Una melodía improvisada envuelve un rincón portuense. Notas musicales bailan a su antojo al ritmo de un contrabajista que, casualmente, pasaba por allí y se ha subido al escenario. De pronto, cuatro músicos tocan jazz en armonía en un espacio que se aísla del ruido comercial y hace oídos sordos a los temazos del verano. El pianista neoyorquino Michael Grossman acaricia las teclas mientras Manuel Perfumo, a la guitarra, hace maravillas. Con una calma contagiosa, el baterista Idelfonso Marín sujeta las baquetas desde el interior de Stardust, un nuevo inquilino en la oferta de ocio de El Puerto que en nada se asemeja a los establecimientos que le arropan.
En la plaza de las Galeras –“en pleno kilómetro 0”– un piano convertido en tótem llama la atención de los transeúntes. El instrumento se impone en la acera para avisar de la existencia de un auténtico club de jazz, quizás el primero de la ciudad, que nace con ganas de resistir tras la oleada de cierres de locales de este tipo en Andalucía. Es un sitio raro en el buen sentido de la palabra, un atípico entre convencionales. “Estamos rodeados de reguetón, de Banana y de Royal”, comenta Jesús Sevillano, pianista de armonía moderna, sentado en un sofá junto a su socio y amigo de toda la vida Idelfonso. “Solo por la ubicación mucha gente se sienta de rebote en nuestra terraza”, dice el portuense.
Escondido en pleno centro neurálgico de la marcha fiestera donde irrumpen los bailoteos salvajes, se encuentra este establecimiento donde “entra uno y se pega la sorpresa”. No parece que tras la puerta vaya a haber una amplia sala con todo tipo de distracciones culturales. Está oculto pero vivo, como los clubs de Nueva York–“que suelen estar también en semisótanos y no se distinguen bien desde la calle”–. Desde esta singular guarida los portuenses Jesús e Idelfonso se empeñan en rendir homenaje a la cultura.
Una exposición temporal de Elisabeth Zunzunegui adorna la pared de enfrente de la barra. También se divisa una colección permanente de cuadros originales de artistas de la zona, como el jerezano Pol Tatto. “Cada mes hay un pintor diferente y se lanza un catálogo con la obra”, explica Jesús recorriendo cada esquina del local. Un escaparate para los creadores que se une a una biblioteca repleta de libros de autores locales disponibles para préstamo. “Puedes sentarte aquí, leer un poema, tomar un café o jugar al ajedrez”, dice.
“Puedes sentarte aquí, leer un poema, tomar un café o jugar al ajedrez”
Es miércoles. Toca jam session y los músicos no paran de balancear sus cabezas. Mientras tanto, Jesús e Idelfonso cuentan a lavozdelsur.es sus peripecias. Ya habían empezado a movilizar la actividad cultural desde un diminuto pub de la calle Ganado llamado Le Petit. Pero, como su mismo nombre indica, vieron que “se nos quedaba pequeño y nos arriesgamos a buscar un espacio más grande”. Su idea era poder desarrollar las actividades que en el otro local “era inviable, y mucho más con la pandemia”.
Los compañeros- que trabajaban juntos en una productora musical para grandes marcas antes de que la crisis se la llevara por delante- encontraron un nuevo lugar. La filosofía de Le Petit se trasladó a Stardust. “La idea es tener un espacio de reunión para que los artistas de la zona puedan exponer su trabajo y reunirse”, explica Jesús mientras su socio no ha podido resistirse a tocar la batería.
Ellos siguen luchando por que la cultura tenga un hueco en El Puerto. Así, el 11 de junio de este año echaron a andar zarandeando la oferta existente, y le llamaron al nuevo espacio con el mismo nombre que Hongy Carmichael y Mitchell Parish le pusieron a una balada de los años 50: Stardust. “Es una canción de jazz muy famosa y ha sido interpretada por muchos músicos como Miles Davis o John Coltrane”, explica el portuense señalando una partitura en un libro de standards o “real book”- como la biblia del jazz.
Para los cinéfilos, el término grabado en el cartel de este pub alude a una película de Woody Allen- Stardust Memories (1980)- en la que, precisamente, se escuchan varias versiones de esta canción. Para los más románticos o soñadores, no es más que el polvo de estrellas. “El origen y final de todo”, añade reflexivo.
La improvisación está a la orden del día en este local adornado con una lámpara de bronce y Swarovski y otros muebles de segunda mano sacados de anticuarios y restaurados manualmente. Antes de que la piel, la madera o el cuero dominaran su diseño, este lugar ha sido sede de distintos negocios que ya solo viven en los recuerdos de los portuenses. Según detalla Jesús, el edificio del siglo XVII fue las caballerizas de una casa; en los años 50, una fábrica de gaseosa de la marca La Revoltosa; y en los 80, los recreativos El Pato, un salón de juegos con futbolines y billares.
A principios de los 2000 se trasformó en El loco de la ribera, bar emblemático de conciertos en el que Jesús e Idelfonso trabajaron como camareros en su juventud. Fue el último establecimiento que albergó este espacio que quedó clausurado en 2010. “Siempre habíamos tenido en la cabeza cogerlo. Después de 10 años cerrado, hablamos con el dueño, y se lo alquilamos en marzo. Han sido 3 meses de reformas. Esto era una cueva, un boquete, aquí no había nada”, comentan los amigos, que se pusieron manos a la obra para adecentarlo.
Los arcos, las vigas o el suelo de piedra pizarra revelan que el lugar tiene solera y mil historias que solo conocen sus paredes. Las mismas en las que ahora resuena un piano, se contempla un cuadro, se proyecta una obra audiovisual o se presenta un libro. Stardust apuesta por mantener una programación para “cubrir desde la iniciativa privada la carencia de las instituciones públicas”. El portuense echa en falta el apoyo a los artistas locales y los eventos mensuales de este tipo y ya piensa en los próximos meses para aportar su granito de arena.
“No sabemos quién va a venir ni lo que vamos a tocar”
“El verano en El Puerto es un espejismo, hay un modelo de ocio y de turismo de terrazas, de fiesta, de playa, de copeteo, pero después llega el otoño y el invierno, y son muy largos y aburridos”, dice entre reflexiones. Para este dúo, su local es más “para otra época del año”, y por eso no paran de darle vueltas al coco para organizar una agenda en la que el jazz es “fundamental”.
Stardust rescata las jam session, algo novedoso que solía verse por el desaparecido Barsito y que El Rincón de la Luna mantiene, pero con otros estilos. En estas reuniones la aleatoriedad es la protagonista. “No sabemos quién va a venir ni lo que vamos a tocar”, dice Jesús, que aclara que el local, además, es sede oficial de la escuela de jazz de la Universidad de Cádiz. “Los alumnos vienen a la jam a practicar y la entrada es libre y gratuita hasta completar aforo”, detalla.
La única actividad que requiere comprar una entrada es el ciclo de jazz con conciertos de músicos nacionales “que habitualmente actúan en grandes teatros y festivales internacionales” como Arturo Serra, Nono García, Tito Alcedo o Juan Clavero.
El verano que ya llega a su fin se ha visto despojado del habitual festival de jazz de las bodegas de mora de Osborne. Con la intención de “cubrir ese vacío”, Stardust incorpora esta oferta musical diferente que solo se puede disfrutar en muy pocos puntos de la ciudad como la mítica Sala Milwaukee.
“Creo que poco a poco se nos va conociendo. Incluso la gente que, a priori, nunca vendría a un sitio así, también se puede cansar de hacer siempre lo mismo y a lo mejor un día dice: -vamos a ir a otro sitio”, explica. El portuense se sienta frente al teclado y lanza una mirada a Idelfonso. Al salir del establecimiento, la burbuja de jazz explota. Sin duda, una experiencia para evadirse del mundo.