por soleá llegaron los mejores momentos. Casi un cuarto de hora de disfrute de voz y toque, de la mano de los sonidos del terruño que pisaba, Manuel Torre, Frijones o hasta un guiño en el que nos recordaba a María Bala, antes de volar a territorios bajo andaluces — y hasta nos atreveríamos a decir que morentianos en algunos momentos puntuales—, pero sobre todo sin perder ese marchamo caracolero que lleva como patente de corso, junto con ese otro que le ha hecho singular y diferente: el suyo.
Por seguiriyas, dedicadas a Juanma Rojas que "es una persona que yo adoro mucho", los dolores que pasó Dios de Francisco La Perla era el introductorio de unos minutos entre los que la simbiosis de cante y toque nos dejaba también en el recuerdo a Cagancho, guiños personales como hacer en compás de cinco por ocho incluso hasta letras por tangos y rematar con los clásicos días señalados de Santiago y Santa Ana del loco de la Plazuela.
Por alegrías, romeras, cantiñas y alegrías de Córdoba comenzaba la despedida de un cantaor al que no le tembló la voz en la hora larga de recital. Ni se arrugaba en los exigentes tercios en los que nos devolvía esa imagen pretérita en los puertos de Sanlúcar que la televisión pública andaluza recogiera por Nochebuena a principios de la década de los 90.
Al igual que los fandangos y los tangos yo vengo del moro con el que el reloj de arena que El Pele llevó a Los Apóstoles derramaba su último grano. Estaba a gusto, se le notaba y el público disfrutando no paraba de jalearle, refrendado la reconciliación de un pueblo con un cantaor que, cuando quiere, marca la diferencia entre ser bueno o ser único.