Josefa Parra destacó “esa delicadeza que tiene Pepa Caro a la hora de acercarse a las letras, sea en forma de poesía, sea en forma de prosa poética”. Además, posee una sensibilidad que ha sabido plasmar tanto en la literatura como en el ámbito de la gestión política. José López Romero, profesor y coordinador del club de lectura de la Biblioteca Municipal, habló de “los dos pilares que conforman toda su producción literaria”. Por un lado, su lugar de nacimiento, Arcos de la Frontera, tan presente en todos sus escritos. Y por otro, su licenciatura en Historia, pues sus libros solo se entienden a través de la memoria. Pepa Caro ha publicado tres libros de poesía. En 2002 apareció Con todo el invierno dentro. En 2010, Las calles de la lluvia, y en 2018, Volver por las aceras sin memoria, en la editorial Adeshoras. En 2017 se adentró en la narrativa con El exilio de Zaynab.
Para José López Romero, la poesía de Pepa Caro es “intimista, reflexiva, introspectiva y muy sentimental”. El libro se compone de doce retratos de mujeres, más un poema final. Son doce retratos impregnados de la niñez y de Arcos de la Frontera. Las descripciones de las mujeres su funden con las pinceladas que esbozan los tejados, los arriates, los muros encalados... Pepa Caro subrayó que para ella “Arcos es una fuente permanente de inspiración, sobre todo esas personas que humanizan las calles y el paisaje”. La vida es lo que recordamos y cómo lo contamos… En el poemario, explicó José López, nos encontramos con escenas familiares y costumbres de los vecinos que todos hemos vivido en los pueblos.
Los retratos de estas mujeres se pueden dividir en dos grupos. Pepa Caro habla de mujeres que murieron en la vejez: Magdalena, Carmela, Jerónima… “Son mujeres antiguas como sarmientos y troncos de olivo, siempre vestidas de negro”, señaló José López. Solo hay una que la escritora no conoció directamente, su abuela materna. Pepa recuerda lo que de ella le contó su madre. El otro grupo lo componen tres mujeres que murieron antes de tiempo, tres amigas de Pepa. Están en el centro del libro, y todavía se emociona al recordarlas.
José López cree ver en los poemas una literatura que reivindica lo femenino. Pepa Caro lo aclaró: “No es voluntario. Escribí este libro y después me di cuenta de que tenía un perfil muy feminista. Pero es algo que forma parte de mi educación y mi formación. Ahora cuando lo releo me doy cuenta de que estoy reivindicando la visibilidad de mujeres que en su momento no la tuvieron.” Según José López, todas las mujeres que aparecen en el libro comparten las mismas características. “Son luchadoras, fuertes, abnegadas, sufridas, trabajadoras, mujeres que se agrandan en las dificultades y que saben esperar y aceptar la muerte con ánimo y nobleza.” La muerte es un tema central de la obra, en la estela del poeta arcense Julio Mariscal. También aparecen el amor, la amistad y la maternidad en todas sus versiones y manifestaciones.
“Somos tres mujeres las que hemos trabajado en este proyecto”, explicó Pepa Caro. Ha contado con la editora Susana Noeda y la ilustradora Marta Campos. El prólogo es del poeta Antonio Hernández, que recibió el Premio Nacional de Poesía por Nueva York después de muerto, un libro muy apreciado por la autora. Pepa Caro leyó y comentó algunos poemas de Volver por las aceras sin memoria. Detrás de cada uno de ellos hay una historia de una mujer. María Limones, con el pelo muy estirado, canoso, y agarrado en un rodete, era la mandadera, la que hacía los recados a mujeres pudientes que no salían de su casa. Magdalena, con el pañuelo negro, era muy pulcra, y quería saber todo lo que ocurría, sobre todo cuando había cortejo fúnebre. Carmela era la partera, una mujer muy importante en los pueblos. Jerónima, la portera del convento, vendía pan de ángel y narraba viejas historias del castillo a las niñas. Catalina, su abuela, la madre de su padre, fue una mujer muy triste: a su hermano lo mataron en la guerra…
Las aceras sin memoria
Benditas sean las mujeres
que iban por delante de su sombra,
ajustando la vida
entre el suelo y el cielo.
Las que solo son niebla
de una tierra dulce, desdibujada
simple arquitectura sin nombres.
Benditas las tapiadas puertas
las enormes llaves, las cerraduras
que desvaídas tiemblan
cuando asomo mi curiosidad
por los patios perdidos.
Benditas la mujeres
sumisas, trágicas, enamoradas
que lavaron su cara ante el espejo
cada uno, y otro, y otro amanecer,
como si fueran los párpados
inmortales urnas de cielo.
Ellas ignoraban que las aceras
no tienen memoria de nuestros pasos,
que sus vidas eran como pizarras
borradas en una escuela sin niños.
Benditas sean las mujeres
que vinieron a mí sin previo aviso
colándose por el portón del poema.
Solo así las hice mías para siempre.