Cuando Beatriz Mateos empieza a pintar un cuadro, ya no hay quien la pare hasta que considere que lo ha terminado. La granadina, natural de Loja, afincada en El Puerto, pierde la noción del tiempo cada vez que coge sus pinceles. Abstraída, su poderosa concentración la sumerge en un mundo creativo. Óleo sobre lienzo. Sus obras de arte que nacen de la cotidianidad, pero con una vuelta de tuerca, cuelgan hasta el próximo sábado 11 de enero de las paredes del Centro Cultural Municipal Alfonso X El Sabio.
Todo empieza “al entrar un rayo de sol y atravesar el vaso donde me quedaba un poco de agua”. Es el punto de partida de Inmersiones, la tercera exposición de esta artista de 56 años que juega con las transparencias, los reflejos, los colores y los personajes a su antojo. En sus trazos hay flores que simulan trompas de Falopio, Sísifo empujando una enorme piedra o cristales. La libertad está presente en su obra, al igual que siempre lo ha estado en su otra vocación. “Desde niña lo que más me gusta del mundo han sido las matemáticas”, cuenta Beatriz a lavozdelsur.es desde la sala ubicada en la calle Larga.
Por eso, decidió estudiar Informática, una carrera recién implantada en la Universidad de Granada allá por los años 80 que estaba muy relacionada con su pasión. “Yo quería hacer algo distinto, nuevo, del futuro”, dice echando la vista atrás. Al contrario de lo que se pueda pensar, por aquel entonces, ver a una mujer en clases de informática en la facultad granadina “era lo más normal del mundo”.
“Había mitad hombres y mitad mujeres, pijas, siniestras, de todo. Con los años la informática se ha vuelto un meme, pero no era así al principio. Era un grado muy nuevo y no había dado tiempo a que se crearan estereotipos”, comenta. Una vez que terminó sus estudios, en 1993, se mudó a El Puerto por amor y comenzó a trabajar como programadora web.
Autónoma, desde su casa, delante de una pantalla y con un montón de ideas con las que sorprender. Así empezó a navegar en una profesión en pañales, una industria que había visto la primera página web del mundo gracias a su creador, Tim Berners-Lee, tan solo tres años antes de que Beatriz arrancara. “Estábamos aprendiendo, entre todas la inventamos”, dice.
"Estábamos aprendiendo una profesión nueva"
Poco a poco, fue aprendiendo nuevos lenguajes de programación como JavaScript o Visual Base, y fue teniendo sus primeros clientes. “Nunca he tenido un jefe encima diciéndome así tienes que programar. Yo programaba con toda la libertad del mundo. Y hacía unas páginas súper curradas”, cuenta. La primera fue para una tienda de ordenadores, en Flash y con animaciones.
A Beatriz le encantaba hacer volar a una mariposa, vaciar una piscina o que una salamandra corriera por toda la pantalla. Volcaba su curiosa imaginación en cada página web que ella misma creaba desde cero. Con sus conocimientos de programación y de diseño tiene el control de su trabajo y presentaba auténticas obras de arte virtuales.
Con el tiempo, las webs empezaron a automatizarse, aparecieron las plantillas prefabricadas y el sector cambió por completo. “Era imposible luchar contra eso, autónoma, sola, contra ese mundo, no podía. Además, tú programabas una chulería que funcionaba genial y, en dos años, cambiaban los navegadores y ya no admitía ciertas animaciones”, expresa.
La granadina llegó a programar muchas webs en Flash que, de la noche a la mañana, dejaron de visualizarse en los navegadores. Tuvo que rehacerlas para sus clientes. “Me volcaba tanto en las páginas, para mí eran obras de arte, y luego no se veían. Era muy frustrante. Tú pintas un cuadro y está hasta los restos”, reflexiona la granadina, que también sufrió un duro golpe en la crisis de 2008.
Muchas de las pequeñas empresas, que eran sus principales clientes, no pudieron seguir adelante y, por tanto, no invertían en este servicio. Las listas de espera que tenía antes se esfumaron y la granadina tuvo que reinventarse.
"Un cuadro está hasta los restos, una web no"
La pintura siempre le había acompañado como afición, así que empezó a compaginar sus cuadros con sus páginas. “Llegó un momento en el que con un encargo de pintura ganaba lo mismo que programando una página web. Ya no merecía la pena. Ahora por una plantilla pagan dos mil euros y eso antes era impensable”, sostiene.
En 2018 creó su última página web, y, desde entonces, se dedica a mantener las ya creadas a sus clientes. En su día a día, cambia las teclas por los pinceles, el lienzo por la pantalla y viceversa.
Fue en 2015 cuando tuvo la oportunidad de realizar su primera exposición, Atrapados, en la que aparecen rostros reflejados en las lentes de distintas gafas. “Era una doble juego. Ellos estaban atrapados dentro de las gafas y yo pretendía que la gente se quedara atrapada por el retrato”, dice Beatriz, que añade que huye de los típicos retratos al uso.
La pintora impregna de fuerza sus cuadros con colores y contrastes, tonalidades azules y verdes. “Siempre he pintado así muy fino, que no se note la pincelada”, añade mientras explica la historia detrás de cada cuadro. Ella se inspira en su entorno, en caras con las que se topa, en momentos de la rutina o en canciones. Nada es al azar.
En 2019 dio vida a su segunda exposición, Fragmentos, colección basada en rincones de El Puerto, Cádiz y Jerez. Una mezcla de espacios que dan lugar a lugares inventados pero reconocibles. Del Arcángel de la calle San Miguel de Cádiz pasa al Hospitalito de El Puerto o a esa casa rosa con una buganvilla en el balcón que veía a diario. “Es tu ciudad, pero vista de otra manera”, dice la granadina, que también realiza cuadros por encargo.
Beatriz no puede pintar un cuadro realista. No le sale, es su seña de identidad. Ella prefiere darle la vuelta y no frenar su propia imaginación.
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