La historia es bastante conocida: una noche, en Nueva York y alrededor de 1960, el jovencísimo guitarrista de catorce años que era Paco de Lucía, enrolado en la Compañía de José Greco junto a su hermano Pepe, fue sacado literalmente de la cama para que tocara ante el gran Sabicas, que había mostrado interés en escucharlo. Expuso, así, ante él, los fundamentos de su toque de aquel momento, muy determinado por la escuela de Niño Ricardo, que había entrado en la casa familiar de la mano de su hermano mayor, Ramón.
El maestro no es que desaprobara el hacer del joven, pero, puede que un tanto encelado, le dijo que un guitarrista tenía que hacer «sus propias cosicas», y que no valía reproducir las de otros. Con el paso de los años, el maestro de Algeciras reconocería que aquella crítica —o consejo, según se entienda— lo perseguiría de por vida: desde entonces se empeñó en que todo lo que tocara o grabase sería compuesto por él. De esa forma, su discografía —si se exceptúan algunos discos juveniles junto a Ricardo Modrego o su hermano Ramón— constituye uno de los más grandes y hermosos trabajos de composición de música flamenca.
Parece, pues, idóneo, que el I Premio SGAE de Flamenco lleve el nombre del genial guitarrista de Algeciras. El certamen fue convocado por la SGAE (Sociedad General de Autores de España) y la Fundación SGAE, en colaboración con el Instituto Andaluz del Flamenco y la Fundación Paco de Lucía. Su propósito no ha sido otro que el de «estimular y reconocer la composición flamenca», un aspecto este último no siempre reconocido. Llamó la atención, en primer lugar, el alto número de candidaturas presentadas al concurso: 88 partituras inéditas. Entre ellas fueron seleccionados los ocho proyectos y autores, que expusieron sus trabajos en una gala final, que se celebró el pasado 8 de marzo en el Teatro Central de Sevilla.
Las obras finalistas fueron las siguientes: Soleá de Belén Martín, El silencio es oro de Diego Amador, Arrebol de David de Arahal, Soleá 2.0 de Alfonso Aroca, El Greco de José Carlos Gómez, Gato Montoya de Melón Jiménez, Aire de solano de Rober Molina, Contrarreloj de Juan Pérez Rodríguez, obra esta última que resultaría ganadora. Los premios segundo, tercero y cuarto fueron para el guitarrista José Carlos Gómez y para los pianistas Diego Amador y Alfonso Aroca, respectivamente. El jurado profesional estuvo compuesto por los destacados compositores y músicos Pepe Habichuela, José Fernández Tomatito y Jorge Pardo y, en representación de la Fundación Paco de Lucía, Lucía Sánchez Varela y Casilda Sánchez Varela, que han contado, a su vez, con el asesoramiento del compositor y miembro de su Fundación, Alejandro Sanz.
La nómina de finalistas y la experiencia en sí del certamen provocan no pocas reflexiones. Destaca así, en primer lugar, la presencia de nombres de reconocida trayectoria junto a otros, quizás menos conocidos, pero con carreras muy interesantes en todos los casos, a pesar de la juventud de algunos de ellos. Pero, sin duda, es necesario subrayar la diversidad de instrumentos, tendencias y acentos, con una transversalidad en la que el flamenco, en cualquiera de sus disciplinas, ocupa siempre un lugar. También, en la relación, los guitarristas (José Carlos Gómez, Melón Jiménez y David de Arahal) empatan con los pianistas (Diego Amador, Alfonso Aroca y el ganador, Juan Pérez Rodríguez), un dato que tener en cuenta. También es reseñable la presencia entre esos finalistas de una saxofonista, Belén Martín, y un bajista, Rober Molina, un exponente más de la señalada diversidad.
El estudioso e historiador de la sonanta Norberto Torres destacó en su día “el impresionante papel intelectual de los guitarristas como catalizadores y compositores de música ágrafa del flamenco. Aunque nadie pone en duda el papel que han jugado los sonanteros en la evolución de la música flamenca, esta hace tiempo que no es ágrafa y a la guitarra se han unido otros instrumentos como vehículos para la composición. Todo suma, no cabe duda. Solo he tenido oportunidad de escuchar la composición ganadora, que transmite mucha flamencura y luminosidad. Es fácil deducir que las demás obras abundarán en un hecho incuestionable: la vitalidad y la pujanza de la composición musical flamenca.