Dicen que antes de morir pasa toda la vida por delante de tus ojos. A una velocidad vertiginosa, claro, relampagueante. Pero, ¿y si no mueres, sino que te asesinan?, ¿ocurre igual?
En mi caso no fue así. Soy Juan Máximo Salazar, nacido en el barrio jerezano de Santiago, y cuando me sacaron una fría madrugada de diciembre de 1936 de la cárcel improvisada en el Alcázar de Jerez y me subieron a empujones y a punta de máuser a un camión descubierto, ya sabía mi final. El mío y el de los tres compañeros que aquella noche conformaba la "saca" rutinaria.
Mi vida no pasó entonces por delante de mis ojos. No. Fue la imagen de Carmen, mi compañera y esposa, la que tenía incrustada en mi cabeza, y con ella me imaginaba la carita del niño que llevaba en sus entrañas desde hacía siete meses. Ya éramos muy mayores para tener a nuestro primer hijo, ¡38 años!, pero no habría en la tierra otro hijo más querido que él… Sí, Carmen lo tenía muy claro desde el principio: será un niño, seguro, tengo un pálpito, me decía, no sé si con voz de maestrita o de premamá. Me llegó la noticia de que Carmen estaba presa en la cárcel de la plaza de Belén y tenía la esperanza (¡como lo anhelaba!) de que saliera con vida de esa horrorosa pesadilla. ¿Qué había hecho ella? ¿De qué podían acusarla? Una maestra nacional, y de religión protestante, eso sí, pero poco más. ¿Que la habían recomendado algunos políticos republicanos y masones? Eso no era nada. Ni persona política ni sindicalista señalada. ¿Qué peligro podía representar Carmen para los del Alzamiento Nacional?
Mientras el camión salía de la ciudad y se sumergía en la oscuridad de la noche, y mientras sus tres compañeros, tiritando de frío (¡ni una maldita manta raída nos habían dado!...ese era otro motivo más para intuir nuestro final) canturreaban con expresión casi ausente canciones libertarias (negras tormentas agitan los aires...el bien más preciado es la Libertad...a los parapetos...), Juan Máximo apenas esbozó una medio sonrisa al recordar las públicas controversias que tuvo hace quince años con los entonces dirigentes anarcosindicalistas jerezanos Sebastián Oliva y Francisco Fernández Alcón.
Yo entonces era secretario de la agrupación socialista de Jerez. Un cargo importante para alguien tan joven, es verdad. Tan solo 21 años y ya con una larga trayectoria de obrero asociado con los de mi gremio. Los hijos de los obreros, con 12 años ya comenzamos a trabajar… hay que ayudar en casa cuanto antes… ya se sabe. Mi hermanastro Manuel Díaz Almenta, oficial tipógrafo, me recomendó como meritorio en la imprenta donde trabajaba, y desde entonces no hice otra cosa en la vida.
Los canturreos de mis compañeros en el camión y las trayectorias políticas de Sebastián y de Francisco, que terminaron abandonando el anarquismo y acercándose a posiciones republicanas y casi socialistas, me hicieron recordar lo que les escribía yo en El Tribuno de Cádiz en 1920. Lo había leído en una carta publicada en la prensa, y se lo repetía a ellos: Si Marx y Bakunin se hubieran puesto de acuerdo, el mundo hace tiempo que ya sería igualitario, sin capitalismo, donde la fraternidad, la igualdad y la libertad serían una realidad. ¿Os imagináis?
La camioneta se detuvo un instante y uno de los falangistas que estaban de pie en los estribos gritó por dos veces «¡No, no!», y algo más de lo que solo identifiqué "carretera del Puerto". Ya no sabrían ni dónde seguir fusilando, después de cinco meses regando de cadáveres anarquistas, republicanos, socialistas, comunistas y sindicalistas las cunetas, barrancos, pozos y fosas improvisadas de los alrededores de Jerez. «El Puerto»… sería una casualidad. No creo que supieran que yo era concejal socialista de El Puerto de Santa María, ni mucho menos. No había simbolismo ni intención en aquella decisión. Quizá fue lo más cómodo, acabar cuanto antes y volver al cuartel, al mesón o a casa.
Pero al escuchar "El Puerto", mi mente recompuso y reordenó rápidamente varias imágenes, todas ellas relacionadas con la ciudad donde había pasado casi diez años de mi vida, donde trabajé en la Imprenta de José Leal en la calle Larga, donde conocí a Carmen cuando llegó en el verano de 1932 como maestra cursillista acompañando a la Colonia Escolar Municipal Jerezana, pasando con ella tres semanas inolvidables. ¡El amor apareció en un verano de nuestra vida! Ya sé que es un tópico, pero en nuestro caso fue así… Nuestro noviazgo no fue fácil. A base de cartas, como los antiguos. Aprendiendo a escribir poemas y prometiendo y prometiéndonos. Ella en Arcos y después en Nerva (Huelva), en sus escuelas de niñas, apenas viéndonos al principio algún fin de semana o en las navidades después. Y ya juntos en el otoño de 1935, cuando Carmen comenzó el curso 1935/1936 en la escuela jerezana del Retiro gracias a la carambola de una permuta, y yo retirado del ayuntamiento del Puerto por orden y mandato de los gobernantes del «bienio negro», los derechistas de Lerroux y la CEDA de Gil-Robles, después de la Revolución de Asturias. Pero ya se vislumbraba su final. Los derechistas y fascistas habían conseguido que socialistas y comunistas se unieran desde la base, que en el campo anarquista surgieran los sindicalistas de Ángel Pestaña dispuestos a participar en política y a colaborar en la gobernabilidad de los pueblos, y que en el campo republicano surgieran hombres de izquierda dispuestos a la verdadera fraternidad. Después de la Unión de Hermanos Proletarios, de la famosa y emocionante UHP de Asturias en octubre de 1934, ya se estaba escuchando con insistencia la expresión «Frente Popular». Frente Popular… su victoria en febrero del 36 nos dio la alegría y la esperanza y la seguridad necesaria para decidirnos a tener un hijo. Un hijo del Frente Popular sería; un hijo del futuro luminoso que se abría con su triunfo en las urnas, hijo de una República que sería de verdad ¡por fin! una República de trabajadores…
"El Puerto" habían dicho… y veía a cientos de niños y niñas que llegaban esqueléticos y anémicos, con caras inexpresivas muchas veces, donde se les hacía difícil mostrar la alegría que sentían por pasar tres semanas en las hermosas playas de El Puerto de Santa María. Y la felicidad radiante y sincera cuando se montaban en el tren para regresar a Jerez, con la piel morena como negritos, los dos o tres kilos rellenando sus cuerpecitos, y hasta el pelo más brillante y luminoso...¡muchas familias ni los reconocían al llegar a la estación de Jerez!
Esa experiencia gozosa daba para llenar varias vidas. Y yo tuve la oportunidad de vivirla. Desde que propuse la iniciativa de crear la Colonia Escolar Obrera a mis compañeros de la Sociedad de Artes Gráficas de Jerez, y éstos se entusiasmaron con la idea y la propusieron al resto de Sociedades de la Casa Colectiva, con frecuencia me decían que yo era el fundador de la Colonia Obrera; con mayúsculas, «Fundador». Me enorgullece escucharlo, pero no hay que hacerles caso. El valor de la Colonia reside en haber sido una obra colectiva, de todas las Sociedades que decidieron participar en la primavera de 1920, y de todas los obreros que desde julio de ese año asumieron el cargo, año tras año, de dirigirla y mejorarla y administrarla.
Yo tuve la idea y supe transmitir mi entusiasmo en que no había que esperar a la Utopía para mejorar algo nuestra situación. Que la revolución está muy bien, pero que pequeños detalles también van forjando nuestra conciencia. Que nuestros hijos famélicos y tristes podían vivir unas vacaciones veraniegas que le hiciesen confiar en el futuro que les preparamos a duras penas con huelgas, detenciones, deportaciones, paro y alacenas vacías. Pero pronto mi iniciativa fue la de todos. Y la Colonia Escolar Obrera fue de la clase obrera jerezana, orgullo de su clase, experiencia autoorganizativa que nos hablaba de que un futuro mejor sería posible.
Tampoco en esto nos poníamos de acuerdo Sebastián, Francisco y yo. Éramos reformistas y poco decididos, «amigos» de los patronos, decían, y volaban los insultos y las descalificaciones. ¿Cómo dejábamos que el ayuntamiento conservador de Jerez le diera una subvención a la Colonia, aunque la hubiera solicitado el concejal Roma Rubíes, amigo de los obreros? ¡Reformistas! ¿Y cómo permitimos que el millonario Elías Ahuja, por muy filántropo que fuera, ayudara a la Colonia con decenas de donativos y que incluso nos cediera una casa en la esquina de la plaza de toros los veranos de 1928 y 1929, para que los niños y niñas no tuvieran que caminar diariamente tanta distancia hasta la playa? Amigos de los patronos…
Lo dicho, que si Marx y Bakunin se hubieran puesto de acuerdo, no habríamos llegado a esta situación de tiros y fosas… pero no, ya estamos otra vez echando la culpa a los demás, ¿y nosotros…? ¿no pudimos ponernos de acuerdo nosotros durante casi dos décadas? Ahora, los destellos de los máuseres y la tierra que echarán encima de nuestros cuerpos en la cuneta de la carretera, serán lo que nos pongan de acuerdo en algo: la muerte vil y el olvido durante décadas nos harán compañeros inseparables…
Ya lo manifesté entonces en El Puerto a los representantes de las sociedades obreras jerezanas el verano de 1928. Que la filantropía estaba bien, y se agradecía, pero que la Colonia debía basarse en las propias fuerzas y que los obreros jerezanos debían colaborar para poder traer más niños y niñas cada verano a la playa, y en las mejores condiciones materiales posibles. También me parecían bien las corridas de toros benéficas o las funciones de cine, teatro o espectáculos variados que a beneficio de la Colonia Escolar Obrera se realizaban durante todo el año con gran asistencia de público. La solidaridad del pueblo era importante, pero las puntuales cuotas de los obreros debían acrecentarse a base de aumentar el número de socios y de Sociedades involucradas en tan ingente tarea. La clase obrera, sin sectarismos ni seguidismos, debía ser independiente.
Fundador. Así me mencionaban en la prensa gaditana, portuense y jerezana cada verano, pero especialmente en tres momentos inolvidables y muy queridos por mí. La entrega de la bandera a la Colonia el año 1928; ¿me visteis en la fotografía junto a la madrina y bordadora Consuelo Hurtado?; la entrega ese mismo verano del pergamino de la Colonia, hecho por mí (modestia aparte), donde se nombraba Presidente Honorario a Elías Ahuja, o la inauguración de la Casa de la calle San Francisco n.º 14, propiedad de la Colonia Escolar Obrera, el verano de 1930. ¡Ahí mi popularidad subió muchos puntos! ¿Tampoco habéis visto la fotografía del banquete de ese día? Todo eso fue cuando aún no conocía a Carmen...¡lo que hubiera disfrutado ella! Tampoco estuvo cuando ya durante la Segunda República [...parece que han cogido por un camino de tierra, se han parado y han dado la vuelta...¿a qué esperan?...], siendo yo concejal del Ayuntamiento de El Puerto, fue a mí a quien le dieron un pergamino en Jerez en un acto imponente con asistencia de los dos presidente honorarios, Elías Ahuja y el médico Luis Jurado Arcila, y numerosos obreros. A nadie más se le reconoció de esa forma su labor «y su desvelo» en pro de la Colonia Escolar Obrera, pero ¡que yo no era el Fundador! Fueron los obreros jerezanos… no pararé de decirlo… yo solo era un obrero jerezano, un miembro de mi clase… ¿Tampoco habéis visto ese pergamino? Con su orla tricolor y todo… ya digo que no me lo merezco... solo era un tipógrafo socialista, eso sí, y con un cariño inmenso hacia los hijos e hijas de los de mi clase, de los más desfavorecidos de mi clase...
Un frenazo brusco de la camioneta y todos nos caímos rodando, con las manos atadas a la espalda como estábamos. Una zanja profunda junto a la carretera decidió el destino. Al bajar a la tierra apenas pudimos ver recortada la silueta de la Sierra de San Cristóbal en aquella negra noche. No quisimos vendas en los ojos ni nos colocamos de espaldas. A los falangistas y ex-somatenistas que quisieron participar en la orgía de sangre, los conocíamos, y queríamos que nos viéramos las caras en el momento del terrible final. Mi vida no pasó resumida por delante de mis ojos. No fue así. Solo el rostro de Carmen y su futuro hijo en brazos, como la negrita virgen de la Merced que mi madre tenía en su cuarto, y los vivas, consignas y canciones que mis compañeros y yo comenzamos a gritar para disipar el miedo que atenazaba nuestras gargantas y nublaba nuestra vista. No hay mejor forma de apartar a un lado el miedo. No escuché ningún "preparen armas, apunten, fuego" como era de esperar. Solo una serie indiscriminada de detonaciones que cada miembro del piquete quiso realizar obedeciendo al ritmo de su odio o de su fanatismo. No pasó mi vida… ¡pac-pac-pac-pac! ¡ay! ¡¡Caaaarmeeeen!!...
Epílogo: Un mes más tarde, Carmen Hombre Ponzoa fue también fusilada por los golpistas cuando estaba embarazada de ocho meses. Gracias a la labor humanitaria de una monja, su hijo Juan Máximo Hombre sobrevivió y su nieta Carmen Máximo ha denunciado a ambos como desaparecidos ante la jueza argentina Romilda Servini, única que investiga los crímenes franquistas como genocidio y crímenes de lesa humanidad.
Verdad, justicia y reparación para Carmen Hombre Ponzoa y Juan Máximo Salazar.
NOTA: En el siguiente blog se encuentra disponible, para las personas interesadas, una completa reseña biográfica de Juan Máximo Salazar con numerosas imágenes y donde también aparece, por supuesto, datos desconocidos de su esposa Carmen Hombre Ponzoa: https://juanmaximosalazar.blogspot.com/2022/10/juan-maximo-salazar-jerez-1898-jerez.html