Este cronista es de esa generación de lectores que, salvo excepciones, probablemente llegó toda tarde a Mario Vargas Llosa. Pendientes de lo último de Anagrama, de Martin Amis, de Paul Auster, de Bukowski o incluso Roberto Bolaño, y teniendo como clásicos modernos a Nabokov, Scott Fiztzgerald, todos (nosotros y ellos) mu moelnos, poco importaba lo que hiciera el escritor peruano, luego nacionalizado español.
Llegué, ya digo, 'tarde' a Vargas Llosa, pero por fortuna no 'muy tarde'. Con veintitantos años leí La ciudad y los perros, que supongo que es la edad de leer esa novela y poco después ataqué Conversación en la Catedral, que volvería a leer de mayor y que me parece la obra cumbre del autor. También de aquella época recuerdo La casa verde, que me pareció insufrible, la verdad, y la divertida Pantaleón y las visitadoras… y ya.
Ahí aparqué a Vargas Llosa durante, no sé, diez, doce años. Hace más de veinte años –la novela es justo del año 2000 y la crítica no sabe muy bien dónde meterla, si en el siglo XX o en el XXI– cayó en mis manos La fiesta del Chivo y, sencillamente, me pareció la leche, la caña, la hostia… a elegir. Magnífica novela. Vargas Llosa en plena forma con casi 65 tacos. El retrato de la sociedad dominicana bajo la terrible dictadura de Leónidas Trujillo, las relaciones de poder, el sacrificio, cómo está organizada la trama… no sé, es una novela que he releído un par de veces y que no descarto, en absoluto, un nuevo ‘calienta que sales’.
Ya digo que esta novela fue una especie de redescubrimiento o de interés real por este autor, una vez pasado, a eso de los cuarenta años –en las sociedad occidentales ya vamos por ahí–, el sarampión de una juventud y de una modernidad siempre estrictamente bajo cánones anglosajones.
En estos últimos veinte años he ido leyendo casi todas las novelas del Premio Nobel 2010 –sus ensayos y sus artículos en El País siempre me interesaron menos, es una opinión–, y debo decir que salvo la tirria que le tengo a La casa verde (seguramente porque no era el momento y no ha vuelto a ser), todas me gustan… aunque tampoco he sido nunca de ir a la librería a reservar lo último. Probablemente por ser un escritor al que este cronista llegó por ‘decantación’.
La guerra del fin del mundo es otra novela clave del autor, no solo por la sencilla razón de que es muy buena, sino porque es la primera de sus obras en la que novela episodios históricos de otros países, en este caso del Brasil. Luego vendrían otras en esa línea como la citada La fiesta del Chivo (República Dominicana), Tiempos Recios (Guatemala) o El sueño del celta(entre Perú y el Congo, siguiendo las andanzas de un cónsul británico).
Pero este artículo se va acercando a su fin y por sus líneas todavía no han aparecido Lituma en los Andes (un personaje que aparece en varias de sus novelas, algunas veces con un simple cameo), Historia de Mayta o La tía Julia y el escribidor, todas ellas obras mayores del autor. Pero 'Vargas Llosas’ (de repente este cronista se ha acordado de ese 'plural' de un concejal de Cultura del Ayuntamiento de Jerez, el pobre) resulta estupendo también en sus obras que son deliberadamente menores, caso de Los cuadernos de don Rigoberto o Travesuras de la niña mala, dos obras de madurez llenas de erotismo.
Total, les quería decir, si me lo permiten, que Vargas Llosa es sencillamente un gran escritor. Puede que no les caiga bien el personaje –a este cronista le resulta totalmente indiferente su viaje del comunismo, como el de tanta gente joven latinoamericana en los 60, al conservadurismo… además, ni uno ni otro afecta a su obra–, que sus incursiones en la política hayan sido tirando a patéticas y que ese narcisismo, tan habitual en los escritores, en su caso haya resultado hasta estomagante por el inevitable salseo al que le condenó su amor postmaduro por Isabel Preysler (y que hubiera sido un estupendo argumento de partida para una novela suya: escritor de éxito, ya al final de sus días, conoce a celeb que va justo dos pasos por detrás en la escalera al cielo de ambos), pero su obra está y va a estar siempre ahí por un simple motivo que ya he dicho: se ha muerto un grandísimo escritor.
A moda de coda: sí, es posible escribir sobre Vargas Llosa sin citar a García Márquez. ¿O no?