“Presumes que eres la ciencia / yo no lo comprendo así / porque siendo tú la ciencia / no me has comprendío a mí”. Tomás de Perrate (hoy ‘Perrate’ a secas) introdujo unas soleares de La Serneta explicando que, si no cantaba por soleares, su padre le pegaría desde el cielo. No es José Fernández Granados el único cuya ciencia no cubre los últimos experimentos del chiquillo. Tomás canta de pie (a veces), pero no es un floreado Marchena, sino un llorante. Esa voz que suena apená incluso en los momentos más festivos, eslabón de una dinastía utrerana y jerezana, con redes de arrastre que recuerdan a su tía María la Perrata.
La bodega Los Apóstoles de González Byass, marco del ciclo De la Raíz del 27 Festival de Jerez, se puso psicodélica en la tarde de este pasado domingo, con Perrate. Será mi pobreza de referencias, pero el teclado de su sobrino Pepe Fernández me recordó, a ratos, al Pink Floyd de finales de los 60. Tras unas seguiriyas de apertura, con cimientos en la zona (El Nitri, Tío José de Paula…), el órgano y el imponente set percutivo de Antonio Moreno se perseguían en un duelo instrumental que sentaba tono. La vanguardia y la retaguardia se turnaron toda la noche.
Regresó el cantaor para la atmosférica versión de una toná de Jacinto Almadén y para el romance sefardita Melisenda insomne. Este último fue un tour de force por el actual estilo de Perrate, con cambiante acompañamiento y una melodía que empezó como el romance de la monja que grabara El Negro del Puerto, más propiamente flamenca conforme iba entrando en compás.
Tomás de Perrate presentaba su último trabajo, Tres golpes (2022). En sus palabras, “un viaje imaginario a la España del Siglo de Oro”. ¿Qué hubiera hecho un gitano con las músicas de aquella época? “Lo mejor que sabemos hacer los gitanos: adaptarnos”. Unas seguidillas (rotuladas en el álbum como mitológicas de Alosno) con piano eléctrico y compás de puño; una jácara que se leyó como feminista; una folía con impacto sónico donde la locura habla en primera persona. Tiempos y lugares son meras herramientas para el artista. Su paisano Bambino lo sabía bien, y quizá por ello le dedicaron un tango, La última curda [borrachera]. Tango que hacía sulfurar un poco por el contraste entre la música sentimental y esa voz doliente, que sola aflamenca.
Las mencionadas soleares dieron un descanso a la afición, para pasar a unas Bulerías de la base (de Morón). El guitarrista, el experimentado Paco de Amparo, es sobrino nieto de Diego del Gastor y recibió, casi off the record, instrucciones de tocar “así muy del Gastor mágico”. Las bulerías sonaron, a nuestro juicio, más gastoreñas que en el álbum, e intercalaron una mención a María la Perrata y unas líneas de bolero. Un interludio atonal de piano y percusión —a los que se unirían cromatismos de guitarra— nos despedía del clasicismo... o nos daba la bienvenida a él.
Pues clásica es la chacona del siglo XVII A la vida bona, compuesta por el maestro de capilla Juan Arañés, donde Tomás bailó e incluso marchó como soldado. El número de cierre, el “fandango callejero” Tres golpes, no es tan remoto, pues lo grabó la agrupación colombiana Los gaiteros de San Jacinto, si bien a la manera de músicas ancestrales. Fandango se usa aquí en un sentido de época: el que empleaba, por ejemplo, Agustín Muñoz y Gómez para referirse al bullicio festivo que armaban “esclavos negros é blancos” en el Jerez de 1464. Perrate confesó que se siente negro. Puso a toda la banda a corear el fandango americano a capela, con impetuosa percusión de manos y pies.
Una escena final digna de las calles de la antigua Bogotá… O quién sabe si de la antigua Utrera, que Perrate sospecha llena de negros, entre ellos quizá algún antepasado suyo. No sabemos, pues, si con esto se estará cerrando un círculo histórico. En todo caso, es un giro más para un arte, el flamenco, mestizo, y para una raza que (purezas de la imaginación aparte) sabe adaptarse. Cosas más raras que la jácara han pasado por ese aro.