Manuel conocía el valor de su tesoro, y su arte era un crisol brillante de las tradiciones flamencas de La Plazuela, alimentadas en las grandes familias gitanas cantaoras del barrio.
Manuel Moneo (Jerez, 1950-2017) era el portador de uno de los más hondos timbres flamencos que me ha sido dado escuchar: el tono donde vibraba su garganta, y la majestuosidad de su compás -tan lejos del maratón de velocidades en que compiten hoy el cante , el baile y la guitarra- siempre me han traído las resonancias de los flamencos más primigenios que he alcanzado a oir: Cuando escuchas a Manuel Moneo, inmediatamente resuenan los ecos de Manuel Torre, y de Juan Talega, y el poderío de Antonio Mairena también asoma cuando crecen sus tercios.
Manuel conocía el valor de su tesoro, y su arte era un crisol brillante de las tradiciones flamencas de La Plazuela, alimentadas en las grandes familias gitanas cantaoras del barrio: su propia estampa vital transmitía -cada vez más- ese carácter de patriarca de una saga de grandes artistas gitanos, entre los cuales brillaban sus hermanos Juan Moneo el Torta, y Luis Moneo, guitarrista y cantaor. Apreciado por los cabales de toda España, con su cante fuera de serie, Manuel tuvo el respeto de todos los buenos aficionados,y la admiración de los iniciados.
Tuvo una intensa vida profesional, llevada con elegancia y sin alharacas, y pudo vérsele en muchos escenarios de España. También, en cierta época, formó parte de la gran companía Manuel Morao y Gitanos de Jerez, con el espectáculo Esa forma de vivir, que recorrió entre otros, los grandes escenarios de París y Broadway. Sin embargo, tuvo una muy escasa carrera discográfica: unos pocos discos entre los que destacan Jerez por derecho, y el mucho más reciente disco Pá mi Manué, publicado por Flamenco y Universidad en 2016.
Las propias letras que escogía para sus cantes eran un ejemplo de su clasicismo flamenco, así como los palos en que más se prodigó: fue un maestro de la bulería para escuchar, ese estilo tan genuino de Jerez, y cultivó grandes estilos centrales del flamenco como la siguiriya, la soleá o las tonás. Manuel Moneo y su arte vivían en las antípodas del flamenkito facilón que nos inunda con soniquetes pegadizos. Escucharlo, hoy, además de ser un homenaje a su memoria, es -y será en el futuro- una de las mejores formas de acercarse al misterio dramático, perenne y doloroso del flamenco. Que la tierra le sea leve.
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