Hace unas semanas, un interminable vuelo de Swiss Airlines me hizo caer en la tentación de ver el dichoso biopic de Queen que ganaba cuatro estatuillas en la pasada gala de los Óscars. Revelo la compañía aérea no sólo para mencionar como de pasada que dan comida gratis incluso en trayectos de una hora, que también, sino porque la pantalla de la que disponen los vuelos de larga distancia me saludó con un Let Swiss Entertain You. Como todo fan de Queen adivinaría tras esta señal, Bohemian Rhapsody figuraba entre las películas a escoger para disputarle horas al sueño.
Tengo sentimientos encontrados con respecto a Queen. Es un grupo que tiene una de las voces, una de las guitarras e incluso uno de los bajos con más personalidad sónica, pero que a partir de cierto punto de su carrera se empeñó en poner esas formidables herramientas al servicio de los gagás de la radio. Desafortunadamente para los cínicos, el resultado no es desdeñable, y a pesar de bandas sonoras y la irremediable pifiada electrónica, su catálogo merece una escucha, aunque no siempre muchas más de una. Me gusta Queen en la cumbre de su barroquismo cabaretero, en A Night at the Opera (1975), pero sobre todo cuando lenta y mayestáticamente desciende de esas alturas: creo que A Day at the Races (1976) o News of the World (1977) tienen algunos de los temas de relleno más memorables de la historia del rocanrrol. Como álbum de los ochenta rescato The Works (1984), que ya presenta a un grupo muy diferente, más atento a las orejas del púbico que a las suyas propias.
Queen pasó de ser un grupo brillante de éxito masivo a un grupo brillante por su éxito masivo. Te tiene que gustar casi a la fuerza, y es cierto que en su vasta obra hay madera para cualquier tejado. La decepción de algunos fans de Queen es contrastar qué porcentaje de su obra ocupa aquello que nos gusta; a menudo menor de lo que pensábamos.
La película de Queen participa de ese triunfalismo. (¿A alguien, por cierto, le sorprendió que acabara bañada en Óscars cuando la propia banda abría la ceremonia?) Es una película que te tiene que gustar, aunque no tenga nudo dramático, aunque dos horas y cuarto de metraje se dejen fuera los dolorosos últimos años de la vida de Freddie Mercury. Y en un personaje tan hermético (o tan superficial) como el cantante, es una decisión arriesgada. Esta blandura se compensa exagerando pequeños detalles de una personalidad mal conocida: la forma en que continuamente cierra la boca, ocultando una abultada dentura; la asociación de su nombre artístico con el rechazo a unas raíces parsis-indias; la escenificación de su aventura en solitario como una historia de traición y reconciliación… Todo ello trata de crear drama donde (casi) no lo hay, de cara a maquillar la ausencia notoria del verdadero drama, llamado sida.
¿Merece Queen algo mejor que un biopic descafeinado? En cierto sentido no, porque, de no ser por la tragedia sobrevenida a su vocalista, el grupo se hubiera contentado con ser una banda de estadio con talento melódico y un venerable repertorio. En un momento de la película, Freddie canta Happy birthday to me. En otro, capital, proclama: I'm going to be what I was born to be: a performer who gives the people what they want (“Voy a ser aquello para lo que nací: un intérprete que da a la gente lo que quiere”). No es eso “Bohemian Rhapsody”, el single que en un principio nadie quería radiar, ni es eso el uso de objetos del hogar como instrumentos de percusión, detalles ambos recogidos por la película, pero el mensaje queda claro y hace justicia a una vista de pájaro de su trayectoria. Que una película sobre Queen tenga un final feliz es quizás lo más queenero que se pueda imaginar. Tanto, que se ve a la legua la sombra de la banda detrás: ya tenemos la película de Queen, pero quizás todavía nos falta la película sobre Queen.
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