Por Nacho Alquézar.
Si algo caracteriza a los chicos de Gypsy son sus constantes viajes al extranjero en busca de los rincones musicales más recónditos de la escena internacional. De Europa a Asia, han realizado uno de los trayectos más provechosos en el acopio de las rarezas y excentricidades culturales de los últimos tiempos. Son coleccionistas natos, amantes del alcanfor en el bagaje por las filarmónicas del mundo. Expertos en el trueque y la lengua de señas, no son pocas las ocasiones que su huroneo les ha llevado por derroteros sórdidos, tan sólo aptos para maleantes y facinerosos que más de una vez han rehuido al encuentro de nuestros dos amigos. Famosa es su peregrinación por la secreta ruta de las especias en busca de algún sonido mágico, trascendente capaz de emancipar el alma a la longevidad serena de los mantras zoroastristas. "Om mani padme hum" se les oye pronunciar en cada uno de sus descensos a los infiernos exotéricos de la música popular. "Om tare tuttare ture sojá" les responde un pueblo que aún duerme. Y sin discurrir en la utilidad de su acción, corretean nuestros dos incondicionales sobre sus propias lindes idiosincrásicas, buscando un qué sé yo, en un qué sé dónde. No es poca cosa, pues aquel que escribe estas líneas sabe de muy buena tinta los pretéritos infortunios y las providencias ulteriores que escriben el destino de estos aventurados del rock progresivo. Esta vez en tierras austriacas, soportando una de las peores olas invernales que se recuerdan, tras horas de estudio y recogimiento al abrigo de un buen "Tracht" y el "Glühwien", han localizado una de las mayores y más importantes contribuciones musicales que una nación como entidad en sí misma ha realizado al conjunto de la sociedad. El Schlager. Recibí una carta no hace más de una semana bajo sello austriaco. Gélida, como conservando en sí toda la hipotérmica de aquel país centroeuropeo, parecía resbalarse a mis manos torpes e inquietas por tan portentoso regalo. Sin remitente, usé para abrirla el abrecartas que mi querido Ángel Manuel había querido regalarme en la noche de San Juan de este mismo verano. Una extensa introducción de pericias, gamberrismo y devaneos, daba paso a un escueto texto académico referido al Schlager. Dice así: "Como sabes, no hemos venido aquí para hacer turismo, sino para encontrar el grial de la música europea (…) Cual fue nuestra sorpresa cuando, por invitación de un amable paisano, fuimos a parar a una fiesta local amenizada por una música que parecía folk, pero sin la custodia de instrumentos regionales. Se acercaba al pop pero sin guardar la mínima aspiración aperturista. Incluso pensamos en el rock, pero su canto salvaje acentuaba sin embargo unos modales de la peor de las aristocracias burguesas (…) Sin beber ni una gota de su admirada cerveza, nos dejamos llevar por la más noble de las artes sociales. Un baile. Un baile que se convirtió en el eje central de nuestra fiesta (…) Por dicho impedimento, que nos supone alargar nuestra estancia en tierras arias, te rogamos publiques estas verdades cuanto antes en La voz del Sur." Pues a mi enmienda me remito. Escuche antes una muestra de esta delicia musical: Es el Schlager un concepto de música popular que me es difícil definir. Probablemente, tuvo su origen en las melodías de la opereta y desde los años 1920, con la influencia de los ritmos y armonías del jazz se hizo notar como género aparte en el contexto de la música Pop. Parece una entidad en toda regla. No sólo por lo que he podido percibir en la carta de mis queridos Óscar y Carlos, sino por toda las averiguaciones que he ido recopilando. Es el elemento de unión de Europa. O al menos de buena parte de esta, pues congrega entre sus afiliados una diversidad étnica enorme, aunque limitada. Países Bajos, Suecia, Alsacia (la región germano parlante de Francia), Escandinavia, países bálticos y, por supuesto, Alemania. Por lo que se ve, la Europa pujante, la que supone el motor económico de la Eurozona baila a este ritmo. La otra mitad, a la que se refieren como “turismo de chiringuito”, desconoce absolutamente su existencia. ¿Entiende ahora el porqué de su secreto? Su temática, por lo general romántica empedernida, no conoce mayor argumento que el amor y el despecho. Aunque a veces nos puedan sorprender con auténticas joyas cómicas. Son sin embargo, tan etnográficas como incompresibles al oído foráneo, pues en su mayoría se refieren a localidades que no superan los 500 habitantes. Sirva de ejemplo uno de los grupos más reconocibles de la esfera "Schlager". Die Amigos. Estos alegres rufianes (Bernd Ulrich y Karl-Heinz Ulrich), al parecer hermanos, llevan dedicándose al mundo de la canción desde 1970. Amenizando los mejores Oktoberfests de las tierras alpinas. Más de 25 publicaciones abalan su trayectoria que combina lo mejor de la música ligera, con la singularidad y el exotismo que les confiere su nombre en castellano. Die Amigos es una moderna banda tradicional, aunque en su justa medida. Ni ellos en lo particular, ni su género en lo universal, han evolucionado lo más mínimo en más de cinco décadas. Pero ¿acaso alguien lo reclama? Aún así, que no quede sin bailar esta danza, si con ello las lluvias de la fertilidad y abundancia vuelven a esta tierra tan insoportablemente árida.Nacho Alquézar es DJ de la costa levantina y crítico cultural.
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