No se llegó al extremo de la expulsión pero sí a una fuerte represión.
En el artículo La brujería en Jerez y Andalucía vimos algunos de los aspectos que caracterizaron la hechicería en nuestra región, pero esta perspectiva estaría incompleta si no la analizáramos, aunque sea a rasgos generales, desde la óptica de uno de los colectivos más importantes de nuestra zona: el gitano.
Los mismos, desde temprana fecha sufrieron la persecución del poder y muestra de ello es que desde el año 1488, debido a las continuas quejas de los labradores y ganaderos, comienzan a aparecer disposiciones para expulsar a los gitanos de las tierras en las que habitaban. En el año 1499 aparecen los primeros ordenamientos oficiales contra ellos y en el año 1539 se dictan nuevas leyes contra los gitanos, asociados desde este momento a otras gentes de mal vivir. Por si todo esto fuera poco, en el año 1544 comenzó a insistirse en la necesidad de marcar a los ladrones para conocerles y saber si eran o no reincidentes. Algunas de las marcas infamantes eran cortar sus orejas, marcar sus mejillas y se llegó a imponer una marca en el brazo indicando el nombre de la ciudad en donde había recibido el castigo. Como colofón a esta serie de ideas podríamos citar a Sancho de Moncada, catedrático de la Sagrada Escritura de la Universidad de Toledo, que en el año 1619 publicó un discurso en el que justificaba la expulsión de los gitanos por múltiples perversiones tales como irreligiosidad, desprecio por el santo matrimonio, magia, antropofagia, etc., y lo expresaba de esta forma: “¡Qué de doncellas han pervertido con hechicerías y embelecos! ¡Qué de casadas se han apartado de sus maridos!”.
Ese mismo año, el 28 de junio, Felipe III ordenaba que en un plazo de seis meses los gitanos abandonasen sus estados para no regresar jamás bajo pena de muerte, aunque, los que quisiesen permanecer en España, podrían hacerlo bajo la condición de establecerse definitivamente en poblaciones de más de mil vecinos y no volver a hacer uso de sus vestidos ni de su lengua. Afortunadamente, la expulsión no se llevó a cabo.
Felipe V, ya en 1745, promulgó una ley que obligaba a los gitanos a reintegrarse en un plazo de quince días en los lugares asignados de ubicación, los que no lo hicieran serían declarados enemigos públicos y, como culminación a esta política, en el año 1749 comenzó una gran redada contra los gitanos, que supuso el encarcelamiento de 5.500 de ellos en Andalucía. Posteriormente, el monarca Carlos III mantendría esta política al principio de su reinado, pero a lo largo de su gobierno se inclinó por ofrecer un trato más amable hacia los gitanos, en un intento por integrarlos en la sociedad española.
Los gitanos, hasta este momento, fueron acusados de toda serie de delitos que contribuyeron a su diferenciación como grupo y, como mero ejemplo, podemos citar a Juan de Quiñones, que en 1631 decía, en su discurso contra los gitanos, que “son también encantadores, adivinos, magos y chirománticos, que dicen por las rayas de las manos lo futuro, que ellos llaman la buenaventura (y yo mala para quien la dizen, pues o le engañan o le roban)”.
Entre los múltiples tópicos imputados a este pueblo, uno de los más repetidos fue el de su innata afición a la magia, particularmente entre sus mujeres, lo cual, en la mentalidad de la época, suponía una estrecha relación con el demonio. Aun con esto, es cierto que la etnia gitana mantuvo a lo largo de su historia unos rasgos y una filosofía de vida diferentes a los del resto de la sociedad española, pero, podríamos decir, su afición a la magia no era mayor que la de otras comunidades de la España de su tiempo. No obstante, según Rafael Martín Soto, también es cierto que ningún otro pueblo sacó, antes ni después, tanto partido a un prejuicio social, convirtiéndolo en un lucrativo medio de subsistencia. Siendo una de las formas más conocidas el “bahi” o buenaventura, es decir, la lectura de las líneas de las manos para ver el futuro.
Leer la buenaventura en plena calle era un medio de subsistencia para aliviar la paupérrima situación familiar, ya que esta actividad era un complemento al trabajo ordinario de las mujeres gitanas, dedicadas principalmente a vender ropa u otros artículos de poco valor por las calles de pueblos y ciudades.
Otra de las creencias más extendidas y asociadas a los gitanos, aunque no exclusiva de este pueblo, era la que confería propiedades mágicas a la piedra imán, conocida en su lengua como bar lachí. Este mineral —magnetita—, en su estado virgen, era considerado uno de los amuletos más preciados ya que se le atribuían poderes milagrosos; no sólo libraba a su portador de los peligros de la muerte o accidente provocado por hierro, acero, agua o fuego, sino que además les hacía invisibles ante sus enemigos. También se creía que era capaz de encender la pasión entre personas de sexo contrario.
George Borrow (1803-1881), en su obra Los Zincali (los gitanos de España), menciona que uno de los métodos más utilizados por los gitanos para enamorar a una persona era que el enamorado que pretendía suscitar en otra persona una pasión ardiente a través de la piedra imán, debía ingerir aguardiente y, al tiempo de acostarse, una pequeña porción de la piedra pulverizada, repitiendo este conjuro:
En el bejí d´Olivete entrisaré,
triu braquia callandria encontrisaré,
En triu bedos los ordeñisaré,
Y triu quiralu callardia nicobé;
Yeque se lo diñelo a la bar lachí.
Para que me nicobele de meripé;
Y´laver se lo diñelo a Padilla romí.
Con saria su suertí;
Y´laver al bengui langó.
Para que m´otorguisarele lo que camelo yo”.
Este conjuro, fue durante un tiempo indescifrable, pero gracias a los trabajos del profesor García Boix se pudo plantear esta traducción:
“En el monte Olivete entraré
Tres cabras negras encontraré,
En tres vasos ordeñaré,
Y tres bellones negros cortaré;
Uno se lo entrego a la piedra imán
Para que me libre de la muerte;
Otro se lo entrego a la Padilla, la gitana
Con toda su familia;
Y otro al diablo Cojuelo,
Para que me otorgue lo que quiero yo.
Esta fórmula, aunque pueda sorprendernos, guarda gran similitud con las utilizadas por las hechiceras castellanas. Gracias a Borrow también llega hasta nosotros el conocimiento de que los gitanos utilizaban una planta que llamaban Raíz del buen Barón, que aludía al demonio, y que, según él, podría ser perejil, aunque la planta varía según la zona en la que hablemos. Esta era utilizada por las hechiceras gitanas para librar a las mujeres de embarazos indeseados.
El Tribunal de la Inquisición de Granada fue el que más condenas realizó contra los gitanos en Andalucía, pero es muy difícil dar cifras exactas. Como apuntamos en nuestro anterior artículo sobre la hechicería, los moriscos fueron uno de los colectivos más perseguidos en nuestro país y también fueron acusados de practicar la magia. En el caso gitano, no se llegó al extremo de la expulsión, aunque, como hemos visto, una de las consecuencias de la represión que sufrieron fue que los gitanos construyeron, durante este período, parte de su identidad en torno a este tópico
Bibliografía
Caro Baroja, Julio. Las Brujas y su mundo. Madrid. Alianza Editorial. 2015.
Martínez Martínez, Manuel. La redada general de gitanos de 1749. La solución definitiva al “problema” gitano. En Andalucía en la historia. 55. 12-15. 2017.
Martín Soto, Rafael. Magia y vida cotidiana. Andalucía, siglos XVI-XVIII. Centro de Estudios Andaluces. Renacimiento. 2008.
Martín Soto, Rafael. Magia e Inquisición en el antiguo Reino de Granada. Málaga. Arguval. 2000.
Comentarios