El palaciego Víctor Manuel Pérez ha renunciado a su propio nombre para bautizarse gustosamente como el Nieto de Encarna. Con esa bandera tan de pueblo, tan de barrio castizo como el Furraque, se ha lanzado a sobrehilar soledades ajenas con la propia a través del arte de la pintura que le brindó el año pasado un bloc que le regaló su hermano pequeño por su cumpleaños. “Yo ni siquiera sabía distinguir el acrílico del óleo, y no tengo una formación plástica porque no he estudiado pintura, pero de repente me vi rodeado de gente que me insistía en que mi obra tiene personalidad y una fuerza especial”, cuenta Víctor Manuel delante de un retrato de una de sus abuelas, la materna, Dolores, que murió hace ya una década y que a él lo reconcilia con la parte más vulnerable de su propia infancia.
Él vive en casa de su otra abuela, la paterna, Encarna, de quien ha tomado el apelativo artístico, y le basta con girarse a la izquierda para verla tal y como él la pintó antes de que muriera en el verano de 2023, abrigada de invierno, con un pañuelito al cuello, sus gafas de sol y un pato todavía vivo entre las manos. En el mismo retrato improvisado de la abuela que se lo dio todo, se aprecian –como emblema de su intención primera– la mezcla de pigmentos disponibles a modo de paleta, porque la pintó no porque tuviera entonces pretensiones artísticas, sino necesidades expresivas que solo el corazón iba a estar dispuesto a entender.
Bendecido por el espíritu de ambas abuelas, el Nieto de Encarna (y de Dolores) ha asumido el profundo significado de esos nombres de abuelas de toda la vida en el minucioso trabajo de haber retratado a otros muchos personajes locales que comparten con él el común denominador de haber vivido en los márgenes sin haberlo pretendido explícitamente. Primero fueron las abuelas, como semillas remotas de personajes cercanos, amados, en el fondo de cuyos ojos velados por la nostalgia se atisbaba el drama de seguir vivos a pesar de tantos pesares. Pero luego le fueron apareciendo en la punta de sus pinceles la esencia de otros muchos paisanos que parecían retratarse solos, eligiendo ellos mismos la infinita gama de colores que han terminado por conformar en el Nieto de Encarna –que pinta concentradísimo como una ese que se deshilachara sobre el papel– un estilo intransferible que ya le reconocen por la calle.
Porque el Nieto de Encarna, con sus cartones de sobra, sus papeles baratos o sus láminas de regalo, ha terminado retratando a personajes tan reconocibles en Los Palacios, en este municipio del Bajo Guadalquivir, como Antonio el Gitano, que lleva siglos deambulando entre las limosnas que recibía a la puerta del templo y los caballos que ronda por los campos de las afueras del pueblo; o aquella otra gitana que se pasaba las horas muertas en bancos públicos del centro con su petate encima; o esa señora que anda rebuscando cartones en los contenedores de basura; o aquel otro paisano que ha hecho de la bohemia con su bici de manillares altos una forma de vida; o la anciana de larga trenza que arrastra un carrito de la compra y una mansa jauría de perritos; o Ignacio, el chaval que vende cupones en su silla de ruedas, siempre dispuesto a regalar una sonrisa que no entra en el precio del azar.
“Hay quien me dice que mi pintura es triste, o quien me insiste en que el retratado se parece más o menos, pero yo entonces me doy cuenta de que no han entendido lo que hago”, se queja Víctor Manuel, intentado ordenar las palabras para explicar que su afán artístico va más allá de un presunto realismo pictórico. Porque él no intenta que la obra terminada se parezca más o menos a la persona que se la inspira, sino que refleje el sentimiento que el retratado le causa a él y qué concomitancias existen entre la soledad remota de quien retrata y su propia soledad, entre su agradecimiento a la vida y la pura alegría inmácula del retratado. Cada retrato es un modo que tiene el artista de mirar el mundo a través de los ojos del retratado.
En rigor, todos los personajes que retrata Víctor Manuel vienen de vuelta de alguna parte, como él, de un segmento ciertamente convulso de sus propias vidas, y parecen asomarse al marco descontextualizado de la pintura del Nieto de Encarna como testigos de una felicidad repentinamente coloreada a base de acrílico puntilloso, simbólico e inteligente.
Hasta la Virgen de Los Remedios, la vecina más antigua del barrio que ahora espera la coronación canónica bajo su sonrisa de Gioconda renacentista, parece asomarse al acrílico de Víctor Manuel con ese humanismo que sus miles de devotos le han venido agradeciendo por los siglos de los siglos. El estilo, el trazo y el color de cualquiera de los retratos del Nieto de Encarna ha terminado conformando una familia donde confluyen, sin distinción, vecinos, familiares, abuelos, mendigos, panaderos, bailaoras, niños o vírgenes con una candidez imposible de disimular la verdad de cada historia personal.
De ‘au pair’ en Londres, sin saber inglés
Víctor Manuel, tras una infancia difícil por la separación de sus padres, su vida cotidiana a caballo entre el hogar de una y otra abuela y estudiar la ESO en el IES Diego Llorente de su pueblo, cursó el Bachillerato de Artes Escénicas en Sevilla… “Pero en cuanto cumplí los 19 años me marché a Londres como au pair”, cuenta con una sonrisa lánguida en la que se mezcla la nostalgia por su propia candidez de hace casi una década y la gracia que le hace recordar que no tenía mucha idea del idioma. “Yo cuidaba a dos chicos, uno de tres años y otro de diez, y les indicaba que se pusieran los zapatos por señas, porque no sabía ni decirlo, me enseñaban ellos más a mí”.
Luego se marchó a Ámsterdam, y la vida tan distinta en la enorme capital holandesa le abrió los ojos, las posibilidades artísticas, el sueño de vivir siendo uno mismo sin dar explicaciones constantemente. Y en todas partes descubrió “seres en los márgenes que a mí me han interesado muchísimo porque me he visto reflejado en ellos”, recuerda ahora bajo el limonero del patio de su abuela Encarna, rodeado de algunas de las vecinas que lo han adoptado como nieto predilecto. Podría decirse que Víctor Manuel perdió a su abuela y ganó a muchas más a las que no les importó ejercer de tales de un modo asertivo y distinto. “Me vine de Ámsterdam porque mi abuela Encarna estaba muy mala y tuve la última oportunidad de despedirme de ella”.
Con una faldita escocesa por el pueblo
Vuelto de su periplo europeo, a Víctor Manuel le preguntaba su abuela Encarna si no tenía otra ropa. “Es que regresé un tanto rebelde y necesitado de reafirmarme como yo era en realidad”, recuerda ahora. “Me he paseado con una falda escocesa por todo el pueblo, y mi abuela me refería que algunas vecinas decían esto o lo otro, pero a mí me daba igual”. El mayor milagro de su vida se produjo en los últimos tiempos de la abuela Encarna, cuando ella misma lo defendió del estéril runrún pueblerino y le encargó que vistiese como le diera la gana, “como yo fuera feliz”. “Me he dado cuenta”, señala ahora Víctor Manuel, a sus 27 años recién cumplidos, “que las personas mayores son mucho más abiertas que cierta juventud”.
Entonces mira al patio donde se han reunido algunas de sus vecinas mayores, amigas de su abuela Encarna de toda la vida, entusiasmadas porque al niño “lo van a sacar en el periódico”, como dice Carmen Ayala Bucarat, de 84 años, un matrimonio complicado, cuatro hijos y una historia de superación que no le ha arrebatado la sonrisa como bandera vital. “Hemos venido para acompañarlo y mostrarle nuestro apoyo”, dice Aurora la del Lindo, 75 años, casada a los 13, viuda tras la larga convalecencia de su marido, con 13 bisnietos y otra sonrisa que abraza.
Carmen y Aurora fueron de las primeras retratadas por el Nieto de Encarna, hace ya muchos meses, antes de que la Delegación de Cultura del Ayuntamiento palaciego le encargase una exposición de 25 retratos que han estado expuestos en la sala principal hasta el mes pasado. La exposición se tituló “Leche migá”, que no solo era un desayuno que Víctor Manuel recordaba de su abuela, consistente en migar pan en la leche, sino también un antídoto psicológico contra las heridas del corazón, incluidas las que producen la homofobia.
“Cuando yo llegaba contándole a mi abuela cualquier cosa que me había pasado, ella le quitaba importancia y me decía que nada, que aquello era leche migá”. En el retrato conjunto de Aurora y Carmen, las dos vecinas aparecían con sus vestidos de colores, sonrientes, la una en una silla de anea y la otra en una silla de playa, tomando el fresco en la anochecida de un verano cualquiera en el pasaje del Furraque, la calle que ha servido de eslabón que une a tantas vecinas retratadas y a tantos paisanos igualmente captados en sus respectivas esencias entre este emblemático barrio de Los Palacios y Villafranca y el resto del municipio.
“Yo me siento muy del Furraque”, dice orgulloso Víctor Manuel, que ahora recuerda su arrojo para ir colocando aquellos primeros retratos por la calle. Al principio los pegaba acá y allá, anónimamente, y así fue como sembró el suspense de quién sería el pintor de aquellos retratos que quien más quien menos reconocía al instante entre la sorpresa y la duda de si se trataba de una viñeta de cómic, una caricatura o una pintura en acrílico absolutamente seria y empapada de íntima verdad. Más tarde empezó a firmarlas, y a catapultarlas a través de las redes sociales. Y luego llegó la exposición en la Casa de la Cultura. Y los encargos de distintas latitudes de todo el país. “Ha sido la presentación de una exposición de pintura en la que yo recuerdo haber visto más público”, dice asombrado el concejal de Cultura, Manuel Carvajal, que no esperaba la avalancha de señoras del barrio mezcladas con una juventud que repentinamente conocía al Nieto de Encarna por el Instagram.
Exposición para el Orgullo Gay
El edil acaba de encargarle a Víctor Manuel Pérez una serie de pinturas en lienzo, al óleo, sobre temática gay para la próxima Semana del Orgullo, a comienzos del próximo verano. “Me tendré que adaptar a formatos a los que no estoy acostumbrado, y al óleo, porque yo pinto con acrílico”, dice entusiasmado el Nieto de Encarna. Las diez pinturas, en caballetes y en formatos y tamaños diversos, se expondrán al aire libre en el Husillo Real. Y está prevista una charla-coloquio dirigida por el propio Víctor Manuel, como testimonio libertario de quien ya camina con paso firme por cualquiera de las aceras de cualquier ciudad, incluida la suya.
“Yo siento como dos personalidades dentro de mí”, aseguraba él hace unos días, mientras cruzaba desde la casa de su abuela Encarna, donde él vive ahora, a la casa de su vecina Mariquita Tiburcio, tan amiga de su abuela Encarna que ve en el nieto, carne de su carne, el milagro de la amistad eternizada. “Es como si dentro de mí convivieran una niñata de 15 años y una anciana de 85, y yo tuviera que coordinarlas a ambas”, insiste Víctor Manuel, que se sienta en el patio de Mariquita Tiburcio, que le parece que encierra aún la esencia de los patios andaluces, como lo hacía hace décadas su propia abuela, bajo el hueco de la escalera y al frescor de los helechos, a la sombra melódica del trinar de los canarios de otra época en la que el Nieto de Encarna no se había planteado aún que fuera necesario ir al fin del mundo y regresar para estar seguro de dónde está la patria chica, es decir, la matria de las abuelas en flor.
Comentarios