Rafaela Carrasco baila "sin hacer cosas raras" en la Bienal de Flamenco de Sevilla

A sus 91 años, Doña Agustina Rivero ya puede decir que ha vuelto a ver bailar "sin hacer cosas raras" a su hija Rafaela Carrasco y el Teatro Central ha sido testigo de ello. Y de las emociones y las lágrimas de una madre viendo a su hija. Y las de una hija disfrutando de su madre entre el público. Y las de alguno que otro del público, que disfrutaba sobremanera con la última producción de la artista sevillana, que bajo el título de Creaviva veía la luz por primera vez en España en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla, tras su estreno en el festival de Mont de Marsan.

Un espectáculo en el que, tras Nacida sombra; Ariadna, al hilo del mito; y Nocturna, nos muestra a una artista que deja a un lado procesos creativos basados en el Siglo de Oro de las Letras, la mitología griega o las distintas etapas oníricas del sueño, para centrar su baile — bajo un espacio futurista— en conceptos como el recuerdo, el amor, la fe o las emociones, a través de distintas musas griegas, porque el mero gusto de bailar no es suficiente para quien ama la danza y el flamenco, hasta tal punto que hoy en día es una de las referencias indiscutibles de esta disciplina del género.

Escoltada por su elenco habitual, es decir, Jesús Torres a la guitarra y Gema Caballero y Antonio Campos al cante, en esta ocasión, Rafaela Carrasco tira también de la maestría de José Luis Medina al toque y las percusiones de Pablo Martín Jones, para desarrollar una suite flamenca de nueve piezas, en la que no solo muestra el estado de maestría de una bailaora capaz de abandonarse a la creatividad, en un espacio sonoro donde lo jondo convive con los aires y ritmos del folclore nacional, sino que también se atreve a mostrarse de forma poliédrica.

Galería de Fotos - Creaviva - Rafaela Carrasco

 

Y aunque Creaviva parezca una suma de pinceladas, gestos o sonidos, la suma de todo el conjunto conjuga en el espacio escénico los recuerdos, donde el ayer y la historia iniciática de la bailaora nos llegan a través de una provocadora soleá de Antonio Campos — en muchos momentos apolá— en la que, a base de detalles tan clásicos algunos como novedosos otros, de la mano de Clío — la musa de la historia— viajamos hasta esa Triana que tanto ha tenido que ver en la formación de una de las artistas de referencia actualmente de la escuela sevillana de la danza y el flamenco.

Otra de las piezas más destacadas como la farruca en la que la deliciosa Erató — musa del amor— juega a enamorar a las dos guitarras, con una limpieza de pies al alcance de pocos, es el contrapunto al pasaje donde la propia bailaora intercambia papeles y canta al son que marcan las percusiones junto a Gema Caballero el cancionero de carácter folclórico.

O incluso, llegando más lejos, la propia Rafaela ejerce de vocalista en primera persona, cuál Calíope — musa de la poesía—, generando un loop sobre el que después baila un zapateado extenuante. En este intercambio de papeles hay que destacar el pasaje que protagoniza Antonio Campos, guitarra en mano, capaz de valerse por sí mismo, en otra de las piezas de asueto para que Rafaela coja aire y respire entre bambalinas.

Y como en las Bodas de Canaán, el mejor vino llega al final, las alegrías con bata de cola bicolor destacan, sobremanera, con remates imposibles y clavando tempos y compases tal y como nos tiene acostumbrados desde hace demasiado tiempo, tras unos romances de Gema Caballero en los que ejerce de la musa del canto y el cante. Si Sevilla es la pose, el braceo y la instantánea, con Rafaela Carrasco hay que añadirle la limpieza de movimientos, la estructura milimétricamente ajustada y la fuerza de un sonido de tren inferior de primera especial.

Si, como dicen, la inspiración puede tener muchas formas de presentarse, en el caso que nos ocupa, esta coge siempre trabajando a una artista incansable, capaz de afrontar proyectos de gran envergadura o, como es el caso, complacer a una madre que, al igual que Mnemósine — la matriarca de todas las musas—, esa noche quería ver bailar a su hija como a ella le gusta y se marchó para su templo con la satisfacción de ver como el Teatro Central refrendaba el idilio que Rafaela Carrasco tiene con la Sevilla más flamenca, a la orilla del Guadalquivir.