Dentro de la geografía del flamenco, Lebrija y Jerez tienen un poderoso vínculo, compartido y modelado por lazos históricos y sociales. La proximidad geográfica de ambas poblaciones ha propiciado que hayan ido interactuando de manera activa y tengan espacios comunes en el imaginario flamenco, hallándose un conjunto de símbolos, conceptos e imágenes que se relacionan entre sí y que ayudan a construir su particular manera de ver el mundo flamenco.
La historia de Pepa Vargas tiene mucho de ese espacio cotidiano que pervive en la memoria de los gitanos bajoandaluces, modelada por el tiempo y la nostalgia, nos invita a una introspección de su vida pero lejos de ser una crónica de acontecimientos.
Pepa Vargas, memoria de una mujer flamenca, es el relato de una mujer nacida en Lebrija que vertebró su vida desde la gitanidad valiéndose del flamenco como eje articulador. De la mano de Fernando C. Ruiz y Rafael Cáceres esta biografía se caracteriza por su mirada antropológica, cuyo relato se ha de entender desde la coralidad que aporta la sucesión de actores que a lo largo de la vida de Pepa Vargas han coprotagonizado distintos momentos, especialmente su familia y posteriormente, los intérpretes del mundo flamenco. Más que una biografía es poner voz a alguien cuya presencia es discreta, reservada, e invisible, que antepuso su familia a su carrera profesional.
Este libro nos aporta algunos significados, especialmente los relacionados con el entorno familiar gitano y su relación con el flamenco, una historia de desigualdades que refleja, al mismo tiempo, trascendentales cambios siempre desde la subjetividad que la memoria, el tiempo y las singularidades aportan.
El cante y el baile gitano, frente al cante y baile gachó, se convierten en símbolos de identidad, de autoestima y de fuerte carga simbólica, aunque también propicia un discurso romantizado sobre la pureza y la autenticidad.
Se deshilan, pues, recuerdos de niñez en los que la identidad de la familia respalda y justifica los distintos procesos que jalonan su vida, emergiendo sobremanera la figura paterna y su posición social, ya que fue tratante de ganado, una profesión que le situó en un marco altamente segmentado y jerarquizado, no sólo con respecto a los gachés, también en relación con los gitanos. Un mundo donde los gitanos del campo se hallaban en un plano inferior a los llamados artesanos. Para ella existían dos escalas de valores, los artesanos, por su independencia y autonomía, y los del campo, por ser una clase subalterna y dependiente. Indagar en esta intrahistoria es ahondar en una relación clientelar, dos posiciones en la que una es epidérmica y la otra más profunda pero dependientes a fin de cuentas.
El relato de Pepa Vargas nos sitúa en aspectos tan importantes como la socialización del género y el posicionamiento de las gitanas en un mundo dominado por hombres, donde se determina quién puede cantar y donde, así como del estigma de algunas mujeres que decidieron tener una vida propia, sin ataduras y lejos del control doméstico. Las mujeres artistas se hallaban en esa frontera cuya delgada línea, que a poco que se traspasara, aparecían señales de misoginia y de escarnio público, trabajar en un tablao siempre estaba bajo la lupa.
La transformación del mundo tradicional y la crisis de los oficios propició un cambio de hábitos laborales y sociales de gran envergadura, la modernidad trajo consigo desarraigo y desterritorialización y con ello, el éxodo de pueblos y agrociudades a poblaciones con una fuerte política desarrollista pero con un modelo de sociedad muy desigual.
La figura de Antonio Mairena irrumpe a lo largo del relato como guía espiritual, ya que el neojondismo se asume como credo de una supuesta pureza, reconociendo que gracias a él se recrearon cantes y se dieron a conocer intérpretes que se hallaban arrinconados.
Hay un rito de transición importante dentro de su espacio vital, cuando se casa con el cantaor y bailaor Curro Fernández y se traslada a Sevilla. Atrás queda un mundo marcado por las relaciones de vecindad, fuerte sociabilidad y nuclearizado por su pertenencia familiar.
En Sevilla convive con otros modelos de concebir el flamenco, de su puesta en escena y de los cambios de rol de las mujeres en el flamenco, siempre subalternas. Desde una posición reservada, Pepa Vargas, fue espectadora de los profundos cambios que irían aconteciendo en el flamenco, ya que su unión con Curro propició sentir in situ las vicisitudes por las que pasaban los artistas para llevar dos duros a su casa, los meses en soledad por mor de las giras, donde administrar una casa y ofrecer una educación consciente y adecuada la fue convirtiendo soporte vital de la familia Fernández Vargas.
Su incorporación a la escena es tardía, en la que se integra de manera gradual y dentro de un contexto familiar. Asiste a la eclosión de los festivales y a la irrupción de las peñas como espacio sacralizado donde mantener la tradición. Las fiestas habían perdido sordidez, ahora el espacio abandonado por los señoritos lo ocupaban políticos, famosos y empresarios.
Asistió a importantes cambios en la escena flamenca, fueron tiempos de transgresiones donde lo escénico y lo musical adquirían inéditos contextos que generaban una circulación intensa y trasnacional de nuevas narrativas, géneros y experiencias musicales que fueron, a su vez, creando nuevas audiencias, mucho más cercana al intérprete.
El proceso globalizador produjo un modelo de cultura global, pero de doble dirección, el flamenco se hallaba ante nuevos procesos de cambio formales, semánticos y funcionales.
Pepa Vargas entendió que el escenario era una prolongación de su entorno familiar, capitalizando como mujer, gitana y esposa las relaciones sociales de ese contexto, siendo testigo directo de la desaparición del mundo gitano tradicional bajo andaluz.
La biografía de Pepa Vargas se debe entender como un retrato personal de su particular cosmovisión de la gitanidad, sobre la que gravita su modelo de experiencia vital y su manera de concebir lo flamenco. Estamos ante una gran obra en la que los autores han sabido desmarcarse del género hagiográfico, entrando en la rebotica del flamenco, pero pulcros en interpretaciones propias, dejando, como ellos dicen, "abiertas las puertas a la interpretación e inspiración de quien esto lea".