Los británicos Jethro Tull tienen fama de ser, tras los Rolling Stones, el grupo más longevo de la historia del pop. Su único miembro permanente, en cinco décadas de actividad, es el líder, flautista y cantor Ian Scott Anderson (Dunfermline, 1947). Mira si estamos mayores, Ian, que rechazamos el legendario Woodstock en 1969, con la excusa de que la banda no estaba todavía engrasada. También se rumorea que las drogas y el amor libre no eran guiso de su paladar... Anderson nunca fue hippie, e insiste en que el público actual es muy diferente al de entonces: “Hoy en día se duchan más a menudo. Son menos idealistas, quizás, pero más informados y cultivados. Pero lo importante es que se duchan más a menudo. Y, al menos en los últimos tiempos, ¡se lavan las manos con mucha más frecuencia también! Ojalá que eso continúe por mucho tiempo”.
Conversamos con Ian Anderson sobre pasados muy presentes. Toda la entrevista se desarrolla por escrito y el frontman nos demuestra, con algunos de sus giros de frase, por qué es uno de los letristas más estimables del rock progresivo.
Sintiendo mucho el cliché, comenzamos por expresarle nuestra admiración por su generación: por la calidad y cantidad de bandas que merodeaban por el mundo, y en especial el Reino Unido, en los años 60 y 70. El entusiasmo es compartido: “Es como el aterrizaje en la luna. Como el advenimiento del impresionismo. Como el trabajo de los conservacionistas y científicos del clima hoy. Todos fueron especiales en y para su tiempo. Estas grandes aventuras sociales suceden por supuesto más de una vez, pero la primera vez es una gran expedición hacia lo desconocido. No hay precedentes fáciles que seguir. No hay modelos previos que emular”.
Y sin embargo, Anderson no es en absoluto el típico rockero de los 70. Para empezar, por lo insólito de su instrumento: “Soy un músico de rock autodidacta y sólo veo la flauta como una voz solista para competir con la guitarra eléctrica”. En su época tampoco había precedentes fáciles para un flautista de rock, y todavía hoy a muchos melómanos se nos cae la cara de vergüenza si nos piden citar algún otro. A Anderson le inspiran “James Galway y Andrea Griminelli del mundo de la música clásica, Matt Molloy en la música folk irlandesa, Hariprasad Chaurasia… Pero todos ellos tocan de un modo distinto al mío”.
Otra singularidad del flautista: siempre escuchó poca música. Nunca fue un gran adepto al club-hopping, ni siquiera en los tiempos en que Pink Floyd tocaba en el Marquee. En sus primeras entrevistas no acertaba a desgranar las influencias de su rock duro y bucólico. De hecho, sorprende descubrir qué géneros consiguen pasar sus selectivos filtros: “Siempre he estado seducido por la música clásica india, desde que empecé a comer comida india a finales de los sesenta”. Hariprasad Chaurasia y Anoushka Shankar son algunos de sus artistas de referencia, y ha tenido el privilegio de compartir escenario con ambos: “¡Empinada curva de aprendizaje para un chico británico de piel blanca y piernas de blandiblú!”
Ya sea por su rechazo a las drogas o por su dieta hindú, el caso es que Jethro Tull resultó ser un proyecto sorprendentemente sólido, o, por decirlo en palabras tullianas, “espeso como un ladrillo”. Anderson ha publicado más de 30 álbumes de estudio y ha salido de gira casi todos los años entre 1969 y 2020; estamos seguros de que, cuando se levanten las restricciones a los eventos musicales, será el primero en tomar la carretera. Mientras tanto, junto a su veterano colaborador Leslie Mandoki, dedica una sentida canción a médicos, enfermeros, cajeros de supermercado y otras personas que se juegan el tipo cada día en la actual pandemia: “#WeSayThankYou”.
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Le preguntamos por algunos hobbies que ayuden a sobrellevar el confinamiento: “La fotografía, la bicicleta todoterreno y el tiro… pero sólo a cosas sin cara”. Reconoce que, cuando no está haciendo decenas de conciertos alrededor del mundo, es “un hombre de setenta años que no sale de la casa”; en su caso, de su casa de campo en Wiltshire, donde cultiva algunos de sus hobbies agrestes. “Leo, pero sobre todo cuando viajo. En estos momentos estoy leyendo un libro filosófico y científico del Dr. Bruce Lipton, The Biology of Belief”.
Como la mayoría de los músicos del planeta, Anderson ha tenido que cancelar o posponer sus conciertos programados en los últimos meses. Ello supone un abrupto parón en una rutina de casi cien shows al año: advertimos que la geografía de sus giras anuales puede ocasionar mareos. España, por una razón o por otra, suele estar bien representada en ellas. No podemos evitar preguntarle si algún forofo nacional le ha explicado que la publicación del álbum Aqualung (1971) fue retrasada en España hasta 1975, el año en que murió Franco, y aun entonces se sustituyó la canción “Locomotive Breath” —considerada “obscena”— por “Glory Row”. (En cambio, el himno ateo “My God” pasaba la criba: quizás el censor tenía ese día demasiada cultura que mutilar.) Nada de esto parece sorprenderle:
“No eran infrecuentes en aquel entonces la censura y la crítica por parte de los gobiernos de varias naciones. A menudo, el dogma político y religioso ha intentado controlar el arte y la expresión de su época. Pero eso es parte de la diversión de ser un escritor, pintor, fotógrafo o incluso político de oposición. A todos nos gusta tener algo contra lo que luchar, que nos haga pensar y trabajar más duro”.
De cualquier modo, hemos hecho los deberes: hoy España incluso cuenta con convenciones anuales de tullianos. El escocés procura visitarnos cada año: “Supongo que me atraen especialmente las partes de España que tienen una conexión con el mar y el resultante comercio, exploración e historia romántica. La arquitectura y una multitud de influencias, desde el cristianismo hasta el islam y el judaísmo, han dado forma al pasado. El bullicio de Barcelona y las tradiciones de Jerez, Cádiz, Sevilla y Málaga son más atractivos para mí que los destinos de vacaciones de playa o los enclaves de jubilación británicos de las Costas”.
Uno de los últimos conciertos de Jethro Tull en nuestro país tuvo lugar en el Tío Pepe Festival de Jerez de la Frontera. Anderson ya había visitado Jerez en 1998. El verano pasado, el compositor de Heavy Horses aprovechaba para saciar la curiosidad de su familia por la equitación y los caballos. Le comentamos la extraordinaria presencia de hombres con kilt en la Feria de Jerez desde los años cincuenta, y le enviamos algunas fotos del proverbial Pepe el Escocés, un extravagante personaje con falda que fue, durante un par de décadas, presencia obligada en las Ferias de Abril andaluzas (algunos decían que era holandés, al final resulta que era francés). Discutimos la secreta conexión que parece existir entre lugares tan dispares como las Tierras Altas de Escocia y nuestra Baja Andalucía. Anderson —que en años recientes ha visitado también Córdoba, Málaga, Fuengirola y Granada— aventura una hipótesis:
“¿Pudiera ser que la conexión entre Escocia y Jerez sea el extendido uso, entonces y ahora, de viejos barriles de sherry transportados a las Tierras Altas y las islas de Escocia para usarlos en la maduración del whisky escocés? Y finalmente, esos toneles de sherry/whisky destartalados, viejos e inutilizables son pulverizados para hacer serrín y quemados en hornos para ahumar salmón escocés. ¡Eso sí que es reciclaje!”
Y ese salmón escocés, ahumado sobre ceniza de barriles que salieron de Jerez, regresaba a los ultramarinos de las ciudades andaluzas como producto de lujo en las fechas señaladas de la Navidad, cerrando el ciclo ecológico. Nuestras bodegas les enviaban vino y ellos, jaraneros a nuestras ferias. Afortunadamente, Anderson nos demuestra que existe otra forma de ser escocés, y otra forma de ser una leyenda del rock.