El jueves fue presentada en la Fundación Caballero Bonald la biografía de Pelayo Quintero, uno de los padres de la arqueología española y marroquí, entre los siglos XIX y XX. La introducción corrió a cargo del autor del prólogo, Manuel Pimentel, director de la editorial Almuzara. Según el editor, estamos ante un personaje que “tiene una componente científica importante, como arqueólogo, pero también una vis literaria”. Esa vis literaria unos la tienen en vida, y otros, por diversas circunstancias, la adquieren después de su muerte. En el caso de Pelayo Quintero, “su interés científico y literario ha ido creciendo con el tiempo”.
Manuel Pimentel conoció a Manuel J. Parodi a través de la pasión que tienen en común por la arqueología. “Y fue en Bolonia la primera vez que tuvimos ocasión de hablar de Pelayo Quintero”. En su visita al museo arqueológico de Tetuán, Pimentel halló una de esas referencias de carácter literario que rodean a Pelayo. Allí le contaron que “alguien le pone todos los años flores rojas sobre su tumba blanca”. No era una leyenda urbana, le confirmó Manuel J. Parodi. Como cuenta en la biografía, fue el ayudante del arqueólogo el que comenzó a cuidar su tumba.
Otra de las anécdotas es la del sarcófago femenino. Lo estuvo buscando toda su vida y no lo encontró. En 1980, apareció en el solar donde estuvo su casa. Había estado viviendo sobre él sin saberlo, una casualidad rodeada de misterio y leyenda… Además, en la casa de Pelayo había símbolos pertenecientes a la teosofía… Esta historia pasó a la literatura. Durante muchos años Pelayo Quintero quedó asociado a esta anécdota. Y su obra arqueológica pasó desapercibida para la mayor parte de los ciudadanos.
“De ahí la importancia de esta biografía”, aclaró Pimentel. Se trata de recuperar su legado científico, arqueológico e histórico. A lo largo de estas páginas, Manuel J. Parodi cuenta el trabajo que este arqueólogo llevo a cabo primero en Cuenca, luego en Cádiz y por último en el norte de Marruecos, en Tetuán. Pelayo Quintero es uno de los protagonistas de la formación de la arqueología como ciencia moderna: a finales del XIX y principios del XX se pasa de una búsqueda de piezas orientada al coleccionismo a una ciencia que, más que buscar la pieza, persigue el conocimiento, la explicación global. Esta biografía de Pelayo Quintero se integra dentro del amplio catálogo sobre arqueología que Almuzara está editando, subrayó Pimentel.
Manuel J. Parodi nos ofreció unas jugosas pinceladas de la biografía. “Es un personaje que siempre está a caballo entre dos orillas, entre dos mundos, entre dos formas de concebir la disciplina arqueológica, entre dos periodos trascendentales para la historia de España…”. Pelayo Quintero nació en Uclés (Cuenca), y estaba destinado a ser abogado. Sin embargo, lo que a él le gustaba era la arqueología y las bellas artes. Estudió derecho, pero sus vacaciones las pasaba con su tío en las excavaciones arqueológicas de Segóbriga y Saelices. Allí se forma como arqueólogo y comienza una vida dedicada a la investigación. Su vida fue el trabajo, pero Pelayo Quintero “no se limitó a ser un erudito de gabinete, sino que estaba en el mundo”.
La Guerra Civil le coge siendo monárquico de derechas, “pero no acepta el movimiento nacional”. Casi le cuesta el fusilamiento en Cádiz. “Siempre en tierra de nadie”. Es un arqueólogo anticuario que empieza muy pronto a convertirse en uno de los pioneros de la arqueología científica en España. “Es de los primeros que considera la malacofauna como un elemento importante a la hora de estudiar un yacimiento… Uno de los primeros que trabaja con fotografías arqueológicas y el dibujo para reconstruir…” Pertenece, sin lugar a dudas, al grupo de los grandes arqueólogos europeos y americanos. Y es, junto con César Luis de Montalbán, el primer arqueólogo en investigar fuera de la península, explicó Parodi.
Sin embargo, “ha habido olvido deliberado” con Pelayo Quintero. Quizás porque brilló, y esa luz molestó a muchos. Este catedrático de Bellas Artes era una persona poliédrica, “íntegra y honesta”. Si tiene que criticar a alguna institución o a otros científicos, lo hace, “pero no por algún afán personal, sino por sentido de la responsabilidad”. Llegó a tener derecho a dos y tres salarios públicos como funcionario, pero se quedó con uno. “Y lo hizo sin ostentación ni jactancia.” Incluso publicó de su bolsillo durante años el Boletín de Bellas Artes de Cádiz, “pero no lo cuenta”. También publicaba mucho de manera anónima. Firmaba como “un historiador”, “el cronista”… Estuvo siempre más preocupado por su trabajo que por sí mismo. No le dio tiempo a publicar un par de libros, uno sobre arqueología gaditana, y otro sobre arqueología hispano-mauritana. En estos inéditos, “Quintero revisa y rechaza sus planteamientos anteriores, y reconsidera su obra a la luz de la arqueología de los años cuarenta”. Un ejemplo de honestidad intelectual, remarcó Manuel J. Parodi.
Desde el punto de vista humano, Quintero posee unos matices que “lo convierten en un personaje simpático”. El Tetuán de los años cuarenta que vive Pelayo es el Tetuán de la II Guerra Mundial, de los nazis, de los espías… En el conflicto de competencias por controlar la arqueología del Protectorado, Quintero interviene a favor de la independencia de las instituciones investigadoras de Tetuán, frente a los intereses de Madrid. Y hay más ejemplos. Como director del museo arqueológico de Tetuán, al revisar las estadísticas se da cuenta de que, dentro del número de escolares que lo visitan, no asisten niñas marroquíes. Detecta un fallo en la escolarización de las niñas marroquíes en el Protectorado y lo pone por escrito para que se ponga remedio. Y consiguió que la situación mejorara. En sus yacimientos se negó a utilizar presos como mano de obra. Escribe a Falange para que le envíen por escrito los sueldos de sus trabajadores, albañiles y peones. Observa que hay un desequilibrio entre lo que deberían cobrar y lo que están cobrando. Quiere que cobren lo que es justo, tanto españoles como marroquíes. A pesar de tantos logros, fue casi olvidado. Pero volvió gracias a la literatura de Quiñones, Paz Pasamar y Felipe Benítez Reyes…