La obra de Julio Mariscal Montes reverdece cada noviembre, cuando asoma el invierno, en el mismo mes de los difuntos en el que nació y murió el poeta arcense. Un hombre cuyo legado habita a caballo entre el olvido y la revalorización permanentes. Cuando se cumplen 100 años de su nacimiento en Arcos de la Frontera (18 de noviembre de 1922) y 45 años de su fallecimiento en Jerez (29 de noviembre de 1977), se han multiplicado los actos, exposiciones, homenajes, recitales y evocaciones poéticas que difunden y enaltecen una obra escueta, pero contundente, que no deja de dignificarse y ser (re)descubierta por una, aún, inmensa minoría de admiradores y estudiosos.
Una obra y una vida que, a ratos, parecieran marginadas, pese a haber sido la de uno de los grandes de su generación, la del 50 del siglo pasado, donde se encuadran también otras voces imponentes como las de Gil de Biedma, Hierro, Valente o Rodríguez. Consagrado a la enseñanzan, la escritura y grandes pasiones como el flamenco —dicen que fue quien descubrió el estilo de la petenera durante su estancia como docente en Paterna—, el paso de los años empieza a reconocer la relevancia de un poeta al que su tiempo, y su propia forma de ser, le negó el reconocimiento.
En la casa del depositario de su legado, en la casa en la que vivió casi sin salir de su pueblo blanco, salvo para destinos puntuales como maestro de escuela, su sobrino Aurelio Sánchez Mariscal conserva, entre otras muchas singularidades, 20 obras inéditas —“que no verán la luz mientras yo viva, porque si él no las publicó fue por algo—, muchas de sus pertenencias y efectos personales, y más de 200 postales que intercambió con muchas de las figuras de su generación. Una prueba de que, a pesar de no ser un hombre dado a la autopromoción o a traspasar los límites de su provincia, sí mantuvo un contacto más o menos intenso con el exterior y sus contemporáneos.
En el año 59, unos cinco años después de publicar su primer poemario, Corral de muertos, donde ya queda patente una de sus obsesiones gracias a este estremecedor recorrido por el cementerio de San Miguel de su pueblo, Mariscal pone en práctica un curioso juego epistolar: envía postales de Arcos a poetas, escritores y amigos de toda la geografía nacional con el ruego de que se las devuelvan con algún poema o prosa dedicada a su tierra natal. Algunos de los muchos que le responden son Vicente Aleixandre, Pablo García Baena, Aquilino Duque, Gerardo Diego, Camilo José Cela, Blas de Otero, Claudio Rodríguez, Caballero Bonald y Gloria Fuertes. Precisamente con la madrileña —una de sus grandes amistades—, y junto a Rafael Mir y Antonio Gala, fundará entre 1950 y 1954 la revista de poesía Arquero, coetánea a Alcaraván, nombre del grupo poético del que es máximo exponente y otra revista que él mismo dirige sin salir de Cádiz —en la capital y en El Bosque tuvo sus primeros destinos como docente—.
Tal es su implicación con estas publicaciones que, aunque figuran editadas en Madrid, realmente se orquestaron y dirigieron desde un punto tan remoto como Paterna de la Rivera, en Cádiz. Con esta última, Alcaraván, ya selecciona y publica a alguno de los más grandes autores de su época, al tiempo que él se irá dedicando a componer sonetos al amor, a la tierra, a Dios, a la muerte... Son apenas dos ramalazos que pueden dar idea de la dimensión literaria que alcanzó un hombre sobre el que hoy, como resume su paisano y también poeta Pedro Sevilla, en el estudio Julio Mariscal, 30 años después, "persiste el misterio de su vida, de su obstinado empeño en la infelicidad, y persiste el misterio de su poesía cuajada de intensidad y de belleza". Mucho tópico, mucha leyenda y mucho mito en torno a un hombre al que, como afirma el escritor Juan Bonilla, "ya es hora de reconocerle la personalidad y la fuerza a una poesía a la que el tiempo, que tanta mella le ha hecho a muchos de los grandes nombres de la generación del cincuenta, lejos de derribar, ha potenciado".
Sevilla tenía 17 años aquel 29 de noviembre y llovía a cántaros como ha llovido hoy, 45 años después. Aún está fresco en su memoria cuando iba al colegio de Las Nieves de Arcos a esperarle a la salida, "para verle y recrearme en la figura tan impresionante de un poeta que me había marcado definitivamente y cuya poesía todavía hoy sigue impactándome". Muy amigo suyo es Aurelio, sobrino de Julio y vecino de Arcos. "Mi relación era muy directa, casí viví con él, junto a su madre, que se quedó ciega, y una hermana soltera, hasta que me casé. Años más tarde, yo compré la casa y él vivía en el piso de abajo cuando regresó a Arcos y yo en el de arriba, por lo que el contacto era casi diario", cuenta Sánchez Mariscal, que apenas se llevaba 15 años con un tío al que "quería como un hermano". "Teníamos mucha amistad y no solo por cuestión de parentesco". Fumador empedernido y bebedor compulsivo de café, "a Julio Mariscal lo mató Julio Mariscal", relata su sobrino, quien, sin embargo, niega ese carácter esquivo y retraído del poeta con el que muchos le han dibujado en estos años. "Cara al público, al final de sus días, sí lo era, pero en su juventud y madurez, con unos 40 años, tenía contacto con todos los poetas españoles y de fuera de España, y con la familia era muy bromista", recuerda.
Su sobrino conserva, entre otras muchas singularidades, 20 obras inéditas, "que no verán la luz mientras yo viva, porque si él no las publicó fue por algo"
Olvido sobre olvido, como en Fosa común, que dedica a Blas de Otero, el poeta "se dejó vencer por sí mismo, se hundió en los lodazales de la culpa y trabajó denodadamente en contra de su felicidad", escribe en la referida biografía Pedro Sevilla, que considera, en una conversación con lavozdelsur.es, que Mariscal "era un poeta del Sur, afincado en el Sur y sin salir de Andalucía en los 55 años que vivió, lo que dificultó su proyección". Pero es que tampoco la quería. "Julio —añade— nunca luchó por su buen nombre poético, se preocupó muy poco de la autopromoción, publicó nueve libros en vida y alguno lo hizo porque sus amigos se empeñaban; fue un hombre sin afán de protagonismo literario y eso también hizo que su edición tampoco fuera excesiva".
En una carta que remitió en octubre de 1956 al poeta Manuel Mantero, como él mismo reproduce, narra desde Santa Bárbara, en Huelva, cómo vivía lejos de su pueblo en uno de sus destinos laborales: "Triste, duro, de tejados rojos y encinares, ya en la raya de Portugal, ya más Portugal que España, tan lejos de todo lo mío". En otra posterior, de marzo de 1957, le dice que no aguanta más en esas tierras "tristes" del Andévalo, "lejos de mis verdes y mis azules, entre estos pardos extraños". "Verdes y azules, colores tan esenciales para su poesía de imágenes, para la recreación sobre todo de su tierra íntima, la que él adoraba, la de Arcos", escribe a continuación el propio Mantero en su página web.
Por su personalidad, misteriosa e inabarcable, ferviente religioso, amante del folklore y de lo popular —"el pueblo en estado puro", que escribiera Pedro Sevilla—, puede que haya quien piense en Mariscal como un poeta menor de su generación, como alguno llegó a considerarle, pero la realidad es que su obra siempre estuvo muy por debajo del sitio que le correspondía. Una de las personas que más ahínco ha puesto en rescatarla y dignificarla ha sido la filóloga y escritora gaditana Blanca Flores, biógrafa oficial del poeta de Arcos y que dedicó más de mil páginas de su tesis a la obra poética del autor. "Es una obra muy importante que no estaba en el sitio que le correspondía y, a base de insistir, se empieza a hacer algún tipo de justicia poética con la figura de Julio Mariscal. Al menos estamos recuperando bastante del terreno perdido", comenta.
Con esto quiere insistir en el eco que, en su tiempo y a pesar de todo, ya tuvo: "Es una obra clave para conocer la literatura contemporánea, gaditana sí, pero también con sus repercusiones a nivel nacional e internacional. Escritores de las principales revistas literarias de los 50 tienen enlace con Julio. Su existencia empezó siendo negada en su propia tierra, pero ahora al fin empieza a cobrarse esa justicia en torno al rescate de su figura, y se comienza a rescatar del olvido una obra y a una persona injustamente tratada".
Como a Quiñones, expone Flores, "a Julio le pasa que es un autor que mueren muy joven, sin la oportunidad, también por su contexto, de que su obra haya trascendido con él en vida". "Las circunstancias —narra— jugaron en contra de las trayectorias de este tipo de escritores, pero él se relacionaba con todos sus contemporáneos, enviaba sus revistas a Hispanoamérica, había traducciones en revistas francesas e italianas... Sin salir de Paterna —donde estaba destinado en ese momento—, la revista Arquero la dirigía con Mir, Gala y Gloria Fuertes, todos los números aparecían como editados en Madrid, pero a Madrid no fue nunca en su vida. Ahí se ve la fuerza de cómo se movía en esos años, a nadie se le habría ocurrido en los 50 del siglo pasado, donde lo único que había era correo postal". Esta obra, hasta no hace tanto, "condenada al silencio", empieza a desencadenarse y a alzar la voz. Ejemplos de esta recuperación progresiva del trabajo literario de Mariscal se tienen en el esfuerzo que hizo hace algunos años el poeta y editor Javier Sánchez Menéndez, quien logró reunir su poesía completa bajo el sello de su editorial Isla de Siltolá.
Todos los números de 'Arquero' aparecían como editados en Madrid, "pero a Madrid no fue nunca en su vida. Ahí se ve la fuerza de cómo se movía en esos años"
De Corral de muertos (ampliada en 1972) a Tierra de secanos, Tierra, Poemas de soledad y Trébol de cuatro hojas, en esa recapitulación se encuentran todos los títulos que reproducen ese concepto de poesía que defendía Mariscal: claridad, sencillez y emoción. Como él mismo definió en respuesta a una carta previa en la que el poeta vejeriego Francisco Basallote le expresaba su entusiasmo y admiración tras leer Quinta palabra, según recoge Pedro Sevilla en el mencionado estudio, "escribe usted dos adjetivos: sencillo y claro. Si hubiese usted agregado la palabra emoción, hubiera definido mi concepto de Poesía: claridad, sencillez, emoción. Escribe ese gran poeta que es -que fue- Pedro Salinas, que la poesía es siempre obra de claridad, de esclarecimiento, aunque necesite los arrebozos de lo oscuro. En lengua española resplandecen, sobre todo, esos pocos poemas en donde se encuentra lo clarísimo a través de las tinieblas. Juan Ramón ha acertado en el concepto justo de sencillez: sencillo es lo conseguido con los menos elementos; es decir, lo neto, lo apuntado, lo justo. Falta la emoción: pobre del poeta que enmascara su verdad, su mundo interior, su pan y su sal por el tópico, el certamen, el tararí tarará. La verdadera poesía no consigue serlo hasta que deja de ser de uno para ser del lector".
La poesía de Mariscal, 40 años después, demuestra que abandonó al autor, y todas las patologías perniciosas que puede llegar a encerrar el término, y fue a parar directamente a manos de sus lectores, devotos que sin entender a veces su misterio personal, sí comprendieron lo que Julio, el hombre, quería decirles. Porque Julio, como Bécquer, Lorca y Salinas, dedicó su obra al amor. Al amor "juvenil" (Poemas a Soledad), al amor "ideal" (Poemas de ausencia), al amor "maduro" (Pasan hombres oscuros), y al amor "prohibido" (Tierra), como enumeró él mismo a Mantero. "Muy pocos han escrito del amor con tanta contundencia, verdad y desgarro como Julio", agrega Pedro Sevilla. Pero Julio también escribió a la muerte y en ella, claro, suele anidar a menudo el olvido. "Donde te irán comiendo olvidos y gusanos" .
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