La relación de Francisco de la Rosa Retamero (1952) con Jerez tiene tres dimensiones: la del exilio con su familia a París, “traumática”. La del reencuentro paulatino en décadas posteriores. Y la actual, la del retorno, ya felizmente jubilado a sus 68 años, “harto de tanto frío” y, sobre todo, de “haber pasado mucho sueño”. Paco de la Rosa, como le conocen sus amigos, esos que les escuchan falsetas por soleá al abrigo de la fiesta íntima, fue redescubriendo su ciudad natal después de dejar un Jerez “en blanco y negro, muy difícil”.
Fue gracias, fundamentalmente, al salvoconducto que de, algún modo, le proporcionó el flamenco (y los flamencos) por lo que pudo volver a querer a la ciudad desde donde le empujaron junto a su familia al exilio parisino hace más medio siglo, tras decretarse a finales de los 60 el estado de excepción en la Dictadura franquista. El trago casi amargo del amor-odio que muchos jerezanos en el exterior sienten, y otros que siguen por aquí, por su tierra es probable que no se vaya nunca.
De la Rosa, cuyo abuelo materno, Francisco Retamero Rodríguez, miembro de la Comisión Gestora del Ayuntamiento y presidente de la Agrupación Socialista de Jerez, fue el primer fusilado en el municipio tras el Golpe de julio del 36, es hijo de José Luis de la Rosa de los Ríos, que constituyó el Partido Comunista y las Comisiones Obreras en la ciudad de los señoritos del sherry. Con cuatro hermanos, hijo de padres perseguidos por la noche negra del franquismo, a principios de los 70, “todos tuvimos que salir pitando”. “Mi padre se fue a Francia, a mi madre la detuvieron, yo me tuve que ir a Barcelona, destrangis, hasta que me pilló la poli, y ya luego me fui a París, donde ya estaba mi madre, con mis hermanos, cuando la soltaron.
Eso sí que eran exilios y no los de ahora con el rey emérito…
Exactamente. Porque entonces no llevabas ni una gorda, además (sonríe).
Más de medio siglo después…
Ahora en principio, de aquí a un año, ya me volveré por fin aquí. Ya he parado de trabajar y tengo idea de venirme.
¿Qué ciudad recuerda que dejó?
Una ciudad muy distinta, claro. Muy en blanco y negro. Tengo unos recuerdos siempre de miedo, imagino que por las circunstancias. Todo muy difícil, complicado, no sé…
¿Ha ido reencontrándose?
Estuve cinco años sin poder venir. Me fui en el 72, con 16 años, y volví cuando la amnistía, en diciembre del 76, para hacer una visita, y ya empecé a venir con más frecuencia a partir del 77. Primero, más a Barcelona, y ya a Jerez empecé a volver poco a poco. Era una ciudad para mí un poco difícil, había muchos recuerdos.
Fantasmas que aparecen al regresar…
Fue muy traumático porque, además, todo fue difícil. Yo fui el primero que volví, mis padres no podían volver todavía y entonces me acuerdo que fui a la casa, que estaba cerrada, donde habíamos vivido siempre, y el buzón de correos estaba lleno de amenazas de muerte. Yo sabía demasiado bien quién estaba detrás y sabía que no había ningún problema, conocía el ambiente del barrio —vivían en Santiago—. Cuando te hacen eso no te van a hacer nada, es únicamente para intimidar. Pero no era eso, sino todos los recuerdos de aquella época difícil.
Tengo unos recuerdos de Jerez en blanco y negro, siempre de miedo, imagino que por las circunstancias. Todo muy difícil, complicado, no sé…
¿El flamenco ha sido el nexo de unión que le devolvió aquí?
Yo creo que sí. El flamenco, que era una cosa que siempre me gustó, pero no fui particularmente forofo, aunque me crie en Santiago, empecé a oírlo en París y me conmovía mucho. Me fui interesando mucho por el flamenco porque era lo que más me ligaba a esta tierra. Y bueno, a finales de los 70, con una serie de amigos franceses y americanos, con una gente que trabajaba en la Unesco y tal, me propusieron hacer una especie de fundación allí para organizar conciertos y dar a conocer un flamenco que no se conocía en París. Allí iban las grandes compañías de danza, pero no se conocía el flamenco más intimista, incluso protagonizado por cantaores no profesionales. Eso fue lo que empezamos a hacer allí desde el 79-80. Empezamos a organizar conciertos, a llevar a gente de Jerez y a moverlos por Francia, y después los grabábamos y los pasamos en la emisora France Music. Se creó una dinámica muy bonita porque había un público francés al que le interesaba mucho el flamenco. Había un programa en una emisora los domingos por la mañana, Sortilegio del flamenco, y eso había creado una pequeña afición. Entonces, cuando empezamos a hacer conciertos tuvimos muy buena aceptación desde el principio. Fue gente que empezó a leer, a venir aquí, y se creó una buena afición al flamenco en París. Al cabo de tantos años, hoy día hay un buen público aficionado y mucha gente que viene.
Un momento de la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA
El trabajo en Prensa Latina: cuando hizo migas con Carpentier y conoció a Cortázar
¿Cómo se ganó la vida en una gran ciudad como París?
He trabajado en muchas cosas. Trabajé cuando llegué en una fábrica, porque mis padres no tenían trabajo y mis hermanos eran pequeños, y me busqué un curro para alimentar a todo el mundo. Estuve un tiempo trabajando en unas condiciones pésimas, vivíamos a 36 kilómetros al Sur y prácticamente no dormía. Fue una época difícil. Después estuve trabajando en una serie de sitios, hasta que a través de mi hermana mayor, que había estado en París en un principio y había sido secretaria de Alejo Carpentier, conseguí un trabajo en la agencia informativa cubana Prensa Latina. Ahí estuve cinco años y fue una experiencia muy interesante porque, aparte de conocer bien a Carpentier, conocí a mucha gente como Cortázar y a toda esa gente que escribía para Prensa Latina. Un trabajo muy interesante que me puso en conexión con todo el mundo de Latinoamérica que entonces estaba de pleno boom, todos los escritores estaban en París: Vargas Llosa, García Márquez, Bryce Echenique… había un ambiente en el que Latinoamérica allí estaba de moda. Yo ese mundo no lo conocía, solo de oídas.
Cuando ya pasó esa época, con la aministía, estaba estudiando música —estudié un montón de cosas por gusto: bellas artes, historia, literatura, filosofía…— y, por casualidad, fui a llevar a un amigo a una casa que había comprado el Gobierno español cerca de los Campos Elíseos y donde querían hacer el centro cultural de la Embajada de España en Francia. Recuerdo que era un sábado por la noche, con un metro de nieve, y al final mi amigo, que iba a entrar y salir, me invitó a pasar porque iba a tardar y descubrí ese palacio maravilloso. Me presentó a una serie de gente y, de casualidad, acabaron proponiéndome trabajar allí para encargarme de la programación musical. A partir de ahí, empecé a trabajar para la Embajada de España y he estado 41 años. Hubo un momento en que las actividades se decidían en Madrid y a todos los que trabajábamos nos propusieron una serie de cosas, y a mí lo que me interesó era la universidad a distancia que se estaba creando en esos momentos. Me encargué del centro de la UNED para Francia, que en realidad era para toda Europa porque en esa época no había centros en ninguna parte. Y ya luego, empecé a dar clases de filosofía, técnicas de escritura y lengua en la Soborna. Acabo de jubilarme hace un año. Ese es, muy grosso modo, el recorrido.
¿Cómo empieza a, de alguna manera, exportar flamenco de Jerez a Francia?
A la gente de la asociación de flamenco le interesaba traer a gente de todas partes, pero yo lógicamente me inclinaba mucho por Jerez, porque me parecía que lo mejor estaba aquí. La mayoría era gente de Jerez. Primero de esa generación de los Sordera, Romerito, Agujetas…
Agujetas se levantó, con su cicatriz en la cara, su dentadura de oro, y empezó a cantarles por seguiriyas en la cara. Estos dieron media vuelta y se fueron acojonados
El mítico disco Canta Jerez pasó por París de su mano…
Sí, sí, prácticamente. Y todo con anécdotas increíbles.
¿Una que no olvida?
Agujetas se presentó quince días antes del concierto. Yo me encargaba de él porque estaba solo. Yo toco un poquito la guitarra y una noche nos invitaron a un restaurante español, Los Jardines de Granada, y se enteraron que estaba Agujetas. Cuando estábamos cenando, sacamos una guitarra, yo empecé a acompañarlo, y en ese momento, en el restaurante, que tenía una entrada muy larga, entraron unos tipos con los que yo había tenido un problema un año atrás. Habían ido al centro cultural y habían montado un cisco con una de las compañeras. Salí en plan jerezano a defenderla, tuvimos una gresca muy gorda y me amenazaron de muerte. Pasado el tiempo, en ese restaurante acompañando a Agujetas, me topé con ellos. Se vinieron para mí. Y Agujetas, que era como un bicho, con una intuición totalmente animal, inmediatamente se dio cuenta de qué ocurría. Me hizo ademán de que siguiera tocando y cuando estaban cerca, se levantó, con su cicatriz en la cara, su dentadura de oro, y empezó a cantarles por seguiriyas en la cara. Estos dieron media vuelta y se fueron acojonados (ríe). Ya luego vino La tierra lleva el compás, con esa generación de Luis de la Pica, El Torta, Periquín, Moraíto, La Macanita… Era la primera vez que salían de Jerez.
Otro detalle durante la conversación con este medio. FOTO: MANU GARCÍA
Ha dicho cinco nombres y faltan tres. Cómo pasa el tiempo…
Claro. Pasa el tiempo de forma impresionante. Imagínate aquello, eran como ocho o diez. Venía también La Marchena, una vieja de Picadueñas muy graciosa, Chicharito… Era un espectáculo que no estaba organizado, subieron al escenario y se empujaban unos a otros para ver quién cantaba. Allí que está todo organizado resultó extraño, pero al público le gustó mucho precisamente por esa frescura, por esa espontaneidad. Fue un concierto maravilloso y recuerdo que El Torta, cuando llegó al hotel, se echó en la cama, empezó a pegar botes, se puso de pie y, de pronto, me dijo: “Paco, yo no me entero, ¿aquí dónde estamos, en París o en Francia?”. De esas situaciones kafkianas había muchas… Y luego ya vino gente de tercera generación, digamos, los hijos de ellos. Ha sido una experiencia humana y artísticamente inolvidable, muy bonita. Y el flamenco me ha permitido acercarme más a Jerez, querer a Jerez, y conocer otro Jerez que por desgracia no había disfrutado, no me había beneficiado de ese Jerez.
Es curioso, ahora que hablaba de ese flamenco tan deslavazado en la puesta en escena, como el flamenco, de alguna manera, se ha europeizado.
Efectivamente. El flamenco está viviendo ahora una época, como todo, como lo que nos pasa con el covid, que nadie sabe nada, de despiste generalizado, y no es por el covid, sino que hace tiempo que empezó en esa fase. Ha habido épocas, la edad de oro, en el siglo XIX, cuando salió a la luz, y luego eso desembocó en la época de los cafés-cantantes, que cuenta muy bien Demófilo en su libro de 1881, y donde ya decía que esa manera de sacar el flamenco acabaría con lo que era el flamenco. Para rematar la cosa, a principios del XX, Antonio Chacón, de aquí de Jerez, creó la ópera flamenca, que era ya llevarlo al teatro. La decadencia fue muy fuerte desde los 20 hasta finales de los 50 cuando ya Ricardo Molina y Antonio Mairena se preocuparon y empezaron a sacar cantes desaparecidos de la mano de jóvenes como Fosforito, Menese, Curro Malena… que empezaron a cantar de nuevo cosas olvidadas. Había estado muy de moda el fandanguillo, que era lo más comercial, y ese reverdecer se unió a la época de la transición, el auge de los festivales, la fiebre por recuperar las señas de identidad, y tras eso, el flamenco ha vuelto a caer en un despiste.
No me gusta ser ortodoxo, ni mucho menos, se hacen cosas bonitas por supuesto, pero creo que el flamenco es una cosa precisa y se está desvirtuando
¿Qué lo despista, en su opinión?
Lo que siempre ha sido sagrado, que era el cante, acompañado por el oficio de la guitarra, a partir del fenómeno de Paco de Lucía y Camarón, la guitarra se ha puesto por delante y parece que es el cante el que la acompaña. Y luego, la gente moderna empezó a fusionar con América, cuando en realidad los orígenes del flamenco están más bien para Oriente, donde se pueden hacer cosas interesantes para seguir evolucionando en el buen sentido. No me gusta ser ortodoxo, ni mucho menos, se hacen cosas bonitas por supuesto, pero creo que el flamenco es una cosa precisa y se está desvirtuando.
El eterno debate: el cante gitano andaluz y el flamenco. ¿Lo segundo se ha comido a lo primero?
En la época, entre 1415 y 1425, en la que los gitanos llegaron a España, había varios tipos de canto: el silábico, con una nota encima de cada sílaba, eran todos romances, melodías muy llanas, y el neumático, que era el tipo de canto gregoriano, dos o tres notas en cada sílaba. Y después estaba la parte oriental de España, y por eso los gitanos aquí encontraron algo muy familiar, que era el cante melismático, que consiste en poner un número indeterminado de notas encima de las sílabas. Los ayeos, esa manera de cantar, es oriental propiamente. A partir del año 79, cuando se graba La leyenda del tiempo se hace por primera vez canción con voz de flamenco, una melodía que hasta cierto punto puede cantar cualquier con una voz rajada. El flamenco es otra cosa. Puedes cantar cualquier cante de ese disco, pero cantar una seguiriya no puede hacerlo cualquiera. Ese cante va también muy unido a las particularidades de la vida en esta tierra. Ahora ha cambiado la vida y la gente no puede cantar como antes.
Hemos pasado de fiestas de la Bulería masivas y zambombas multitudinarias, a formatos reducidos y a, probablemente, cantar coplas de Nochebuena en familia por esto del coronavirus. ¿La historia, de una manera o de otra, acaba poniendo las cosas en su medida?
Claro, es posible. Lo que pasa es que creo que una de las cosas que está viviendo el flamenco es lo que le ocurrió al blues en su momento. Tienen similitudes sociológicas. Cuando se liberan los esclavos y los negros se van a vivir a las ciudades, se reúnen en clubs, y aparece el jazz, que hasta cierto punto ya puede desbordar fronteras y se hace en todo el mundo, cada uno incluso con su particularidad. Al flamenco creo que está ocurriéndole algo similar. Se ha convertido en una especie de gramática que ya cualquiera puede descifrar, pero que en el fondo no es el flamenco de aquí, aunque sea muy importante que ocurra eso.
Eso que llaman los gitanos los lecos —el eco, el timbre, el metal de voz—…
Sí. Un francés te puede tocar una pieza de jazz perfectamente medida, pero imagínate a un francesito rubio cantando lo que cantaba un negro en los campos de algodón. Con el flamenco es lo mismo. ¿Quién puede cantar una seguiriya como la canta alguien de aquí? Es un cante de transmisión oral que no se puede escribir y hoy en día la gente aprende por YouTube. En una época fue con discos y ahora es con YouTube. Ha cambiado todo y, lógicamente, el flamenco no puede seguir como antes. No lo digo desde una perspectiva purista, sino con un punto de lástima porque eso se pierda. Aquí entra también la deshumanización. Ese cante era el producto de la gente unida, con sus fiestas, con su infelicidad…
Primer plano de De la Rosa, este pasado jueves en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
Justicia y reparación
Hacia 1981, sus padres pudieron regresar con sus hermanos a Jerez. Su padre incluso logró reincorporarse al Ayuntamiento como empleado municipal. Casi 40 años después de aquello, el 22 de septiembre Paco de la Rosa cumplirá 68 años. Antes, este viernes 21 de agosto dirigirá un encuentro muy especial en una Fiesta de la Bulería en formato reducido por la pandemia. Jerez avec París - Jerez con París lleva por título un espectáculo que dirige De la Rosa y protagonizan algunos de esos artistas jerezanos que le ayudaron a reencontrarse con su tierra. Mateo Soleá, “que fue uno de los cantaores que vino allí e hizo cosas muy bonitas, entre el profesionalismo y el cantaor del barrio”; Juana la del Pipa, “que también tuvo allí su importancia”; y la bailaora Mercedes Ruiz, “que fue una de esas niñas que iba con Manuel Morao a finales de los 80, cuando era una cría, y que ha continuado yendo mucho a Francia”.
“Había muy pocos medios —cuenta De la Rosa—, pero lo que había pensado era fijar un criterio de que hubiera gente de Jerez de los que fueron a París y elegir a dos o tres personas de allí que estuvieran vinculadas a esto que habíamos hecho. Concretamente, hablé con un cantaor gitano francés, de mi edad, que se interesó mucho desde el principio por nuestra iniciativa, Paco el Lobo, que representa un poco las generaciones primeras del flamenco allí; y un chaval muy joven que es consecuencia de esa afición, un guitarrista de 27 años que toca la guitarra maravillosamente, muy conocedor del cante y del acompañamiento, Samuel Rouesnel Samuelito. Y después, había una serie de gente vinculada al flamenco que son de Jerez o de otros sitios y que viven en París, uno de ellos es Isidoro Fernández, que es palmero, entre otras cosas, y que sí estará”.
Este 2020 se cumplen diez años desde que el Ministerio de Justicia acordase sendos expedientes de Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal a favor de los jerezanos Francisco Retamero Rodríguez y de su yerno José de la Rosa de los Ríos, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica.
Recogía el expediente del Ministerio de Justicia que Retamero Rodríguez era miembro de la Comisión Gestora del Ayuntamiento y presidente de la Agrupación Socialista de Jerez cuando se produjo el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que acabó con la República y que dio paso a la cruenta Guerra Civil. De inmediato, sufrió persecución y violencia por razones políticas e ideológicas, siendo fusilado pocos días después, en concreto, el día 10 de agosto de ese mismo año, apenas un mes después de iniciarse la guerra.
José Luis de la Rosa de los Ríos, yerno de Retamero, también sufrió persecución por razones políticas e ideológicas tras el golpe de estado franquista y el régimen político instaurado tras la Guerra, siendo procesado y condenado en rebeldía, sin las debidas garantías legales, por el ilegítimo Tribunal de Orden Público, según una sentencia de fecha 2 de abril de 1971, lo que motivó su exilio a Francia, de donde no pudo regresar hasta la muerte del dictador Francisco Franco. El flamenco siempre es vehículo para honrar la memoria, aunque sea, como dijera Félix Grande, desde la "conciencia desdichada" de los gitanos, y también otra forma de hacerles justicia, aunque sea poética.
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