The Alan Parsons Project es una banda británica que duró 15 años, lanzó una decena de álbumes y tocó una sola vez en directo. Tres años después de su ruptura en 1990 (diferencias creativas) se gestó Alan Parsons Live Project, y ya no han dejado de girar: el último bolo, ayer en el VI Tío Pepe Festival.
¿Y quién es el dichoso Alan Parsons? Ingeniero de sonido, participó en los dos últimos álbumes de los Beatles y produjo el The dark side of the moon de Pink Floyd (1973). Después, junto al teclista Eric Woolfson, se contagió de la epidemia progresiva con The Alan Parsons Project, para reciclarse en los 80 compaginando sus ambiciones conceptuales con un crossover de estilos radiofónicos. Aplicará esta fórmula a su carrera en solitario, cuya última entrega, The secret, apareció en abril de este año, tras un parón de quince. Está dedicado a la gran afición de Parsons: la magia.
The secret, el mejor disco de los 80 que ha parido 2019, fue protagonista de la velada de cierre del festival, junto al electrónico I robot (1977) y el popero Eye in the sky (1982). Todo comenzó por One note symphony, que repite la misma nota sobre una letra con reminiscencias de Queen. Siguieron Damned if I do y la más pausada Don't answer me, para adentrarnos en una dramática rendición de Time.
A estas alturas de la función, ya hemos descubierto cómo se resuelve la dificultad de que, en estudio, cada canción de Alan Parsons tenga su propio vocalista: cantan cinco miembros de la banda, y esto incluye, en tres temas, al propio fundador, quien además recita pasajes de Edgar Allan Poe y Arthur C. Clarke. Si algo sabe Parsons, tras trabajar con John Lennon o Roger Waters, es rodearse de músicos polivalentes: a Todd Cooper lo vemos, además de cantar, agarrar el saxo, la guitarra, la armónica, la flauta y hasta una especie de cencerro.
Por lo demás, el rol de Parsons consiste en supervisar el trabajo de sus músicos desde una plataforma elevada. Con su guitarra acústica –apagada por el nítido conjunto e intercambiada por sintetizador en un par de pasajes–, su estampa es, inequívocamente, la de un productor. Sin embargo, el ingeniero consigue motivar a su audiencia. Pregunta, socarrón, si se entiende el inglés, solicita en spanglish que muestren the luz of the teléfonos, y no se corta al desglosar la nómina de invitados de su último álbum. El público se pone en pie, corea las letras y encadena olés, sobre los que Tom Brooks hace un amago de arreglo a teclado.
Seguirán clásicos de los 70 tardíos, como un mix de Breakdown y The raven; I wouldn't want to be like you, ocasión para solos de bajo y guitarra; la eclesial Don't let it show o Can't take it with you. También instrumentales siderales marca de la casa (I robot, Sirius y un Luciferama con guitarra acústica). Psychobabble desata cacofonías, mientras que Miracle nos devuelve al Parsons pop de 2019, como hace As lights fall, presentada por el autor como la primera vez que lleva la voz cantante (en realidad ya grabó las voces, muy distorsionadas, de The raven). En España no puede faltar La Sagrada Familia (pronunciado familiá), del disco Gaudi (1987). Mejor recibida fue Limelight, donde una galaxia de móviles emitió luces en homenaje al alma gemela de Parsons, el fallecido Eric Woolfson.
De postre, la suave Eye in the sky y dos temas que, separados originalmente escasos años, reflejan las dos caras del Proyecto: la pesada y gótica (The system of) doctor Tarr and professor Fether y los coros movedizos de Games people play.