No deja de sorprendernos la historia literaria sevillana, autores que en su día fueron muy leídos y populares, no es que después pasen a medias luces o sombras, sino directamente hasta las catacumbas del olvido más absoluto.
A veces podemos empezar a dudar de la posibilidad misma del arte y sus transmisión, de las modas e intereses, pero no podemos dejar de temer aquello que se amplifica subterránemente como son los funestos dualismos de la posmodernidad.
A principios del siglo pasado el periodismo y la literatura jugaron un papel trascendente, desde el XIX hay un compromiso, incluso ya en el romanticismo, de ofrecer al lector los mejores espacios para el acceso a la cultura que por entonces era mu difícil para las clases más populares y desfavorecidas, la prensa con un aire fresco y renovador pone ante la sociedad la posibilidad de ese acceso, también en el ideal romántico tardío está ese espíritu, la canción o la copla andaluza, contra la difícil costumbre de la crítica de tratar al público con una terrible seriedad, son un buen ejemplo de ello.
Y ahora nos viene a los labios y a la memoria el nombre de un autor andaluz que divulgó en todas sus facetas el conocimiento de su ciudad y el mejor espíritu de una época, hablamos de José Muñoz San Román (Camas (Sevilla) 1876 – Sevilla, 1954), el hombre que encarnó el alma de Sevilla, como lo definió el escritor portugués Ferreira de Castro, y aunque hoy nos parezca asombroso, fue uno de los más populares, divulgados y leídos de los escritores andaluces de principios del siglo XX.
No se entienden las obras posteriores del regionalismo y costumbrismo sevillano como las de Izquierdo, Chaves Nogales, Romero Murube, Laffon y tantos otros, sin la presencia central de Muñoz San Román por las rutas misteriosas de la gracia y sus relieves. No pretendo ni es mi intención en estas breves notas abarcar su monumental, valiosa obra y personalidad, pero si al menos dedicar un recuerdo para un autor tan injusta como incomprensiblemente olvidado.
Muñoz San Román fue esencialmente un poeta del XIX, los géneros que utilizó es lo de menos, ya fuera a través del verso, la narración, la novela, la crónica o el teatro, mostró con naturalidad y se alejó de esa escritura blanca sobre la ciudad que amaba en todos sus contornos y matices. Cuando en Sevilla asomaban las vanguardias y los disparos ultraístas, Muñoz San Román llevaba ya muchos años publicando y derramando por toda España sus versos, apuntes y artículos (por edad, pertenecía a la generación del 98, como sus amigos y paisanos Cansinos, Alvarez Quinero, o los Machado). Se adentra y renueva el costumbrismo, creando los contornos más populares que transmitió a las generaciones posteriores.
En palabras de Salvador Rueda, Muñoz San Román establece los cuadros de la alegría popular y José María Izquierdo apunta su ligereza encantadora sin retórica ni academicismo. Su obra se quería atravesada por otras fuerzas más presentes como el romanticismo tardío o el modernismo, que eran la mejores herramientas para las viñetas ligeras de una época y su cultura de tradiciones populares que imbrica como pocos en la cultura andaluza.
Una escritura desde los comienzos, sin estallido verbal, fue como él mismo observó, una guía emocional, sus horizontes humildes y claros nos aparecen hoy con un extraordinario valor documental si perder su factura reconociblemente literaria.
En los poemas, crónicas, artículos y novelas permiten un discurrir dilatado y ligero, cuando rememora, cuando describe o cuando apunta con su acento expresionista, sin metáforas altivas, en la memoria acumulada de la ciudad que siempre tuvo en sus labios. Hoy, que tanto y de tan dudosa calidad se publica, sería extraordinario reunir y publicar toda la obra de este sevillano ilustre y olvidado, a todas y todos nos sonará la luminosa estampa de la Sevilla más popular que alumbró el mundo con su rica historia y cultura vital.
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