El robo y expolio de obras de artes es un continuo en el mundo de la cultura. Obras de siglos de historia, de primer nivel, que se pierden en los mercados negros del arte, que por cuatro duros se malvenden, pasan de mano y mano se acaban perdiendo por desconocimiento, por omisión o por falta de respeto a la propia obra.
Algo así pasó con un cuadro de 3,5 metros de alto y 2,5 metros de ancho, referente para entender la pintura española del siglo XVII.
Francisco Pacheco fue su autor. Suegro y maestro de Velázquez, se trata de El juicio final, una representación religiosa, con muchos iconos, y que fue creada en 1611. Su destino era el convento de Santa Clara de Sevilla.
El propio Pacheco, no solo genio por su pintura sino también por sus tratados, su libro Arte de la pintura, fundamental para entender su obra y la de Velázquez, le dedicó dos capítulos. Un dibujo, de hecho, realizado con cuartillas cosidas entre sí, iba de mano en mano para explicar, para enseñar, para ser estudiada. Era el traslado de la propia obra pictórica.
Pero aproximadamente en el 1810 habría sido expoliado del convento. En ese tiempo, el dibujo, muy estudiado, fue la única fuente para conocer los detalles de la obra. Una familia lo tenía, por herencia, sin saber si era de valor.
Hay dudas sobre si fueron realmente los franceses quienes lo robaron durante la invasión napoleónica, o si un par de décadas más tarde el Estado lo habría vendido a través de las famosas desamortizaciones del ministro Mendizábal, que vendió mucho patrimonio religioso. Si fue a principios del XIX o en los años 1830 es relevante, pero más aún lo es que se tiene constancia de que en 1869 se encontraba en el catálogo de ventas de un abad en París. No hay documento posterior de venta.
Se encontraba ubicado en el hueco de la escalera de la casa, en Marsella, bajo muy malas condiciones. En 1996, más de siglo y medio después, los propietarios se pusieron en contacto con el Museo Goya ubicado en Castres, en el Sur de Francia, la tercera pinacoteca más importante del arte español que se encuentra fuera del país.

Allí fue reevaluado y, efectivamente, se reconoció la autenticidad como el cuadro de Francisco Pacheco. En 2002, tras un laborioso empleo de técnicas modernas, fue restaurado y expuesto, de nuevo, en Sevilla, en una exposición itinerante conjunta entre el Bellas Artes y el Musée Goya francés.
"Que este cuadro, que fue pintado para el convento de Santa Isabel de Sevilla, vuelva a su ciudad es un gesto simbólico", decía el comisario de la exposición.
Este cuadro, a día de hoy, puede visitarse en el museo situado en el Sur de Francia, junto a centenares de obras españolas que van desde la Edad Media hasta el siglo XX.
La obra en sí tiene mucho valor simbólico, al ser del final del manierismo, y se intuye que Velázquez ya estaba en el taller de su suegro cuando fue concbeido.