La literatura y la filosofía tienen mucho en común. Hay un conjunto de preguntas radicales que atraviesan ambas formas de escritura. Son dos maneras de preguntarse por la existencia, por lo que somos. En una entrevista para Puerta de la Cultura de la Universidad Carlos III, Aurora Freijo Corbeira afirma que la filosofía y literatura aportan respuestas a esas preguntas. A veces se complementan. Y si tuviese que elegir, dice que se quedaría con la literatura. Esa conexión entre pensamiento y arte procede en gran parte de la admiración que siente por Pasolini, para ella uno de los mayores intelectuales.
En la universidad, la filosofía la llevó a una literatura "concéntrica, dura y muy depurada". “Las cosas muy duras hay que contarlas bellamente”, dice Aurora Freijo, y pone como ejemplo a los escritores japoneses. Busca un “lenguaje bello para contar lo tremendo”. Como en Pasolini, sus escritos reflejan preocupación por el otro, siempre desde la ternura. Escribe de forma sintética. Y cuando revisa un libro, lo que hace es quitar palabras. Intenta depurarlo al máximo porque de ese modo “dice mucho más el texto”. Así es el estilo de las dos novelas que ha publicado en la editorial Anagrama. Capítulos cortos, con una gran carga lírica y reflexiva. Frases cortas, descriptivas y tajantes… En La ternera cada capítulo es una especie de incisión… No hace falta ser explícito o prolijo para narrar y pensar la experiencia de ese otro que sufre, que no comprende, que siente dolor y vergüenza.
“Quieta, piensa, si es que es un pensamiento, que no le importaría morirse. Tampoco no morir. No parece funcionar en su cabeza el silogismo disyuntivo, al menos en este asunto. Le es algo indiferente, pero tal vez muerta dolería menos. Si se la llevase el viento o si no despertara, nada cambiaría demasiado, pero descansaría. Le asoman a la cabeza las hortensias azules de su madre y las flores celestes de su pared. (…)” (La ternera).
En Cuerpo vítreo la degradación de la mente y la existencia es contada con la misma sinceridad. Aurora Freijo vuelve a ponernos en la perspectiva del que sufre, se erosiona y lo sabe. La conciencia del dolor y la decadencia solo puede mostrase de forma directa, sin rodeos. Y es una conciencia atravesada, como es lógico, por los hilos de la memoria. Sentimos con todo a la vez, con el cuerpo que fuimos y el que somos, con los recuerdos y las ilusiones. Toda enfermedad conlleva desorientación. Las náuseas, los vértigos, la ceguera… El mayor dolor es tener que vivir a palpas y saber que los viejos gestos cotidianos ya carecen de eficacia vital. Para reubicarnos necesitamos la memoria, el recuerdo de las personas que nos hicieron gozar y sufrir: la madre, con su enfermedad y su muerte; el amante, con ese amor en fragmentos que tanto duele.
“Me estoy pudriendo. No puede decirlo porque ha perdido la voz. El miedo ha ido momificando los sintagmas, hasta llegar a anular cada fonema. Solo le quedan las huellas de cuando podía hablar con los ritmos elegidos. No es dueña de las secuencias. La despertó un desorden. Hace días. Lo recuerda incesantemente, en ese caos que es ahora su cerebro, para encontrar el milímetro de tiempo en el que sucedió el terror. Madrugada. De repente, el cuerpo no funciona bien. Nada alrededor pertenece a su sitio. Tu me fais tourner la tête, decía aquella canción de sus veinte años. Pero la cabeza allí giraba por enamoramiento. En francés, todo es poético. En este instante de la noche, su cabeza gira por su cuenta y arrastra a su estómago. Estaba bien antes. No entiende estos saltos cualitativos, esta ley de la dialéctica. Alguno de estos brincos podría incluso matarla. De viva a muerta en un segundo. Es la condición humana, acierta a decirse. (…)” (Cuerpo vítreo).
Los libros de Aurora Freijo pueden ser leídos como si fuesen un conjunto de poemas, sobre todo La ternera, intercalados con aforismos y unidos por un tenue hilo, más reflexivo que narrativo. Pero en Cuerpo vítreo también nos cuenta una historia de amor, bueno, quizás dos o tres. Hay un amante intermitente, un amor paradójico, un amor que siempre se está marchando. Se van intercalando dos relatos, el que habla de los últimos días de la madre y el que describe su relación con T, su amor siempre fugaz. Son historias que sirven para asimilar el diagnóstico, la inexorable ceguera. En esta segunda novela hay más narración que en la primera, sin abandonar el tono poético y filosófico. Escribir es una forma de cuidarnos, una meditación sobre la existencia. La escritura de Aurora Freijo es limpia, precisa y bella. Desde una estética pulcra y árida, recorre los entresijos de ese ser-ahí, de ese estar en un mundo con una lógica tan cruel.
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