La gala, enclavada en el III Festival Internacional de la Guitarra, tuvo que ser suspendida el pasado mes de septiembre por un agravamiento de las dolencias que aquejan al maestro. Y, aunque había constancia de que en esta ocasión tampoco iba a ser posible que acudiera, se mantuvo su organización. Cualquier ocasión es buena para rendir homenaje, qué duda cabe, y, además, sabemos –por medios cercanos a su familia– que el maestro ha podido estar al tanto del acto, que era consciente de lo que se le hacía y que hubiese disfrutado mucho con ello, especialmente por poder ver a sus amigos y discípulos.
Uno de ellos, el onubense Juan Carlos Romero, fue el más explìcito en el reconocimiento y relató su relación con él, la influencia en su carrera –"hay un antes y un después de Manol", declaró–, y de forma especial subrayó su generosidad, una cualidad que de seguro harían suya el resto de los guitarristas participantes y cualquiera de los que han recibido sus enseñanzas, estuvieran o no en el homenaje. Rafael Riqueni, por ejemplo, que estaba anunciado, aunque no compareció, o Vicente Amigo, quizás el que más tiempo permaneció a su lado, que no debió sumarse.
Esa generosidad está conectada con la vocación docente del maestro, que no ha dudado en regalar sus conocimientos. Lo ha hecho en cursos y seminarios durante años, pero también con la enseñanza más directa que imaginarse pueda, la de contratar a los alumnos que él veía con cualidades como segundos guitarras de sus conciertos. Fue el caso del citado Romero, del granadino David Carmona y del jerezano Santiago Lara, que no en vano ha sido el que ideó el homenaje y lo dirigió. No obstante, existe una enseñanza que va más allá de los recursos técnicos del instrumento y que sus discípulos reconocen: Sanlúcar trasladaba a los alumnos una actitud, un compromiso ético con el instrumento y una responsabilidad para con la música flamenca: los valores que han definido su carrera guitarrística y compositora, así como su propia vida.
Fue en una primera parte cuando escuchamos las interpretaciones de sus alumnos. David Carmona, que fue el último en acompañarlo, dejó su impecable e inspirada ‘Rincón de la soleá’ de su disco Sueño de locura. José Quevedo ‘Bolita’ transportó su sonanta a los terrenos de la bulería de Jerez y Niño de Pura ofreció unas alegrías adornadas y vibrantes. Manolo Franco desplegó su precisión sobre la guajira y Romero completó la serie con unos tanguillos sobrios y de contenido compás. Pero más allá de esos puntuales estilos, pareció lo más destacado la presencia en muchos pasajes de la huella del maestro, de su toque inspirado y luminoso, de la grandeza de su inspiración.
La aportación de Santiago Lara fue, sin duda, la de mayor peso. Él junto con la bailaora Mercedes Ruiz, decidieron un día ponerle danza a la partitura de Tauramagia, una de las grabaciones más celebradas de Manolo Sanlúcar. Un doble reto por la dificultad de su ejecución guitarrística y por la adaptación al baile y a la danza. La obra fue presentada en la Bienal de Sevilla de 1918 y llegó al Festival de Jerez un año después. Una obra redonda que se sabe que aprobó el maestro y que supuso el mejor colofón a tan emocionante noche.