En una mesa decorada con calcetines de colores, Josefa Parra presentó el pasado lunes a Antonio Miguel Morales. Utilizó algunas de sus propias frases. Antonio dice “que no entiende el teatro sin la poesía”. Le gusta el teatro que “se sitúa justo en frente del poder para viviseccionarlo sin contemplaciones y encontrar así las causas de sus patologías”. Y dice que “escribe para cuestionarte, a ti lector, para comprobar si tus dudas coinciden con las mías o acaso las resuelve”. Francisco Mesa, de la Editorial Dalya y la Asociación MESVA, nos acercó al escritor a través del teatro en directo, con un monólogo: “La gallina, la metáfora y el gurú”.
Francisco Mesa conoció a Antonio en el “Salón internacional del libro de teatro”, en Madrid. “Antonio ha vivido fundamentalmente hasta ahora del teatro. Y con mucho éxito. De hecho acaba de venir de Madrid del reestreno de una obra suya”. En un género “tan difícil para los autores, casi como la poesía…”, ha conseguido tener “un nombre, una presencia”. Por eso Francisco Mesa pensó que era interesante aportar algo inédito suyo para presentar este libro de poemas, Calcetines impares. Así que Francisco leyó el divertido monólogo, con las oportunas adaptaciones para la ocasión. El protagonista cuenta cómo se encuentra poseído por el espíritu de Lope de Vega, cómo le asaltan los versos en las situaciones más inoportunas y cómo intenta librase de semejante reencarnación… “Aquí, como en el teatro tradicional, tenéis que abuchear mucho y bien…”.
Dolors Alberola realizó un Esbozo sobre cómo encontrar el calcetín, una presentación poética del autor y el libro. Escribir es amar: “Algunas veces el autor, el poeta se inclina ante la voz y la besa en los labios, es el momento justo de engendrar el poema y Antonio lo sabe.” Y la vida es un teatro, por eso “a medida que pasan los minutos, vamos yendo hacia atrás, hacia el origen, hacia la desmemoria de lo que nunca supimos recordar perfectamente, hacia lo que realmente es volver a casa”. Así se explica lo de esta antología inversa: “Trayectoria que va de la hermosura clave a la hermosura.” La escritura de Antonio imprime amor en cada poema y “va dibujando calles por las que pasa él con las manos abiertas, sabedor de dejar su recuerdo en la herida de los árboles”.
La presentadora no desentraña el significado de los versos, sino que nos invita a leer: “Y para qué contarles lo que contiene un buzo, un poema o un verso, una palabra. Siempre dentro de aquellos, como dentro de un libro, si lo saben mirar, si lo saben leer, encontrarán a un hombre, dentro de esta, un misterio.” Detrás de los poemas, de las formas de existir, aparece el juego y la travesura, tanto del poeta como del lector: “Calcetines impares y todos, como locos, pensando en qué lugar, de qué modo, a qué santo me habré perdido esto si no indago, si no escarbo, si no abro el cajón hasta encontrar el otro, al otro, al actor, al autor, al poeta.” Quizás seamos como “ese cachorro que sin pensar dos veces se traga el calcetín que no encontramos y al hacerlo nos mueve la colita, es feliz haciendo travesuras, aunque le cueste un tanto, es feliz, porque romper el tedio es diferente y es feliz porque en cada poema existe un hueso duro para roer con él nuestra existencia y conferirle luz, mucha luz, todo un mundo de soles”.
Antonio Miguel Morales nos explicó que “Calcetines Impares comenzó a fraguarse en mis últimos años de instituto y en mis primeros años de Universidad, en torno a revistas como Cuarto Creciente o Número”. Recordó aquellos tiempos creativos, de amistad y poesía, en los que se reunían en la biblioteca. Los responsables les dejaban las llaves, y allí “se bebían los libros”. De aquella época son los poemas de Naranjas de la China. Eran versos irreverentes e íntimos, impregnados de lo personal y lo social. Para Antonio hay valores que son esenciales, como la solidaridad y la justicia, de ahí que no hayan abandonado nunca su escritura. Hay poemas centrados en el otro, “en los nadie que diría Eduardo Galeano”. Y tampoco olvida que somos homo ludens: “A la hora de escribir no me gusta dejar al lado el juego, esa actividad libre que nos aparta de lo cotidiano, de lo rutinario”. Fue leyendo poemas que el público extraía del interior de los calcetines que decoraban la mesa…
Otra de las partes del libro es Pucheros. “La mayoría de mis poemas están creados desde un territorio donde se desdibujan las fronteras entre lo teatral, lo poético y lo narrativo.” Antonio descubrió gracias a la filología y a sus maestros que el yo lírico no tenía por qué coincidir con el poeta. Es entonces cuando lo teatral y lo poético van de la mano y la voz lírica puede ser tanto persona como personaje. Desde un personaje que “tiene que ver mucho conmigo mismo”, Antonio construye el poemario Pucheros, “donde intento acercarme no solo a ese espacio físico que es la cocina sino también a espacios sentimentales como la ternura, la alegría el amor o el desamor”.
En Los poemas prohibidos de Margarita Miranda utiliza un heterónimo. Todo empezó en las redes sociales. Antonio publicaba poemas firmados por Margarita… Y el asunto tomó unas dimensiones inesperadas, hasta tal punto que desde Agenda Atalaya le pidieron una entrevista. “Tuve que inventarle una vida a Margarita”. Esa entrevista también aparece en el libro. Calcetines impares es el poemario más breve recogido en esta antología. Con un tono más narrativo, el hecho poético surge como una forma de resistencia. “Son poemas que están unidos a la pérdida. En ellos se cruzan la heroína el destierro, los titulares de prensa y la observación de la realidad más cercana.” Y el quinto poemario es El perro circular, donde incluye los últimos poemas que ha escrito. En ellos se refleja que “la poesía no puede vivir en la cárcel de lo sublime, por más que pretenda lo inefable”. Es en los espacios cotidianos donde nace la “ceremonia de la palabra, porque si no existiera lo cotidiano tampoco podría existir lo extraordinario”.
La camisa
Decidí no creer en la derrota
y pensar con Camus
que la única manera de ser libre
en este mundo obsceno es convertir
la existencia en un acto
propio de rebelión.
Dudé un instante solo
mirándome al espejo
salpicado de afeites y de sombras
y sonreí mudando de estrategia
como si fuese piel
la propia rebeldía.
Me abstuve de opinar contra mí mismo
y seguí caminando a la oficina
con paso bien ligero, que era tarde
y no quería dar explicaciones
al jefe, que esperaba
entre un montón de cláusulas infames
y seguros de vida.
Pensé que ya habría tiempo
de ser libre y llegué
en el momento justo
de firmar el deceso de un extraño
cuya sonrisa triste e inquietante
me resultó de sobras conocida.
Miré por la ventana
y el mundo ya no estaba:
tan solo vi el reflejo en el cristal
de mi propia corbata
y me abroché el botón de la camisa.